Juan Falú, nuestra entrevista del mes

22-12-2016

* Por Cecilia Ghiglione

Juan bajó del auto guitarra en mano. Su semblante parecía bueno, sin malestar físico aparente. El día anterior, una llamada de su productora había cancelado esta entrevista por “un problema de salud”, agregó sin más detalles. Con buena voluntad de las partes, la cita se postergó un día más y no quedó otra que ceñirse al entretiempo que dejaron libre los programas en vivo de la radio y la televisión. Después me enteré que la afección de Juan fue causada por una uña rota, lo que requirió una visita urgente y sin turno a una manicura.

Sobre las uñas, las limas y los guitarristas podrían escribirse tratados, dice Juan Falú en el libro que escribió narrando cuatro décadas de vivencias con la música. De recomendable lectura, en Ridículum Vitae (2003) cuenta el momento donde una uña a punto de romperse, le jugó una mala pasada en la cárcel de Devoto cuando estaba dando un show: - “¿Alguien tiene una lima? -, pregunté a los presentes. Después de observar en el público algunas sonrisas no muy convencidas y otras expresiones de franco fastidio, caí en la cuenta de mi desubicación y me juré llevar siempre un juego de limas en el estuche”.

Falú se hace escuchar a pesar del ruido de fondo del televisor y de las conversaciones satélites en otras mesas del bar donde nos sentamos a charlar. Después de hablar del show que daría en Córdoba al día siguiente con el quinteto La Remidola prometiendo un cruce entre la música de cámara y la música popular argentina a través de sus composiciones, la conversación discurrió hacia otros rumbos.

Pensé en su tío, el gran Eduardo Falú, y mal supuse que fue quien primero le puso una guitarra en las manos. Juan refutó esa versión. “Fue mi padre quien puso una guitarra en sus manos y en las mías. Así que será siempre el principal hacedor de mi musicalidad. Mi padre era abogado, pero sobre todo era un melómano. Entre otros instrumentos tenía una guitarra Tango y con esa me enseñó a tocar. Era muy incómoda, yo no entiendo cómo hice para tocarla a los 8 años”.

Te definís como guitarrista de oído. ¿En algún momento estudiaste?

Cuando mi padre y mi tío vieron que tenía oído musical me dijeron: “Tenés que estudiar. Hay que ser disciplinado y esforzarse”. Entré a un conservatorio y si bien fui un alumno rebelde supongo que algo aprendí porque muchos piensan que tengo formación académica por mi manera de arreglar y tocar la guitarra.

¿Cómo has llevado el mandato familiar de la música, en especial con la referencia de tu tío Eduardo Falú?

Fue una mochila enorme, pesada. En general cuando me lo preguntan digo que ´fue´ porque ya tengo mi camino, pero pareciera que uno va descubriendo cosas de uno mismo. Me doy cuenta que me ha sido difícil sentirme valorado a la par de una figura tan grande como la de ese tío que he tenido. Es un temita que me apareció ahora este año cuando empecé a preguntarme por algunos enojos que estaba teniendo. En verdad creo que ese mandato familiar me asustó bastante, por eso me escapé de la fórmula estudio-disciplina-rigor y me fui a la de la calle: noche-vino-guitarreadas. Más de una vez la guitarra se me ha cruzado con el vino y la amistad, en encuentros domésticos, apasionados que acabaron siendo mi verdadera escuela. Tanto me marcó el tío Eduardo que con el tiempo hice una suerte de desandar el camino para quedarme con mi propia construcción.

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Madrid - Antes de tocar le rogué a la presentadora que hablara de mí y no de mi parentesco con Eduardo, famoso y querido en España.

- Soy el sobrino - respondía mil veces a la pregunta sobre los lazos. - Es mi tío -, menos veces, como para situarme en el centro de la relación. - Es mi madre - , en ocasiones que los huevos me llegaban al piso.

En los últimos tiempos, ya con el tío lanzando a su propio hijo al estrellato, apelé a la fórmula de la Santísima Trinidad para señalar que, estando el padre y el hijo, yo vendría a ser el espíritu santo.

La presentadora me juró que hablaría de Juan y punto. Cumplió. La presentación excluía cualquier parentesco con nadie. Si hasta parecía que hablaba de un artista huérfano. Para finalizar dijo: - Con ustedes, Eduardo Falú. (Ridículim Vitae, 2003)

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¿La psicología fue una elección para correrse de la herencia?

Ya había hecho mi escuela con la música unos años cuando entré a la facultad de Psicología. Me atribuía a mí mismo cierta capacidad para comprender al otro, una cosa así. Ahora no estoy tan seguro de eso. Pero en ese momento sentía que podía intuir lo que le pasaba al otro. Esto en términos populares sería: yo sentía que los junaba. No hubo otro argumento en realidad. De algún modo me resultó sencillo recibirme porque aproveché la vocación abnegada para estudiar de las chicas, que eran mayoría, y le aporté un sentido de síntesis. Yo leí a través de ellas los libros que no leía directamente. Pero nunca me imaginé que en la situación del consultorio, ya ejerciendo, iba a entender los verdaderos problemas de la profesión. Ahí me di cuenta que estaba más para el diván que para el sillón y que no podía sostener desde lo personal una profesión tan delicada.

