Secretos de la longevidad

18-01-2017

Por Carlos Presman*

La tecnología ha vuelto traslúcido al cuerpo humano. Hoy podemos ver una persona en imágenes tridimensionales y a color. Las pruebas de laboratorio desentrañan detalles impensados hace unos años. Pero estos avances que tanto nos asombran, son sólo una parte de la realidad, no debemos olvidar que también aparecen patologías nuevas y desafíos terapéuticos inesperados. Muchos de los médicos actuales valoramos, cada vez más, los aspectos sociales y los hábitos de los pacientes como piezas fundamentales de su salud. Considerar al paciente como una sumatoria de órganos inconexos entre sí, ha quedado en el pasado de las ciencias médicas. Hoy la tendencia es incluir en la consulta su biografía, su entorno laboral, familiar, afectivo y social.

En la década del sesenta la medicina empezó a estudiar la problemática de la demografía desde el punto de vista de las enfermedades, puso los 65 años como edad límite para decir que alguien es un adulto mayor. Antes se era anciano a los sesenta años y probablemente con el tiempo se defina anciano a partir de los setenta u ochenta. El problema surge porque hay personas de sesenta años con un deterioro mayúsculo que se encuentran jubilados y con necesidad de asistencia, y otros de ochenta o más que están activos y son independientes en su vida cotidiana. Debido a ello se creó el concepto de “valoración geriátrica integral”, porque es de manera interdisciplinaria, analizando los aspectos biomédicos, sicológicos y sociales de una persona, que se puede establecer si un adulto mayor es frágil o no. El índice de fragilidad nos permite conocer el grado de vulnerabilidad a las enfermedades y por lo tanto establecer conductas de prevención, diagnóstico, tratamiento e indicaciones de asistencia social.

En medicina hay un dicho clásico “no hay enfermedades, hay enfermos”. La frase intenta sintetizar la complejidad que distingue a cada paciente y reafirmar que si bien la medicina pretende ser la más científica de las humanidades, también debería ser la más humana de las ciencias.

Quienes nos dedicamos a atender adultos mayores decimos: “No hay edades, hay funciones”. Hay adultos que son ancianos y ancianos que son adultos. ¿Y qué hace la diferencia? Además de estos factores que hemos enumerado y de una buena dosis de azar, es fundamental “estar en actividad”. ¿A qué se refiere con esto doctor? me preguntan frecuentemente y no es fácil definirlo; depende de las posibilidades de cada persona, de su oficio, su historia clínica, su entorno y su biografía. Pero dejemos en claro que hablamos de actividad física, actividad intelectual y actividad social; porque estos tres aspectos son los pilares fundamentales de nuestra integridad como personas y como miembros de la sociedad. Al acercarnos a la vejez debemos asumirla como tal, por lo tanto “estar en actividad” no implica continuar igual con todos los aspectos de nuestra vida; pero podemos encontrar nuevas ocupaciones y relaciones humanas en nuestro tiempo libre. Es tan importante mantenerse en actividad: “la función hace a la edad”.

Todos vamos a envejecer, todos nos vamos a morir, la ancianidad es el desenlace natural de nuestras vidas. La medicina ha desarrollado la geriatría para estudiar la forma en que se enferman los adultos mayores y las estrategias de prevención para mejorar su calidad de vida.

Hace unos años se estudiaron comunidades donde sus integrantes se acercan al siglo de edad. Se encontraron indicios que nos permiten presumir algunos secretos para llegar a las tres cifras. Hay factores biológicos propios de cada persona como la carga genética, hay aspectos de enfermedades y, sobre todo, el entorno socio-ambiental, a saber: la alimentación, el agua, el aire que se respira, la actividad física que realiza, cómo convivimos entre nosotros y con la naturaleza. Estos son aspectos que de un modo u otro podemos mensurar. Pero, ¿cómo estudiamos y cuantificamos los sentimientos, el sufrimiento, el placer y las ganas de vivir? Estas personas, ¿deseaban vivir 100 años?

Lo cierto es que nadie tiene una receta para llegar a viejo. Sabemos qué nos hace daño y qué nos hace bien, pero estos conocimientos distan mucho de ser los secretos de la longevidad.

(*)Médico especialista en Gerontología. Docente, escritor.

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