Por Paola Perticarari
“Soy nacido y criado en este lugar”, dice con orgullo Adolfo. Y se refiere a Chilibroste, esta localidad ubicada al centro este de la provincia de Córdoba. Adolfo creció en el campo, a tres kilómetros del pueblo, en una familia muy humilde “pero con muchas ganas de progresar”. Vivía cerca de las vías, “varias veces creí que venía la tormenta pero era el tren que se acercaba, con mucho humo, porque la máquina era carbonera”.
Estudió en Noetinger, una localidad cercana donde se instalaba de lunes a viernes para seguir el profesorado. Estuvo 27 años en la docencia, fue maestro de primaria, secundaria, y cumplió su sueño de ser director. “Me llevaba muy bien con mis alumnos”, asegura con un poco de nostalgia.
Su pasión siempre fue la historia y haciéndole honor a esto llegó un día de otoño a la cooperativa de Chilibroste, donde nos encontramos. Libros, carpetas, fotos y recortes fueron la base con la que fue tejiendo apasionadamente los orígenes del lugar.
Algo llama la atención en lo que Adolfo va bosquejando y es que en la década del ´50, el pueblo supo tener más de 2.500 habitantes, cuatro veces más que su población actual. “Había mucha gente viviendo en el campo, situación que en la actualidad no se da”. Cuenta que hoy en el pueblo hay bastante población adulta porque muchos jóvenes emigran y que en los últimos tiempos llegó gente a trabajar en las construcciones que se realizan en la localidad.
Salimos a recorrer las callecitas de Chilibroste. Es un pueblo pequeño, prolijo, muy tranquilo cuya población hoy supera los 500 habitantes.
En el recorrido pasamos por el bar sportsman (el histórico ´boliche´ del pueblo donde se toma el vermouth y se juega a las cartas), por la sede del club Santa Cecilia y caminamos por la plaza y frente a la Iglesia. Adolfo explica que “su altar es de mármol de carrara y fue encargado a Europa por Doña Julia de Chilibroste, familia que que poseía tierras en la zona. Cuentan que una tarde el altar llegó en el tren, muy bien protegido en cajas de madera. Todo un acontecimiento”.
Pasamos frente al lugar donde se está construyendo el geriátrico, un gran anhelo de la localidad “es una necesidad imperiosa, sobre todo para evitar el desarraigo de los adultos mayores”, indica Adolfo y llegamos a su casa, donde rápidamente quedan al descubierto sus otras pasiones. Una bici en el patio, “me encanta el ciclismo”, asegura, y al fondo un taller de carpintería y herrería. Fanático de Florencio Molina Campos, muestra su colección de láminas, almanaques y otros objetos con obras del artista con las que va a los colegios a dar charlas. Este hombre activo explica que siempre le gustó participar en distintas instituciones, dentro de las que se encuentra la comisión de fútbol del club Santa Cecilia, la agrupación gaucha y la comisión de cultura y deporte municipal. Hoy, integra el Centro de jubilados, desde donde se motorizan distintos proyectos.
Le pregunto sobre la estación de tren, un ícono en la comunidad, y explica que hace unos años la localidad participó en un programa de una ONG que promueve el desarrollo de pueblos rurales del país, por medio del cual se recuperó el edificio y se creó la Estación de Cultura, donde se ofrecen varias actividades.
Por las tierras de don Chilibroste
Adolfo explica que en los últimos años se construyeron varias viviendas, “lo que para nuestra localidad es un gran avance” y que “Chilibroste no se ha extendido, pero en el radio urbano hay más población”, como para graficar agrega su frase, “mi pueblo no se agrandó, se llenó”.
Charlando sobre la historia, cuenta que a este lugar se lo conocía como Colonia Santa Cecilia y que es una población antigua. Fue el italiano Don Pedro Tiscornia, que tenía tierras en el lugar, quien logró la aprobación de los planos. El primer tren de pasajeros llegó en 1912 y se toma esa fecha como origen del pueblo, aunque Adolfo explica que hay registros de que en esa época ya había gente en el lugar. “Para mí surgió en 1883”, asegura.
¿Y el nombre? Porque si hay algo que despierta curiosidad en este pueblo es su nombre.
“Su primer denominación fue Santa Cecilia y entre el ´19 y el ´20 cambia a Chilibroste, el apellido de un hombre que en esa época era propietario de las tierras aledañas. Tengo documentados los debates que se dieron en torno al tema”.
El pueblo se fue conformando y creciendo lentamente, se crearon las diferentes instituciones, la Municipalidad, la Cooperativa. “También quedaron cosas pendientes, por ejemplo, nunca se instalaron elevadores de granos, lo que le hubiera dado dinamismo a la localidad”.
Cuenta que entre los 60 y 70 se produjo un despoblamiento rural y en esa última década dejó de pasar el ferrocarril. “Había mucha gente trabajando en los tambos, lamentablemente varios cerraron”. Explica que este lugar “siempre fue progresando por el influjo del campo... todo en torno al campo. Hoy hay muy pocos tambos, predomina la agricultura y en menor medida la ganadería”.
Los principales festejos tienen que ver con las patronales, que se celebran el 29 de junio en honor a San Pedro, mientras que para el 12 de Octubre se organiza el campeonato de fútbol reducido en tiempo, con partidos de entre 10 y 20 minutos que se realiza desde 1935. Todo un clásico en la zona. Llegan equipos de distintas localidades y “es un día de encuentro, vuelve gente que vive fuera del pueblo, es algo muy lindo”, explica Adolfo.
A pesar de ser un pueblo futbolero “ahora no hay fútbol, los chicos van a localidades vecinas”.
En la parte artística, se dan talleres en la Estación de Cultura y en el centro de jubilados. Adolfo cuenta que uno de los descendientes de los Chilibroste es artista. “Santiago vive un tiempo en Europa y otro en Argentina y tiene un atelier en el pueblo, donde vende sus obras y da cursos de vitraux”. Por otro lado, la Agrupación Gaucha “La herradura”, se ocupa desde hace años de resguardar la cultura y la tradición.
Y así, luego de haber caminado en otoño por sus prolijas callecitas termina el recorrido por este pueblo y llega la hora de emprender el regreso desde esta entrañable localidad llamada Chilibroste.