Pampa y fierros

15-03-2019

Matías Cerutti | Viajero, cronista y narrador

Pito Campos | ilustraciones

Las máquinas calentaban los motores en la línea de largada del circuito Pedro Caregio, de Arata. Las hinchadas, expectantes, levantaban temperatura con cada acelerada de los pilotos del TC pampeano. Uno de los automóviles, conducido por un piloto de Santa Rosa, largó adelantado. Ricardo Lencioni, piloto de Caleufú, con su filosofía de que la ansiedad mata a la experiencia, continuó toda la carrera confiando en la resolución postrera del comisario deportivo. Pero para el público que había llegado para festejar el triunfo del caleufucense cada vuelta significaba un puntito más en el control de temperatura, que siguió elevándose durante toda la carrera, casi a punto de quemar fusibles.

El TC pampeano es una de las categorías de automovilismo zonal más atractivas del país. Unos años atrás, en el garaje de Lencioni se había diseñado el prototipo tomando como parámetro autos de otras zonales y buscando crear una categoría barata, que se pudiera construir en los talleres de las localidades de la zona, con motores seis cilindros de Ford, Chevrolet, Torino y Valiant. El 20 de junio de 1986, el piloto de Caleufú disputó la primera carrera junto a otros tres pilotos, de Pico y Trenel, en el circuito el Abuelo, de Colonia Barón. Después se fueron sumando más autos y se fue ajustando la reglamentación; con vehículos con tanta potencia y tan poco peso la cosa se volvía riesgosa. Llegaron a presentarse máquinas que eran verdaderos engendros sobrevolando la tierra a 200 kilómetros por hora.

En 1989 se concretó el campeonato y Ricardo Lencioni se consagró primer campeón del TC pampeano. En los '90, el zonal germinado en una cochera de Caleufú se había convertido en la categoría espectáculo del automovilismo pampeano y llegó a tener más de 40 coches en la línea de partida de la pista de Arata, circuito particular si los hubo: cuando se lo regaba un poquito de más era un jabón y cuando estaba seco, un vidrio. Lencioni se sentía de local allí la tarde en que el piloto oriundo de la capital provincial largó de improviso y tuvo que soportar las injurias de los hinchas que se desalmaban en improperios cada vez que pasaba por donde ellos estaban.

Los circuitos del TC pampeano eran, por aquellos añorados tiempos, de tierra. Luego la categoría trascendió las fronteras pampeanas y comenzó a correrse en asfalto, en pistas de provincia de Buenos Aires. En esos primeros años Lencioni era el chofer del colectivo que cubría la línea desde Pico hasta Caleufú. Ni bien se bajaba del bondi, se encerraba a preparar la máquina para el compromiso del próximo sábado. Siempre fue así, un apasionado del automovilismo.

“Para correr en categoría zonal o tenés mucha plata o trabajás mucho pero siempre necesitás una familia que te respalde”, decía siempre Lencioni. Y él tenía su familia con más de 20 integrantes que ayudaron a dar a luz y a sostener la leyenda. En la “familia”, parientes, amigos, vecinos no había ningún mecánico, el que más sabía era uno que manejaba un tractor. Pero el de Lencioni no era el único equipo de TC representando a Caleufú; llegó a haber cuatro pilotos. En un pueblo como éste no hay forma de que en la semana no se crucen integrantes de familias enfrentadas por el automovilismo, tampoco es evitable el contrapunto de gastadas y respuestas; pero el domingo, después de la carrera, todos comparten el asado.

Con algunos pilotos de otras localidades la rivalidad no era tan amistosa. Aquella semana, previa a la carrera en el circuito aratense, los que merodeaban la esquina del Caleufú Fútbol Club se daban una vueltita por el taller de Ricardo para pispear cómo venía la mano y brindarle una palmadita de envión que el piloto se guardaba en estado potencial, en reserva hasta la señal de largada del próximo compromiso.

Pero el de Santa Rosa no había respetado el código y el fastidio de los fanáticos del colectivero aumentaba con cada vuelta, sobre todo con cada vuelta de vino que circulaba más rápido que los autos en la pista.

Cuando cruzaron la bandera a cuadros, la tribu caleufucense salió disparada a reclamarle al comisario deportivo, quien no daba indicios de sancionar al ganador. Lencioni, que llegó en segundo puesto, temió que el reclamo terminara en tragedia y siendo el padre de la categoría no veía la forma de detener la marabunta que se abalanzaba contra la autoridad del evento. Para evitar la hecatombe, el chofer de colectivo tuvo que convertirse en una especie de Fu Manchú Criollo. Mientras corría hacia donde se encontraba el comisario deportivo, lo vio a González, el gallego viejo, montado a la Rambler que en esa oportunidad oficiaba de ambulancia. En ese momento, el ídolo de Caleufú recordó que la Rambler ambulancia se transformaba en porta corona cuando tocaba un velorio en Arata y en su afán por evitar que esa metamorfosis se concretara en pocas horas, se le ocurrió utilizar el polifacético vehículo como uno de esos baúles donde los ilusionistas hacen desparecer a las personas. Metió al comisario en el coche sin que nadie lo viera y le pidió a González que se lo llevara hasta que se calmaran los ánimos y se le perdonara la vida al acusado.

