Naturaleza cooperativa

12-01-2011

Córdoba. Este “finde” tenemos la minga, me había comentado días antes por teléfono Ana Celia Puosa, la directora, muy entusiasmada. Nos invitó.

Allá fuimos para ver de qué se trataba esto de levantar paredes con los materiales del entorno: arcilla, paja y caña. Con gran curiosidad y muchas preguntas, muchísimas preguntas formuladas desde el prejuicio, llegamos hasta el lugar lejos del centro de Río Ceballos, en la provincia de Córdoba.

Era sábado, mediodía. Un sol de estío. Ya en el terreno donde se construye la futura escuela, la primera gran y estúpida pregunta. ¿Qué es eso? Un aula, me respondió la directora que había salido a nuestro encuentro. La estructura es octogonal y es la primera en pie de los ocho módulos que tendrá inicialmente el edificio.

Descalza, recién salida del pisadero donde amasan el adobe, Ana nos hizo de guía. “Estamos haciendo en comunidad la escuela”, comentó y señaló a la multitud laburadora. “Carecemos de edificio propio y hemos elegido la bioarquitectura  para hacerlo”. 

Entramos al aula, a resguardo del intenso sol, donde Ana se sentó a descansar. Otros se arrimaron. Afuera gente de todas las edades, alegre, a pesar del calor y el cansancio. Nadie parecía intimidado en la minga. Todos trabajan desde muy temprano y se notaba en los cuerpos marcados por el sol. Los alumnos, los padres y los profes, todos, construyen el edificio propio de la Escuela Maestro Alfredo Bravo.

Organizados en grupo separan la paja, empujan carretillas, se trepan a los andamios para tejer la estructura con cañas y alambre o con las manos llenas de barro levantas las paredes, como quimeras. De fondo, insistiendo con la alegría, los acordes de una guitarra que versionaba temas: folclore, cuarteto, todo viene bien para la arenga. Construyendo un sueño colectivo, podría decirse.

La minga de la construcción. Esto significa trabajar en comunidad como lo hacían los pueblos originarios, destaca la directora. La minga es el nombre que las comunidades originarias del continente americano le daban a las instancias de trabajo colectivo y comunitario. En este lugar de Córdoba alumnos, padres, profesores y vecinos que se acercan para ayudar y aprender, todos con las manos en el barro, tienen un objetivo común: el edifico propio de la Escuela Alfredo Bravo. “Es muy loco lo que se siente al ver esto”, dice Ana mientras su emoción va creciendo hasta las lágrimas. “Se habla mucho de los jóvenes que no hacen nada y a nosotros en la escuela nos demuestran día a día que están dispuestos a todo, que sólo necesitan ver caminos que les mostremos a donde ir.”

  

El sistema constructivo. La escuela Maestro Alfredo Bravo es gestionada por una cooperativa y funciona hoy en un espacio alquilado. El 2009 era el plazo que tenían para empezar a levantar el propio. Lo decidieron en una asamblea, construirían la escuela basados en los concentos de las viviendas bioclimáticas diseñadas a partir de los recursos naturales disponibles. “Tiene que ver con una cuestión ecológica, tiene que ver con la calidad de vida y con poder incorporar estas tecnologías que casi estaban desapareciendo”, dice su directora.

El disparador de la idea fue una actividad escolar que realizaron los alumnos en un barrio ecológico de Salsipuedes, localidad vecina a Río Ceballos. En ese lugar “redescubrimos algo ancestral” y pudimos mostrarle a los chicos que se puede construir “impactando lo menos posible en el ambiente”, explica Ana.

Como instituto donde los alumnos egresan como maestro mayor de obras, resalta su directora, “tenemos la obligación de enseñar que se debe diseñar con calidad de vida. Tenemos clarísimo que si en las villas en vez de ladrillos huecos y chapa se hicieran las paredes de tierra estabilizada, la gente pasaría menos frío y calor”.

 

Los mitos. ¿De paja y barro? ¿Qué pasa cuando llueve? ¿Y las vinchucas?. Son algunos de los interrogantes que debieron refutar a la hora de encarar una construcción ecológica que usa adobe en vez de cemento. Hubo, por supuesto, que derribar algunos mitos. “Hay gente que cree que esto se hace sin estructura antisísmica y Uds. han podido ver que la estructura de madera es antisísmica”, explica Alicia Gigena arquitecta, docente de la escuela y una de las autoras del proyecto. 

