Plaza de Mayo, entre la guerra y la paz

30-07-2018

Ramón Becco | Cronista de mitos y leyendas populares.

Ramoncito Becco, amante de los mitos y leyendas, cansado de las fake news y de la posverdad, decidió visitar la Plaza de Mayo. La idea era observar in situ cómo había quedado luego de más de seis meses de trabajos y tras la reinauguración realizada el pasado 29 de mayo. Recorrer la plaza es entrar en la historia, por las dudas si nunca lo hiciste, aprovechá, todavía es gratis.

Fue un lunes gris, lluvioso. Por esas cosas de la vida, se le antojó similar al 25 de mayo de 1810. La plaza, desde sus comienzos, fue un lugar de guerra, de confrontación, de expresión del conflicto. Donde hoy está la Casa Rosada antes estuvo el Fuerte. Esa era zona de querandíes y pampas, pueblos que antecedieron a la Nación, desalojados violentamente por la conquista blanca.

A modo de recordatorio hay que decir que un 11 de junio de 1580 Don Juan de Garay clavó el símbolo fundacional, un pedazo de tronco, en los terrenos de lo que sería “la Plaza”, tal como lo establecía la “Ordenanza de descubrimiento, nueva población y pacificación de las Indias”, firmada por Felipe II unos años antes.

En aquellos tiempos cada rey imponía su impronta de armado citadino. Así fue que a la Santa María de los Buenos Ayres le cupo un diseño que exigía una Plaza de Armas y un puerto o embarcadero. Garay vino con 64 vecinos de Asunción (del Paraguay) que se convirtieron en los primeros pobladores. Así, los primeros porteños fueron guaraypas, y a mucha honra.

Ramoncito recorría las nuevas baldosas blancas buscando algún indicio de la última batalla política desplegada en la plaza. A pocos días de inaugurada (casi en soledad) por el jefe de gobierno, Horacio Rodríguez Larreta, miles de manifestantes venidos en Marcha Federal, le dieron su simbólico bautismo de fuego.

Otra cuestión controvertida quedó cerrada con la inspección ocular de Ramón: el piso había recuperado la silueta de los pañuelos blancos. Ahí estaban de nuevo, señalando el camino de la ronda que las Madres de Plaza de Mayo recorren cada jueves.

Las rejas, la recova y algunos testigos

El hecho más notable de la nueva Plaza de Mayo es que las vallas policiales surgidas como consecuencia del “Corralito” del año 2001 ya no están más. En su lugar hay unas rejas similares a las que desde hace mucho tiempo tiene la Casa de Gobierno. Las rejas incluyen grandes puertas que, en tiempos de paz, habilitan el paso a los transeúntes por las veredas y a los colectivos por las calles Rivadavia e Hipólito Yrigoyen que quedaron más angostas.

Los símbolos del poder siguen incólumes, por lo menos ediliciamente. El Arzobispado, el Banco Nación, que un siglo antes fue el Teatro Coliseo, la Afip, el Cabildo y la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, aunque las autoridades de esta última gestión migraron hacia el sur de la ciudad.

A Ramoncito se le ocurrió conversar con algunos testigos que pudieran dar cuenta del impacto de los últimos cambios y de cómo es la vida de quienes trabajan en la Plaza de Mayo.

Así fue que se acercó a hablar con Roberto, el canillita que tiene su quiosco sobre la vereda del Banco Nación. Las rejas rodean el escaparate que quedó amurallado entre fierros.

Roberto hace 40 años que tiene el puesto de venta de diarios. “Si antes vendía 100 diarios, ahora vendo sólo 10. Esa caída en las ventas nada tiene que ver con los cambios ni las rejas. Es que ahora se venden más juguetitos o miniaturas y souvenirs ya que los celulares nos van sacando lectores”, lamenta resignado.

Roberto está contento con las rejas. Dice que así no le romperán su lugar de trabajo. Nacido en Italia, sus padres lo trajeron a la Argentina cuando tenía apenas un año. Su visión del mundo está muy cerca del gobierno actual. Será por eso que piensa que uno de sus principales clientes, el obispo Jorge Bergoglio, a quien respeta y reconoce una gran amabilidad como cliente de diarios, lo abandonó desde que se fue a Roma. “Se olvidó de nosotros -comenta- se olvidó de los argentinos.” La reflexión queda abierta pero no disimula su diferencia con los posicionamientos políticos que asume Francisco.

Para Roberto, las rejas de la Plaza de Mayo, sirven para poner límites a mucha gente que no cuida, que no tiene consideración y “en las movilizaciones usa las veredas de baño”. Dice que antes se le subían al techo del exhibidor y al día siguiente amanecía todo roto. Tiene un mal recuerdo de la movilización del ´86 cuando Maradona saludó desde el balcón: “me destrozaron todo”, se enoja. Y en otra convocatoria de Cristina le pasó lo mismo. El escaparate actual es fruto del reconocimiento de Rodríguez Larreta y Roberto así lo valora.