El ilusionista de Caleufú

Caleufú significa, en lengua originaria, otras aguas. En la provincia de Neuquén existe un río con este nombre, pero en el norte de la Pampa no se conoce ningún curso de agua que justifique esta denominación. Lencioni está sentado en la oficina que tiene al fondo de la casa de neumáticos ubicada al lado de la sede del Caleufú Fútbol Club, a la vuelta del lago artificial que se destaca en este hermoso pueblito de La Pampa. “Para mí que lo del nombre tiene que ver con un arroyo subterráneo que se origina como a 50 kilómetros de aquí. En la zona que nosotros llamamos Los Barriales hay una surgiente, el agua pasa por las afueras del pueblo y desemboca en la laguna Embajador”, explica Ricardo, que llegó a Caleufú cuando tenía cuatro años.

Su padre había vendido el camión con el que trabajaba en General Pico y compró el colectivo para trazar la línea de transporte de pasajeros que él continuaría recorriendo por muchos años, mientras despuntaba el vicio fierrero. Antes de comenzar con el automovilismo había incursionado en las motos, compitiendo en algunas carreras de speedway y motocross. Después, copiando de las revistas autos de categorías zonales de otras regiones, comenzó a diseñar lo que se convertiría en el primer auto del mítico TC pampeano. Cuando la categoría se oficializó, el colectivero precisó del apoyo de un grupo de colaboradores para poder estar a la altura de las circunstancias. “Teníamos un equipo al que me gusta decirle familia. En nuestro equipo siempre hubo mujeres y nos organizábamos repartiendo tareas que cada uno hacía con total responsabilidad, desde preparar el auto para la carrera hasta la logística para la comida del fin de semana y el cuidado de los niños”. Los colaboradores se bajaban de la cosechadora o cerraban el negocio en el que trabajaban y se dedicaban al auto. Los fines de semana se lo dedicaban a la carrera: los sábados las pruebas y el domingo la competencia; “Imaginate que si no tenés una familia que te acompañe y que le guste esta vida, enseguida empiezan los problemas”, dice el expiloto, ahora restaurador de autos antiguos.

En las paredes cuelgan cuadros con fotografías que rememoran campeonatos, subcampeonatos y autos restaurados. Hay una hermosa maqueta hecha por Sergio Martín de uno de los autos que utilizó en su categoría preferida. Lencioni incursionó en Supercar y en Promocional, donde no le fue mal: logró dos subcampeonatos en cada categoría. Pero lo suyo era el TC, le gustaba por las hinchadas y por los tipos de autos, que llegaban a 180 kilómetros por hora en circuitos de tierra. Cuando sintió que ya le quedaba poco tiempo para estar en condiciones de competir, volvió a la categoría que él había creado y se despidió con un bicampeonato.

“Hay tres cosas que me ponen muy mal”, confiesa Lencioni, “primero que critiquen a los amigos, segundo que maltraten a un animal y tercero que me critiquen el pueblo.” Cuando llegó a Caleufú fue muy bien recibido y siente que es su lugar en el mundo. El destino le tendió una mano al acercarle una compañera de “fierro” que vibra en la misma frecuencia y con quien recorre las rutas argentinas a bordo del Ford 66, que alguna vez compitiera en el Turismo Carretera y que Ricardo restauró para estrenarlo en su viaje de bodas a la Quebrada de Humahuaca. En La Maruja todavía resuenan los ecos del escape del Ford de ocho cilindros que anunciaba la llegada de la seño Raquel a la escuela, pues la esposa de Lencioni acudía a su trabajo con el auto que había restaurado su marido. Los Lencioni siguen recorriendo el país, representando a Caleufú en los encuentros Ford que se realizan cada año.

“Hace dos años, después de restaurar un Falcon para mi primo decidí decir basta, era el auto número 13 que hacía, pero después apareció una cupé 38 que está ahí en frente, después un Ford A que compramos e hicimos con mi primo, después un Ford 34 que es ese que está ahí...” mientras Ricardo sigue mencionando autos que restauró y otros que tiene proyectado hacer, me quedo pensando en el poder de la pasión: hay aquí un chofer de colectivo que dejándose llevar por su entusiasmo por los automóviles se transformó en un verdadero ilusionista.

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