La amistad nos hace libres

21-03-2019

Dante Leguizamón | Periodista

Mi mamá se llama María Victoria Ponza. Está jubilada y desde hace unos años se ha convertido en una abuela maravillosa -y a veces jodida-. Así como es capaz de hacerles escenas a sus nietos que los ponen incómodos, tiene unos ovarios enormes que le permiten -¡a los 69 años!- subirse con los seis a un avión (pagando el viaje de todos con sus ahorros) y llevarlos a pasar ocho días maravillosos en el mar. De la misma forma, “la abu” se dedica todas las semanas a que los seis tengan promedios altos en las materias que les enseña: Matemática (es profesora de Matemática y Física), Inglés (maneja a la perfección el idioma) o Italiano (es su segunda nacionalidad y lo habla igual que al inglés y al castellano).

Ayer vino a tomar unos mates y le dije lo mismo que voy a decirles a ustedes ahora: “Tenés que ver My Brilliant Friend. Habla de nosotros. De nuestro pasado. De nuestra historia. Del esfuerzo de nuestra clase social por salir de la condena que implicaba ser pobres y víctimas en la segunda mitad del siglo 20. También habla de la amistad y de cómo, hasta hoy, sólo la educación y los libros, pueden darnos el poder para dejar de ser plebeyos o, al menos, no serlo de la manera pasiva en que a veces parecemos condenados a serlo”.

Ese es el eje de la serie cuya primera temporada puede verse completa en HBO GO. Una historia que reseña varias cosas y entre ellas que la amistad entre mujeres -tantas veces ridiculizada y cuestionada por los varones-, quizá haya sido y sea una de las armas más importantes para resistir la prepotencia del patriarcado. Esos gestos de generosidad -y contención- de las amigas ante las injusticias, son una de las llamas que quizá sea la génesis de lo que hoy llamamos sororidad.

Elena y Lila

Rafaella (Lila) y Elena (Lenú) viven en un barrio pobre en las afueras de Nápoles de los años 50, durante la posguerra. Rafaella es la menor de los Cerullo; Elena, la mayor de los Greco. Las vidas de esas familias transcurren siempre en el barrio y la dinámica es bastante simple, rodeada de una violencia latente: los padres gritan y pegan a sus mujeres, las esposas lloran y pegan a sus hijos, los niños pelean entre ellos y las niñas esperan a crecer para ocupar el lugar de sus madres en la casa o en otra casa, convertidas en esposas de nuevos violentos. Sólo “los ricos” (el comerciante, el mafioso y algún funcionario público) tienen derecho a ciertos placeres y sólo los hijos de “los ricos”, pueden llegar a los libros y la educación.

Lenú y Lila se adoran. Juntas van a luchar como puedan contra cada una de esas realidades que parecen impuestas para siempre. En ese camino vivirán los cambios culturales de un siglo en el que casi todo mutó hacia otras formas. Una de las grandes maravillas de My Brilliant Friend es el paso de ese tiempo que se ve en los rostros y la mugre de sus protagonistas, pero también en la ropa, los vestidos, y la locación del suburbio de Nápoles, donde la tierra nubla la vista todo el tiempo. El barrio va transformándose hasta que aparecen los primeros autos y más tarde los fuegos artificiales y después la televisión y finalmente los colores de las publicidades modernas junto con el asfalto.

Mi mamá creció en un barrio de Córdoba, también en calles de tierra. Las chicas de la serie nacieron apenas cinco años antes que ella y, como ella y muchas más, lucharon contra padres que consideraban que la educación era una pérdida de tiempo. A los ocho años la madre de mi mamá le dijo que, como ya sabía leer y escribir no hacía falta que siguiera estudiando. Ella, que había encontrado en los libros la posibilidad de escaparse (igual que las protagonistas de la serie) de una vida a la que parecía condenada, se rebeló y siguió yendo al colegio. Para que eso fuera posible resultó imprescindible la ayuda de la familia de Alicia, su amiga.

Resulta que Alicia tenía una posición social un poquito mejor y sus padres valoraban la educación. Entonces, cuando vieron que mi mamá quería seguir estudiando, decidieron regalarle los libros de estudio. Gracias a esa ayuda inicial (también la dejaban leer novelas de su biblioteca, la única del barrio y más tarde ver tele en el primer aparato de la cuadra) “la abu” de mis hijos terminó la primaria y después se financió el estudio del secundario dando clases particulares a chicos más grandes. Finalmente se convirtió en profesora de Matemática, Física y, si no recuerdo mal, una cosa que se llama Cosmografía.

Mi mamá recuerda que mi abuela nunca mostró satisfacción por sus estudios, pero que mi abuelo la ayudaba siempre que podía con pequeños gestos y detalles. Una vez me resumió las diferencias sociales y culturales en el barrio con una anécdota sencilla: “Se veía en muchos lugares. Uno de ellos era que, a la hora de salir a jugar después de almorzar, los más pobres, salíamos con un pedazo de pan en la mano. Alicia, en cambio, salía con una fruta”.

