UNA CRIATURA DEL TEATRO

07-06-2016

Miguel Angel Solá es, sin duda, una criatura del teatro. Hijo, sobrino, nieto y bisnieto de actores, su linaje se remonta al menos a seis generaciones. “Mis tíos Luisa y Juan Vehil nacieron literalmente en un teatro”, dice; “a mí también me hubiera tocado, pero mi madre -la actriz Paquita Vehil- tuvo que guardar cama seis meses antes de tenerme y nací en una clínica”. De todos modos, su debut fue decididamente precoz: a los seis meses ya trajinaba las tablas dentro de “El carro de la basura”, una obra con su tía Luisa.

De ahí en más, casi sin parar, brillaría en el escenario, el cine, la televisión, incursionaría en la escritura y la dirección, la música, las canciones. En la Argentina, a la que agradece su formación y los aplausos recibidos, y en España, donde -dice- le dieron por primera vez un crédito para poder comprar un techo para su familia.

-Más allá de incursiones esporádicas, volviste al país para hacer la tira de televisión y la obra de tus amores después de...

-17 años. Yo me fui en 1999, en los finales de la que creo es una verdadera `década infame´.

- Década durante la cual se generó un quiebre cultural y social muy grande, ¿no?

- Sí, porque lo que antes se hacía en secreto pasó a hacerse a viva voz confirmando la propia impunidad y la de aquellos que garantizaban la creación de una flamante clase social: el nuevo rico. Me refiero al que hace copular el dinero con el dinero...

- Los que ganan con la timba financiera destruyendo la economía de la producción.

- Pero hay algo raro, porque mandan ellos, y ellos son los que dicen que hay que invertir donde corra la sangre, sabiendo que la suya no va a correr. Construyen esas frases que después son retwiteadas por todo el mundo como un orgullo de esa clase dirigente que poco tiene que ver con el ser humano.

- La especie humana también tiene lo suyo. Dentro de las que habitan este maltratado planeta ningún animal tortura, por ejemplo...

- No. Quizá sí hay algunos que lo hacen, pero forma parte del hábito de su vida. Cuando un leopardo le enseña a cazar a sus crías, al bichito que agarran lo tienen mucho tiempo mordiéndolo, lastimándolo, hasta que se lo comen. Pero tiene un solo porqué que no se explica mentalmente, sino que es la forma de poder vivir de esa especie. No pueden hacerlo de otra manera.

- La racionalidad del humano...

- Sí, la racionalidad humana se anima a hacer esas cosas. Hay asesinos, sanguinarios, capaces de cualquier atrocidad. Existe el mal, sin duda.

- ¿Por eso es tan creíble el villano que interpretás en “la leona”, la tira con la que volviste a la televisión?

- Claro. Pero en cuanto a la televisión en realidad volví antes, hace un par de años, con algo que para mí fue inolvidable, “Germán últimas viñetas”, donde me ponía en la piel de Germán Oesterheld. Fue una miniserie de 13 capítulos, excelente, pero que la vio mi tía, mi abuela y alguno más. Y también para la televisión pública con “Quién mató al Bebe Uriarte”, una muy buena producción con tres directores magníficos, un gran elenco que incluía actores santafecinos -que era el lugar donde transcurría la acción y donde se filmó- y algunos de Capital para reforzar con “nombres”, porque siempre se necesitan como anclaje para atrapar a la audiencia.

- A nivel cultural, seguimos siendo unitarios, el quizá mal llamado interior no ha logrado un desarrollo importante.

- Digamos que crecen las palmeras si hay un oasis cerca. El bien llamado interior es el contenido de todo aquello que tapa la superficie de lo exterior, que es no Buenos Aires como tal sino la idiosincrasia, el sistema, que hace que esta ciudad sea por un lado el pulpo que absorbe todo y, por otro, el sitio adonde todos quieren venir. No nos olvidemos de eso, hay gente que quiere quedarse trabajando y luchando por su lugar de origen y gente que elige emigrar. En Buenos Aires está todo armado, no hay otro espacio así. También creo que las provincias no se han aplicado demasiado a lo cultural, les ha resultado cómoda esta situación, porque los capitales distribuidos desde los gobiernos centrales iban a los bolsillos de los dirigentes locales o -en el mejor de los casos- se utilizaban en otras cosas, pero nunca en cultura. ¿Quiénes hicieron los teatros de este país? En 1967 había 3.500 salas de espectáculos distribuidas en un país de 17 millones de habitantes. ¿Me explicás por qué un pueblo de mil personas tenía un teatro? No una covachita, no un subsuelo, un teatro de tres pisos con la mejor construcción. Y más, en algunos había dos salas, ahí alrededor de la plaza donde estaba la Intendencia, la Iglesia... ¿Por qué? Porque había una conciencia de que por Buenos Aires tenían que pasar todas las compañías que venían del mundo: las españolas, italianas, después también las judías, inglesas, francesas, de distintas naciones. Y después de presentarse en la Capital, indefectiblemente, gracias a las líneas férreas, recorrían esos pueblos. De repente entonces te encontrabas con que todos los meses había un evento en uno de los teatros y otro en el de enfrente. Hoy quedan 300 salas de esas 3.500. Las fueron abandonando, las dejaron que se destruyeran y luego las vendieron. Cambiaron las prioridades.

