La TV a las piñas

29-03-2019

Martín Becerra | Profesor e Investigador UBA, UNQ y Conicet

Varios medios recordaron en enero último el 15 aniversario de una pelea televisiva que aún circula profusamente en dosis de video en redes sociales digitales y que sigue incomodando a sus viejos protagonistas. Se trata de la visita del empresario de la carne y político peronista Alberto Samid al estudio televisivo en el programa que Mauro Viale conducía en América TV en 2002. La entrevista fue tensa desde el inicio y terminó a las piñas.

La evidente antipatía entre Viale y Samid fue subiendo de tono, con posiciones fronterizas con el antisemitismo, en el caso del invitado (a raíz del seudónimo que adoptó el periodista, cuyo nombre real es Mauricio Goldfarb), y con la acusación de que Samid habría sido evasor impositivo y que habría avalado la bomba del atentado a la AMIA, en el caso de Viale. Allí Samid le reclamó rectificación y, ante la negativa de Viale a arrepentirse de su imputación, comenzaron las trompadas (Viale también lanzó patadas) en medio del estudio y de la transmisión en vivo.

La pelea tiene condimentos que le aseguraron vigencia y recuerdo incluso entre quienes no habían nacido en 2002. Es que, a diferencia de otras polémicas cotidianas en la TV (e inherentes a la TV), la de Samid y Viale es distintiva y memorable porque supuso cuatro rupturas: en primer lugar, rompió el carácter representacional de la discusión para hacerla acto, al pasar a las manos de modo imprevisto y con una estética descuidada que se cargó la integridad del set televisivo; en segundo lugar, ese imprevisto rompió la planificación industrial del flujo televisivo -que en los hechos es menor de lo que el público supone-, y cuando una institución como la TV es superada por los acontecimientos, produce fascinación en su público; en tercer lugar, rompió el contrato explícito e implícito del género, ya que desbordó el carácter ficcional o semificcional de la mayoría de los conflictos televisados (ese guiño que el público conoce tanto como los protagonistas de “hacer como que” se pelea o de ensayar efectivamente la pelea pero exagerando las formas) y, en lugar de ofrecer el consabido espectáculo a lo "Titanes en el Ring", se transformó en un pugilato en toda regla fuera de toda previsión; y en cuarto lugar, tanto Viale como Samid son personajes auténticos en el papel de antihéroes, son políticamente incorrectos (o mucho menos correctos que el promedio) y creíbles, ambos, como “chicos malos”.

En efecto, mientras que otros conductores que construyen un perfil público amable y simpático, Viale padre (no así su hijo Jonatan) hizo y hace bandera de una moral menos pulcra, mientras que Samid, a diferencia de políticos profesionales esmerados en una imagen afable, eligió un perfil áspero y camorrero. Ambos eran percibidos como brutalmente honestos, aún cuando no hayan optado por la vía de la impostada civilización revestida de marketing de la mayoría de conductores y políticos.

La pelea, pues, fue completamente verosímil a los ojos de la audiencia, tanto que los propios cruces desprolijos y la alternancia de planos también descuidados, le otorgaron a la escena mayor credibilidad en el registro en vivo de lo que se distingue como “televisión verdad” en un medio tan habituado al recurso de la fantasía y a la impostura.

Además, la polémica es un género que siempre despierta interés en el público. Es una representación de la lucha en la que los contenientes despliegan con arte sus argumentos mientras, en simultáneo, buscan desacreditar los de su adversario. En la TV la polémica es un género transversal a cuestiones políticas, de espectáculos y deportivas. Tanto, que hay ciclos famosos en la historia de la televisión argentina organizados en base al principio del fuego cruzado entre posturas antagónicas. En términos mediáticos, el conflicto "garpa". Y, como esto es sabido tanto por los programadores audiovisuales (bastaría preguntarles a los productores de envíos como Intratables) como por las audiencias, hay una sobreexplotación del recurso hasta su escenificación adulterada, donde se fabrica artificialmente el conflicto en pos de producir un entretenimiento que tiene como objeto central avivar el género, con un guiño implícito a la audiencia que participa del juego explorando sus límites, variaciones y referencias al repertorio de conflictos previos.

En tiempos en que la audiencia televisiva decae, ciclos como Intratables explotaron el recurso del conflicto en un formato coral y ruidoso que, si bien conspira contra la posibilidad de exponer ideas y debatir argumentos de fondo, representa la pelea que entretiene a una platea ávida de reconocer en su dirigencia política algunos de los defectos de la gente común, esa que no sale en la pantalla. Y el mecanismo de identificación resuena en la cabeza de los programadores con el morbo de la pelea entre Viale y Samid.

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