Dictadura y exilio

En los inicios de la dictadura tucumana comandada por el represor Domingo Bussi, la pensión de los santiagueños en la calle San Luis sirvió de refugio. “Nos juntábamos todos. Incluso Lucho, mi hermano menor, que seguía ciertos pasos míos de la militancia, los amigos y la guitarreadas. Después de que se lo llevaron maldije las identificaciones”, cuenta Juan en su libro, recordando aquel lugar como un templo de guitarreadas, poesía y humor pero también de discusiones acaloradas.

Hace unos meses, el Equipo Argentina de Antropología Forense identificó los restos de Luis Eduardo “Lucho” Falú, en el Pozo de Vargas. Tenía 25 años cuando el mismo Bussi lo mató. Esther Baaclini - la mamá de Lucho y Juan - murió un día después de conocer la noticia de la identificación de los restos de su hijo.

¿Qué recordás de esos años?

Recuerdo el día en que me fui de Tucumán a Buenos Aires en mi renoleta, recuerdo el abrazo de mi padre en la puerta de mi casa, presintiendo lo que vendría después. Habíamos tenido un desliz en un operativo y nos tuvimos que ir porque me di cuenta que me habían fichado. No era ningún cuento de hadas, la cosa era así y te podían matar. Me fui a Buenos Aires, pero la cosa se puso peor. Con la desaparición de mi hermano Lucho ya no dudé y me fui del país. Elegimos Brasil porque estaba cerca, siempre pensando en volver. En ese entonces tenía 28 años y un hijo de un poco más de un año. Pero esa vuelta fue al final de la dictadura, ocho años después.

Lucho, 40 años después

No pudo despedirlo nuestro padre. Tampoco nuestro hermano Ricardo que se nos acaba de ir. Tal vez tampoco pueda nuestra madre, en este momento respirando su último aire en una sala de terapia intensiva. La Esthercita tiene 99 años.

El dolor la fue llevando hacia el irremediable olvido como forma de mitigar angustias y las desesperantes preguntas sin respuestas. Pero una madre parece saberlo todo. No en vano amaga pañuelos de despedida al día siguiente de la identificación de los restos de su hijo Lucho.

Y Lucho nos devuelve toda la vida resumida en la noticia esperada, la vida resumida en unos huesos que marcan presencia. La vida resumida en nuestra memoria. Es el hermano querido de siempre, el orejudo de la infancia, el wing izquierdo de la adolescencia, el juntador de libros del pensamiento nacional en su truncada adultez. El tucumano de un Tucumán que nos dolía con orgullo y llegó a dolernos con vergüenza. (...) Juan Falú

¿El exilio también trajo nuevamente la música?

Nunca dejé la música en realidad. Pero irme fue para mí fue un momento de maduración personal que derivó, entre otras cosas, en el surgimiento de la actividad creativa musical: empecé a componer, a hacer mi música, y a desprenderme del manto sagrado de Eduardo Falú. El primer trabajo que tuve en aquel país fue de músico en una churrasquería argentina, un reducto tanguero propiedad de un lopezrreguista de apellidado García. Al poco tiempo de estar ahí me fui al América del Sol, un local de música latinoamericana propiedad una boliviana. En Brasil fueron 4 años muy difíciles al principio, los otros con cierta estabilidad laboral y con el nacimiento de mi musicalidad.

¿Cómo fue la vuelta al país, en el 84, ya con una gira europea a cuestas?

Después de la interrupción obligada del exilio, la vuelta al país fue como un segundo comienzo y definitivo por el camino de la música, que no ha tenido interrupciones hasta hoy. En estos años he formado parte de muchos dúos importantes y tal vez el encuentro con Liliana Herrero, con quien grabamos parte de la obra de Leguizamón y Castilla, fue inesperado en su resultado. Nosotros grabamos ese material por amor a esa obra y resulta que muchos jóvenes abrazaron esa música hermosa. En el camino, en más de cuarenta años con la música, toqué donde te puedas imaginar: desde el teatro Colón hasta el más humilde club de barrio, de esos con techo de chapa donde rebota no sólo el sonido de la guitarra sino todo aquello que pueda sonar.

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Guitarras del Mundo

Juan Falú lleva 22 años al frente del Festival Guitarras del Mundo que este año se realizó en octubre. “Creo que el éxito de todos estos años fue haber puesto a la guitarra en primer plano contando muchas historias y no al guitarrista”.

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A tu trayectoria como compositor y músico, le sumas la docencia. ¿Cómo ha sido esta experiencia?

La enseñanza comenzó hace más de 20 años en el conservatorio Manuel de Falla (Buenos Aires). Ahí creamos una Carrera Superior de Tango y Folclore, donde se enseña música argentina en una institución de perfil clásico. En ese espacio fuimos aprendiendo a enseñar con músicos y no con portadores de títulos. Esa cátedra es el único canal que los jóvenes tienen para construir una identidad tan vapuleada en las últimas décadas del país. En esa búsqueda nos dimos cuenta de la interrupción de las identidades culturales que truncó la dictadura. Hoy estoy jubilado del conservatorio pero sigo dando clases en la licenciatura de la Universidad de San Martín (UnSam).

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