Lo cierto es que el discurso dominante desde la década del 30, cuando irrumpe el cemento en la industria de la construcción, se empeñó en asociar a la casa de barro con la pobreza y las vinchucas. “Pero el problema con los ranchos de adobe es que no se revocan. La realidad es que si “una pared de tierra estabilizada, como son estas, se revoca y se pinta (por supuesto que con materiales alternativos a los tradicionales) no tiene diferencia” con las otras agrega Ana Pousa. Lo que está en juego es la posibilidad de elegir en cuanto a calidad de vida “porque estas paredes de tierra respiran”.

“Elegimos construir con adobe, o tierra estabilizada, porque permite la aislación térmica”, argumenta Ana Pousa. Con este material, adentro siempre hay entre 16 y 18º de temperatura. En esta región de las Sierras Chicas la amplitud térmica entre el verano y el invierno es muy alta. Como tampoco hay gas natural, calentar los ambientes en invierno es muy caro.

Además, cada octógono tiene una lucera cenital que permite la entrada de luz natural en forma permanente. Y los techos vivos, con tierra y pasto.

La escuela circular. El círculo integra. La palabra y el conocimiento circulan desde distintos lugares y en condiciones de igualdad. Todos se ven, todos se escuchan. El diseño del edificio de la Escuela Maestro Alfredo Bravo, proyectada por tres arquitectas docentes de la escuela, tiene poco de lo que estamos habituados a transitar dentro de las instituciones escolares.

La estructura montada sobre módulos octogonales dispuestos en círculo responde a la “pedagogía cooperativa”, explica Pousa. En la Alfredo Bravo los chicos no se sientan en hileras sino en mesas compartidas. “Que un compañero pueda enseñar a otro tiene que ver con la circulación del conocimiento y la comunicación fundamentalmente”.

Como espacio público, esta es la primera escuela en Córdoba que se hará bajo los conceptos de la bioarquitectura. “Así que están todos mirando y siguiéndonos”, sonríe Ana.

El recorrido para llegar hasta la instancia actual no fue sencillo, hubo que fundamentar la idea ya que ni siquiera existen ordenanzas locales que rijan este tipo de construcciones, lo mismo en las dependencias educativas provinciales. “Creo que cuando se intenta cambiar algo que está impuesto desde hace muchos años son caminos lentos pero que hay que caminarlos y en eso estamos, dice Ana y cuenta que tienen el apoyo de la Cátedra de Estructura de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Córdoba y del INTI.

Los maestros, el ejemplo. En 2004 Río Ceballos tenía cerca de 22 mil habitantes, dos escuelas secundarias y dos casinos. Sí, “dos casinos”, cuenta Ana Pousa. Las estadísticas decían que “el 50 por ciento de los chicos que terminaban la primaria no tenía un banco” en el nivel medio en la localidad. Algunos se repartían en las escuelas de la zona y “un 20 por ciento quedaba sin escolarizar, en la calle”.

Entonces, para el intendente local no hacían falta más secundarios. Fueron los docentes, solos, quienes decidieron darle a los jóvenes una oportunidad. Nació así la Escuela Maestro Alfredo Bravo administrada por una cooperativa de trabajo de 35 personas. Durante cuatro años no cobraron un peso, fue ad honoren. Hasta que en 2007, después de sortear la burocracia llegó el dinero para los sueldos.

Si bien la ley encuadra a esta escuela dentro de los institutos privados de enseñanza, lejos están de parecerse. Para construir su edificio propio no reciben ayuda oficial ni privada. Lo conseguido hasta aquí es en base al esfuerzo de los alumnos, de los padres y de los profesores  que donan el diez por ciento de su sueldo para el sostenimiento escolar.

Con las mingas “nos vamos dividiendo trabajo, convocamos gente, cada uno pone desde donde sabe la experiencia para aportar a la cooperativa”, describe Daniela Talone, presidente del Consejo de Administración de la entidad.

En este momento, la escuela necesita ayuda para completar los techos (unos 60 mil pesos) que “las empresas pueden aportar donando el cinco por ciento del impuesto a las ganancias”, explica Ana Pousa.

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