Socorro, estoy envejeciendo

15-12-2016

En realidad, no se sabe por qué envejecemos. Hay numerosas hipótesis e investigaciones para desentrañar el misterio, aunque hoy sólo tenemos dos condicionantes certeros: la herencia genética y el medio ambiente, que a través de los siglos interactúan entre sí. Por eso cada persona envejece de manera distinta. La carga genética forma parte de esa dosis de azar que nos hace tener una expectativa de vida más larga si nuestros padres y abuelos vivieron mucho tiempo.

El medio ambiente comprende todo lo que nos sucede desde la fecundación, las condiciones del embarazo, el nacimiento, la familia, la alimentación, la actividad física, la vivienda, la educación, las enfermedades, el clima, los accidentes y los amores. Sobre todos estos aspectos se puede intervenir para aspirar a un envejecimiento pleno y saludable.

Es esencial contemplar los aspectos propios del envejecimiento y ante cada síntoma que demande asistencia aplicar la “regla de los tercios”. Consiste en establecer, cuánto hay de envejecimiento normal, cuánto de patología o enfermedad y cuánto de inactividad o desuso. Es muy grande la magnitud que adquiere eso de mantenerse activo. Dejar de hacer, abandonar los hábitos y costumbres, tiene la misma importancia que la enfermedad y el envejecimiento, por eso toda consulta debe indagar sobre este aspecto y promover la actividad adaptada a cada paciente.

El marco general para una buena estrategia de asistencia y cuidado es el tiempo. No es posible atender a los adultos mayores como requieren y merecen si no les damos tiempo. Ellos tienen tiempo, necesitan del tiempo, y lamentablemente quienes formamos parte del equipo de salud le dedicamos cada vez menos. El tiempo es la enfermedad de nuestro tiempo. Ofrecemos consultas exprés, de cinco a diez minutos, cuando a esa edad las personas, por sus propias particularidades, requieren hablar y ser escuchadas, ser observadas clínicamente y que se les realicen prolijos exámenes físicos. Todas estas acciones necesitan un tiempo que excede largamente esos escasos minutos. No hay una buena asistencia médica sin tiempo. No hay aparato que reemplace la escucha, la mirada, el tacto y la reflexión diagnóstica. En un mundo donde los pacientes viven cada vez más, las consultas duran cada vez menos. La tecnología nos resuelve muchos problemas pero aún no reemplazó a la persona del médico que el adulto mayor va a consultar.

El envejecimiento impactó en las relaciones familiares, sociales, económicas, políticas, urbanísticas y de salud. La vejez es vestida de conceptos culturales que terminan afectando la relación con los mayores. Casualmente, establecer la categoría de “adulto mayor” ya es en sí misma una forma de discriminación.

Nuestra sociedad define hábitos y costumbres con una fuerte influencia de los medios de comunicación. La televisión, y ahora también mucho de lo que aparece en la web, condicionan las subjetividades. La publicidad influye en los estilos de vida de la población. Desde el color de pelo, el peso, la vestimenta, el celular, el vehículo, los electrodomésticos, hasta los gobernantes. El soporte económico de estos espacios comunicacionales se basa en un modelo de consumo, donde el objetivo excluyente es vender productos. Quienes consumen, quienes pueden acceder a estos bienes lo hacen tras la quimera de la felicidad; que para el patrón de la imagen, es ser jóvenes, delgados, ricos y saludables de manera eterna.

Los medios de comunicación son el moderno lecho de Procusto, que propone una medida única para toda la sociedad. Procusto acostaba a sus enemigos y los estiraba o recortaba para que entraran en ese lecho. Él mismo terminó su vida cuando sus adversarios lo acostaron sobre su creación. El modelo televisivo e informático termina imponiendo un ideal de belleza, de juventud y de bienes de consumo donde la vejez no entra. La ancianidad se instituye como un fracaso, como una pérdida, como una carga o molestia social. En el lenguaje que enseñamos a las criaturas, el que viene, si nos portamos mal, es el viejo de la bolsa, no el joven. Una docente que nos reprueba es una vieja de m..., aunque recién haya salido del profesorado. La lista podría seguir. Se utiliza a la vejez como un disvalor.

Nos debemos una revolución cultural que permita entender que llegar a viejos es un logro, un éxito colectivo, y que implica una sabiduría aún no reconocida.

Carlos Presman

Médico especialista en Gerontología- Docente- Escritor

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