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Luego de una ausencia tan larga Solá reflexiona sobre los muchos cambios ocurridos. La banalización casi como una constante en los medios masivos, el fenómeno de los personajes 'mediáticos'. Algo que, cree, existe desde hace mucho y define como una suerte de club de socios, con figuras que se acomodan en diversos lugares desde el poder del club y a quienes se pone a prueba una y otra vez hasta constatar que son funcionales y ahí, quizá, encuentran algún espacio de brillo. “En algún momento -afirma- tuve oportunidad de entrar a ese club y no quise; buena decisión, mala, no sé. Pero al menos puedo estar seguro de que valgo por lo que soy”.

- Algunas veces se acepta hacer cosas por necesidad.

- En muchas ocasiones acepté trabajos que no hubiera elegido sino hubiera sido precisamente por necesidad.

- Pero no cosas de las que te tengas que avergonzar...

- No, porque siempre puse lo mejor de mí. Mirá, hay dos posturas con respecto al tango Cambalache de Discépolo. Una que es la que se preconiza como una verdad inalterable: que esto es así, fue así y seguirá siendo así.

- Que el mundo fue y será una porquería...

- Y la otra es el alerta de un poeta, para decir que no lleguemos al 2000 de esa manera, que podemos evitarlo nosotros que somos los únicos bichos capaces de separar la paja del trigo, de razonar entre el bien y el mal, de saber que las conciencias no están vacías, que siempre algún golpecito las despierta, que somos personas que tenemos la posibilidad de soñar. De creer, de amar y decirlo. Yo adscribo a esta segunda postura. Porque sé que no es lo mismo San Martín que Cabrera, el científico que se quema el alma para descubrir un medicamento que el laboratorio que después lo va a comprar y cajonear o no, de acuerdo a la cantidad de dinero que pueda obtener con él. Pero la que manda hoy es la otra versión, y todo el que dice 'y que querés, si esto es así' está adhiriendo a esa otra, ayudando a que efectivamente sea así. Y termina siendo un adherente sin beneficios del club que maneja todo.

Algunos hitos

Solá cuenta con una trayectoria tan intensa como extensa y multipremiada. En cine, “No habrá más pena ni olvido”, “Asesinato en el Senado de la Nación”, “El exilio de Gardel”, “Sur”, “Una sombra ya pronto serás”, “Bajo bandera”, “Casas de fuego”, “Tango”, “La puta y la ballena” por nombrar solo algunas entre el medio centenar en las que participó. En televisión, episodios de “Nosotros y los miedos”, “Compromiso”, “Atreverse”, “Cartas de amor en casette”, -entre otras intervenciones protagonizadas tanto acá como en España-, y la exitosa coproducción argentino-española “El oro y el barro” que ganó el Martín Fierro y otras distinciones internacionales.

En teatro saltó a la fama con la obra “Equus” de Peter Shaffer dirigido por Cecilio Madanes en 1976, aunque la pieza se levantó en esa primera etapa por una bomba que colocaron en el teatro de La Plata. Luego vendrían “El hombre elefante”, más adelante “Camino negro” y, ya con el colectivo Errare Humanum Est -integrado por prestigiosos actores como Dario Grandinetti, Juan Leyrado, Hugo Arana y el dramaturgo Manuel González Gil- llegaría el éxito de “Los mosqueteros del Rey”. Y por fin, en 1995, la obra de su vida: “Hoy: El Diario de Adán y Eva, de Mark Twain”.

EL DIARIO DE ADAN Y EVA

Solá y Paula Cancio, bajo la dirección de Manuel González Gil, están girando por todo el país con una nueva y remozada versión de esta obra.

- ¿Por qué recomendás “Hoy, el diario de Adán y Eva”?

- Sólo voy a plantearte interrogantes para los lectores, que ellos saquen conclusiones y elijan si vale la pena o no, ir a ver El Diario...”: ¿Por qué esta obra fue la más premiada del teatro argentino aquí y en España? ¿Por qué la crítica de dos continentes ha sido unánimemente elogiosa con ella? ¿Por qué el espectador la ha aplaudido de pie en más de doscientas salas colmadas? ¿Por qué se dicen de ella las cosas más bonitas que puedan hablarse de un espectáculo? ¿Por qué se la recomienda con tanta insistencia, por texto, dirección, actuación y arte, de una manera tan sostenida? ¿Será porque es la única que puede disfrutarse desde los 14 a los 99 años? ¿Será porque sus palabras, que elevan la conciencia, ya no se estilan en el teatro? ¿Será porque nadie puede negar su sonrisa constante, la risa que despierta el fruto de la sencillez de su juego teatral? ¿Será por la emoción que despierta en cada corazón abierto al amor, al respeto, al tiempo compartido, al paso sincero y agradecido por esta vida?; ¿o al milagro único que se produce, cuando, se comprende que nada ha sido en vano, que el porqué de la vida es la vida misma, suceda lo que suceda en ella?"

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