Media cuadra más al oeste, junto a las rejas del Arzobispado, está el puesto de venta de cubanitos y garrapiñadas. Allí se ubica Luis desde hace 10 años. Con su ollita de cobre prepara maníes azucarados que vende a 25 pesos la bolsita de celofán más chiquita. “Está un poco cara pero todo aumentó demasiado y no puedo venderlas más baratas”. En el carrito se esconde la garrafa que “dura poco más de un día”. A Luis lo entusiasman las movilizaciones. Tiene el mejor de los recuerdos para el cliente más famoso: Bergoglio. “Un gran hombre, cuando aquí no estaban las rejas, dormía y vivía gente. Bergoglio los ayudaba, los atendía.” Luis también se acuerda bien de Néstor Kirchner, “otro grande”, dice.

En general los personajes permanentes de la plaza son bastante parcos para hablar. Inclusive el lustrabotas de Yrigoyen no quiso dar ningún testimonio. Silencios de época, masculla el cronista.

Proyecto de Investigación UBACyT, dirigido por Alberto Boselli y Graciela Raponi. Una publicación que narra

la transformación urbana de la Plaza de Mayo durante los últimos 200 años.

La Plaza de Mayo es la unión de dos plazas. Lo que hoy dividen las rejas, antes de 1870 separaba una recova que iba de lado a lado. Dejaba de un lado la Plaza del Fuerte o Plaza Mayor y otra, más florida, nominada de la Victoria en honor al triunfo criollo de las invasiones inglesas.

Según cuenta la leyenda, cada gobernante de la ciudad puso o sacó algo de la plaza. Alguno plantó palmeras traídas de Brasil que suplieron o complementaron a los árboles paraísos o plátanos.

La plaza iba en bajada hacia el embarcadero. Pero el arquitecto, urbanista y paisajista francés Jules Charles Tahys -como Director de Paseos- impuso el relleno sobre el que se montó la Casa Rosada. Según cuentan las crónicas de época, Tahys diseñó la mayoría de los parques de la ciudad y muchos lugares turísticos como las Cataratas del Iguazú en Misiones.

Tahys, gracias a Dios, no incluyó en sus decorados la guillotina nacida en su país de origen. Seguramente enterró para siempre la utilización de la horca que estaba frente al Cabildo y no le tocó lidiar con los pases a degüello con el que algunos caudillos porteños coronaban las batallas más famosas entre confederados y porteños. La plaza fue escenario tanto para la guerra como para la paz.

Sujeta a los caprichos del poder y a los gustos personales de los mandantes, la plaza siempre está en movimiento. Algunos pergeñaron el monumento a Belgrano con la idea de que mirara hacia el centro de la ciudad, pero otro lo obligó a mirar eternamente a la Rosada.

La pirámide no siempre tuvo la estatua de la libertad en su cima. Nació como un obelisco con pocos atractivos y quizás por eso siempre estuvo sometida a curiosas decoraciones.

Con las patas en la fuente

Las fuentes, donde los “cabecitas negras de Perón metieron sus patas” según el relato más reaccionario de la historiografía nacional, no son las mismas que las instaladas en 1870. La Exposición Universal de París de 1867, impuso la moda de los monumentos de hierro. Así fue que se adquirieron dos réplicas, ya que la plata no alcanzó para traer las originales francesas. Las dos fuentes hoy lucen en la intersección de las avenidas 9 de Julio y Córdoba, lejos de cualquier movilización.

Y ya que estamos con las fuentes conviene recordar que el odio a los “cabecitas,” desató una de las acciones más atroces y violentas de las que se tenga memoria. Fue el 16 de junio de 1955, cuando aviones que buscaban la muerte de Juan Perón mataron a un número desconocido de civiles sorprendidos en la plaza o en las calles aledañas.

Pero la plaza no siempre fue un campo de batalla. Fue también expresión del comercio, lugar de oración y por supuesto de celebración. Las Fiestas Mayas, aunque reconozcan formatos muchas veces contradictorios, surgidos de la ideología gobernante, son la expresión de la Fiesta Nacional más antigua del país. Nacida el 25 de mayo de 1911, justo cuando se cumplía el primer año del nacimiento del primer grito patrio.

Un dato más que Ramón quiere tirar desde el estribo. Donde nace la Avenida Rivadavia, frente a la Casa Rosada, sobrevive un oscuro edificio que fue y es sede de los Servicios de Inteligencia del Estado, la SIDE, hoy devenida en Agencia Federal de Inteligencia, AFI. Allí mismo, donde alguna vez lució el Hotel Argentino, un señor llamado José Hernández, escribió los versos de la mítica historia del gaucho argentino convertido en leyenda nacional: el Martín Fierro; que -por lo que se ve- es hijo de la Plaza de Mayo.

Suscribite al newsletter

COLSECOR Noticias

* no spam