La lectura arde, el fuego apaga el pensamiento

31-07-2018

Si la cultura es una llama que se mantiene encendida gracias a la palabra, los libros son el cofre que la humanidad ha creado para que esa llama se transmita y sobreviva a las cenizas y el polvo. La escritora belga Marguerite Yourcenar escribió en su libro Memorias de Adriano la siguiente frase: “El verdadero lugar de nacimiento es aquel en el que nos miramos por primera vez con una mirada inteligente. Mis primeras patrias fueron los libros”.

Esa concepción del valor de los libros es útil para disfrutar una de las obras más reveladoras del escritor norteamericano Ray Bradbury, llamada Fahrenheit 451.

El 29 de abril de 1976, el coronel Jorge Gorleri convocó en la sede del Regimiento 14 de Infantería en la ciudad de Córdoba a los medios más importantes de la provincia. Cuando los periodistas llegaron se encontraron con una pila de libros y varios soldados “armados” de bidones de nafta. Las imágenes pueden verse en fotografías y videos de la época. Los soldados tiran nafta y encienden las llamas con la certeza de que al “quemar” en realidad están “apagando” algo muy peligroso: ideas. Así se desprende de las palabras del mismo Gorleri, jefe del regimiento ubicado en el camino a la ciudad de La Calera: “Incineramos esta documentación perniciosa que afecta al intelecto, a nuestra manera de ser cristiana y, en fin, a nuestro más tradicional acervo espiritual sintetizado en Dios, Patria y Hogar”.

Entre las imágenes de la rueda de prensa encontré hace 12 años en el archivo del diario La Voz del Interior una que me llamó la atención. Entre muchos libros destacaba uno color azul en el que se leía (grande) la palabra CUBA escrita con mayúsculas. Bastaba leer el título completo para entender hasta qué punto el absurdo es parte del horror en cualquier régimen totalitario. El libro era un manual sobre mecánica y el título completo decía: LA CUBA DEL AUTOMOTOR.

Corría el año 2006 y en la guía telefónica busqué el apellido Gorleri. Después de varios llamados llegué a un pariente y, finalmente, encontré la dirección de la casa donde el excoronel vivía con su hija, en Mar del Plata.

-Sí, es mi papá. Pero no quiere hablar con la prensa.

-Le quiero consultar por la quema de libros en el Tercer Cuerpo.

-No. Él no quiere hablar. Le agradezco.

-Le hago una pregunta. ¿Ustedes tienen biblioteca?

-Por favor le pido que no vuelva a molestarnos.

Pequeño, ignorante y cobarde, Gorleri quizá no sabía que la orden que el genocida Luciano Benjamín Menéndez le había dado en 1976 lo alineaba con una larga serie de hombres que creyó que los libros (y la llama cultural que estos albergaban) eran el enemigo. Que incendiarlos era apagar los “malos pensamientos” que guardaban.

Va una lista antojadiza: Teófilo, en 391, atacó y quemó -acompañado de una horda de violentos- parte de la biblioteca de Alejandría. Allí se encontraba la más inmensa acumulación de cultura del mundo antiguo. Años más tarde, en 415, la misma biblioteca fue atacada por un grupo de monjes católicos que, además, asesinó allí mismo a la mujer que era su directora, la matemática Hypatia. La leyenda -muchos la discuten- es que el final definitivo del templo fue marcado por Omar I que, antes de quemar el edificio, habría dicho: “Si esos libros están de acuerdo con el Corán, no tenemos necesidad de ellos, y si éstos se oponen al Corán, deben ser destruidos”. Los incendiarios-bomberos no eran sólo católicos o musulmanes. En 213 a.C., en China, Shi Huangdi ordenó quemar todos los libros excepto aquellos que hablaran de agricultura, medicina o profecía. Más cerca en el tiempo, Francisco Jiménez de Cisneros (en el año 1500) ordenó quemar todos los ejemplares del Corán en Granada, España. Otro católico, fray Juan de Zumárraga, inició una hoguera en el año 1530 en Tetzcoco (México) con todos los escritos aztecas que pudo encontrar. El Fray era un exorcista que veía al diablo en todas partes. Diego de Landa continuó con el trabajo de Zumárraga: en 1562 hizo quemar 27 códices de los antiguos mayas. Sólo tres textos de esa civilización sobrevivieron al odio. El 10 de mayo de 1933 el estratega comunicacional nazi, Joseph Goebbels, arrasó las bibliotecas de 22 ciudades alemanas y quemó todos los libros relacionados con el pueblo judío.

FAHRENHEIT 451, basada en el libro del mismo nombre escrito por

Ray Bradbury y publicado por primera vez en 1953.

Dirección: Ramin Bahrani.

Guion: Ramin Bahrani y Amir Naderi

Una producción original de HBO con la producción ejecutiva: Ramin Bahrani,

Sarah Green, Michael B. Jordan, Alan Gasmer y Peter Jaysen.

Reparto: Michael B. Jordan y Michael Shannon

Disponible en COLSECOR Play | HBOGO

Casi todos los hombres y proyectos políticos autoritarios intentaron acabar con la literatura (de cualquier tipo) porque, por el sólo hecho de existir, ponía en riesgo su continuidad en el poder. La búsqueda del pensamiento único es una necesidad de todo aquel que necesita la perpetuidad y esa es la génesis que inspiró el libro escrito por Bradbury. En el libro -y la película- el protagonista es un bombero (Montag) y en ese mundo futurista los bomberos no se dedican a apagar incendios, sino a incendiarlos y más específicamente a perseguir (y quemar) a todo aquel que posea un libro. La clave está en que cualquier herramienta que promueva el pensamiento -hasta un manual del automotor- es una manera de mirarse a uno mismo con una mirada inteligente y en un régimen totalitario, eso es subversivo.

La película está bien lograda. Si bien el argumento se respeta, la versión cinematográfica llevada a la pantalla por Ramin Bahrani se aleja del relato original y por momentos se cruza con -se podría decir que se apropia de- escenas de otro libro del tipo: 1984, de George Orwell. No está mal. El cruce entre textos no es antojadizo y, debido a la complejidad del régimen totalitario descripto por Orwell, con la presencia del Gran Hermano que todo lo ve y todo lo controla, la película de Bahrani, logra más sustancia melodramática y sobre todo el pretexto para ser, además, una película de acción.

Lo más hermoso del libro de Bradbury es apenas un detalle. Un detalle subversivo que lleva a quienes se oponen al fuego que pretende apagar las ideas a resistir de la manera más violenta posible a ese intento de acallar la voz de los libros. La labor, que implica poner el cuerpo conmovedora y pacíficamente es suficiente para leer el trabajo de Bradbury. Lo contamos porque no implica un spoiler sino una reivindicación de la obra del maestro de la ciencia ficción. Para que los libros sobrevivan, los rebeldes no toman las armas como opción política. Toman los libros. Y los toman convirtiéndose en esos libros. Memorizándolos, leyéndolos hasta que se llaman a sí mismos como los libros que aprendieron.

Invitamos a ver Fahrenheit 451. También a leer el libro de Bradbury y cualquier otro libro porque, como supo inscribir el emperador Adriano en el ingreso a la biblioteca que hizo en honor a su amiga Plotina, la literatura es un “hospital del alma”.

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