Un viaje diferente. Eso es lo que vive cada una de las personas que se embarca en la aventura de tomar el tren para conocer estas pequeñas comunidades rurales. Se trata del tren turístico que desde hace alrededor de un año se pone en marcha todos los sábados. La propuesta es la siguiente: sale a las 9.45hs de Tandil, a las 11 se detiene en la primera localidad, Gardey y a las 12 llega a destino: María Ignacia.
Una mezcla de alegría y nostalgia se unen al bajar a la estación, al pensar que en una época era el principal medio de trasporte y, calculo, no debe haber persona de este pueblo que no haya pisado ese andén. Se trata de un pueblo de alrededor de 2000 habitantes, ubicado al sur de la provincia de Buenos Aires, dedicado a la agricultura y a la ganadería. Entrar en este lugar, es entrar a otro mundo. Un mundo con sus costumbres, arquitectura, con la impronta que le da cada uno de sus habitantes. “Hace casi 40 años que no pasaba el tren y ahora, todos los sábados vivimos su llegada. Pasan dos cosas: primero están los chicos asombrados porque suben por primera vez y también están los adultos que hace años que no utilizaban este medio de transporte. Se conjugan estas realidades, unos que rememoran y otros que conocen, es muy lindo.”, explica Fabián Riva, de la Delegación Municipal.
De pueblo rural a pueblo turístico
Un gran desafío. Eso significó esta iniciativa para el lugar, que dejó de ser solo un pueblo agrícola- ganadero y comenzó a adaptarse a la realidad de ser un pueblo que recibe al turismo. Todo un proceso que hizo revalorizar lo propio, identificando 21 puntos que son parte del recorrido que organizan guías de María Ignacia, capacitados para este fin. Uno de los lugares elegidos es “El Bar Tito”, que era frecuentado por Osvaldo Soriano. También se destaca la arquitectura del cementerio, museos y el edificio de la Delegación Municipal, entre otros. La estación de trenes quedó “una pinturita” y hoy es un centro cultural que concentra diversas actividades. Un detalle que llama la atención de esta construcción es que “se mantuvieron las tejas de 1884, las originales, se trató de mantener todo tal cual se había hecho”, detalla Riva.
No más siesta
Toda esta movida generó algo impensado en una comunidad rural: Los sábados no hay siesta en María Ignacia. Hay locales abiertos y gente recorriendo las calles del pueblo, tomado fotos, admirando la tranquilidad. Calculan que los fines de semana comunes llegan alrededor de 150 personas, mientras que en época de vacaciones este número se duplica.
Una vez al mes tiene lugar el “Tren temático”, con distintos tópicos y siempre con la idea es compartir la identidad del pueblo con los visitantes. “En el caso de María Ignacia, si el día está lindo se organizan las actividades al aire libre y si está feo se organiza en un galpón gigante que también se recuperó, ubicado en el mismo predio de la estación. Un lugar muy acogedor. Ya se realizó el tren cervecero donde al llegar a la estación, hubo una degustación de distintos tipos de cerveza que se acompañó con espectáculos a cargo de artistas locales También se organizó el “tren gastronómico”, con diversidad de comida, incluyendo stands donde microemprendedores comercializaron sus productos. Otra experiencia diferente fue el “Tren de la Independecia”, en julio, con locro y asado, un grupo de serenateros y baile a cargo de una peña, mientras que en agosto tuvo lugar el “Tren Libertador”, el fin de semana largo”, finalizó Riva.
El tren que hizo nacer al pueblo, hoy le da un re- nacer, lo activa, le regala otra dinámica, le hace valorizar sus calles, sus edificios, su identidad y su gente. Da ganas de vivir esa experiencia ¡A no perdérselo!.
María Ignacia- Vela
Uno de los rasgos que distinguen a esta localidad es el nombre. El pueblo se llama María Ignacia, pero la estación se llama Vela. Algunos se refieren al él con el primero de estos nombres, algunos sólo le dicen “Vela” y otros utilizan los dos. Sucedió que la estación se construyó en terrenos donados por los hermanos Felipe y Pedro Vela, por lo que llevó su apellido. El pueblo, por su parte, lleva el nombre de la madre de Vicente Casares, un estanciero responsable del loteo y el diseño del mismo. La estación Vela fue inaugurada el 11 de septiembre de 1884, momento que se toma como la fundación del pueblo.