La historia de Rafaella y Elena habla de eso. De dos nenas pequeñas en tamaño y enormes en sueños que creen que, a través de la educación y la cultura, podrán salirse de ese lugar donde con pequeñas y enormes armas como la inocencia, la esperanza y la solidaridad van descifrando el mundo.

La serie, los libros

La serie se basa en una trilogía de la escritora italiana Elena Ferrante y ya se está filmando la segunda temporada. Se trata de una producción de HBO junto a la RAI y TIMvision. Cuenta con 150 actores, más de 5.000 extras y un set de grabación de más de 200.000 metros cuadrados. Está dirigida por Saverio Costanzo y un guion en el que participan el propio director y la autora de las novelas.

El relato empieza con una Elena de 60 años que recibe una -otra más- noticia inquietante de su amiga de la infancia y se sienta a escribir sobre ella amenazándola: “Te prometí que nunca lo haría pero estoy muy enojada. Por eso contaré toda tu historia y no sólo lo que vi, sino lo que sé y todo lo que me contaste durante estos años. Esta vez sí llegaré hasta el final y ya veremos quién gana”.

La serie logra captar lo mejor del melodrama, tiene algo de culebrón y una densidad narrativa que muestra que una amistad real no puede estar exenta de celos, envidias, broncas, enojos tontos y de los otros, pero hay una sola cosa que debe prevalecer: la generosidad.

Escaparse

Aunque la educación era una ventana, las jóvenes de los años 50 y 60 tenían que luchar contra demasiadas trabas culturales para escapar de la dinámica del barrio y la familia. Una de las formas de escape más seguras era el matrimonio; otra (no siempre de la mano), el amor. Además, también podían servir el aislamiento y el enojo o hasta la locura y la política. Todas esas alternativas de fuga (que son también de encuentro con ellas mismas) están representadas de manera maravillosa en esta serie que muestra que el camino hacia “el ser” está lleno de engaños y dificultades. Cuando Elena y Rafaella van exhibiendo su deseo de escapar, el mundo en el que viven decide resistirlas porque esa actitud rebelde pone en riesgo el statu quo y el dominio de los hombres.

Es interesante ver cómo, en medio de esa lucha, Elena y Rafaella logran encontrar hombres y mujeres sensibles y hombres y mujeres que parecen insensibilizados por los golpes de la vida. Si existe el progreso, en la serie se ve cuando un padre alcanza a intuir que vale la pena pagar la educación de su hija o cuando una maestra dedica su vida a estimular a aquellos que pueden tener las oportunidades que ella no tuvo. Del mismo modo, si hay una imagen reaccionaria, es la de la madre que se niega a que su hija haga otra cosa que no sea limpiar la casa, como si condenar a su pequeña a vivir la misma vida que ella funcionara de venganza contra el mundo que la condenó.

En el caso de nuestras protagonistas, al arañar los 20 años (en ese sendero transita el final de esta temporada que los invitamos a ver) cada una hace como puede, porque a veces lo que parece ser útil para fugarse del destino termina encadenándonos al mismo lugar del que queríamos escapar. Muchas veces no somos conscientes de hasta qué punto esos espacios de los que escapamos mientras nos estamos construyendo como individuos, nos terminan formateando. Al final de cuentas, la resistencia más profunda termina siendo contra nosotros mismos.

Epílogo

Mi mamá se casó y se divorció. Fugó y se encontró. Crió a sus hijos y un día, cuando ya habíamos pasado los 15 años, se animó a contar cómo daba clases de Matemática vinculadas con la literatura y el arte en una escuela pública. En diferentes lugares del mundo se deslumbraron con eso. En los siguientes años viajó a presentar su trabajo a Brasil, Canadá, España y algún otro país. Un día, la misma nena que comía pan en las calles de tierra de su barrio llegó hasta Japón para contar que, gracias a la literatura y la matemática, había logrado cambiar su mundo.

Un día mis abuelos estaban de visita en casa. Ella llegó corriendo agitada. La habían seleccionado (una de dos latinoamericanos) para escribir junto a 50 especialistas de todo el mundo el documento del fin de milenio de la Federación Internacional de Matemáticas, en Francia. Mi abuelo la felicitó, pero tímidamente: mi abuela ni se sonrió y le pidió que pusiera la comida a hervir.

Mi mamá sintió lo mismo que sintió a los ocho años cuando le dijeron que dejara de estudiar y vi que se le caía una lágrima, traía una bolsa con frutas en la mano. Después miró a sus hijos que corríamos a abrazarla y el llanto se convirtió en carcajadas. El pasado había quedado atrás pero un poquito le quedaba adentro y estaba bien. Después de aquel viaje rechazó todos los ofrecimientos académicos y se dedicó a esperar a los nietos a los que les enseña, sobre todo, a ser ellos mismos.

Alicia, su amiga, falleció hace unos años. En mi casa su recuerdo es una especie de mito y a mí me divierte pensar que su hijo es periodista como yo.

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