Ese extraño lugar llamado Dubai

19-05-2017

Por Facundo Miño

Mitos y realidades de la ciudad vedette del Golfo Pérsico contada por argentinos.

Martín Imperiale recorre Ecuador como mochilero. En Argentina lo aburría la vida de empleado administrativo. Tiene 27 años, algunos billetes en los bolsillos, un short, una remera, unas ojotas y pocas preocupaciones. No tiene ganas de regresar, fantasea con volar a Dinamarca.

-Allá nadie habla español, vos no hablás danés ni inglés ¿por qué no te venís a Dubai?- le dice una amiga por teléfono.

-Pero si voy allá tampoco sé el idioma- contesta Martín.

-En Dubai nadie habla inglés en serio.

Imperiale se postula para un puesto de camarero, supera una entrevista por internet con la ayuda de un profesor de inglés que lo guía en las respuestas. Poco después, aterriza en los Emiratos Árabes Unidos sin tener muy claro dónde está.

La mención de Dubai invita a fantasías desmesuradas: lujo, rascacielos y luces de neón; la vida como un despreocupado paseo de compras. En poco más de 4 mil kilómetros cuadrados de territorio se encuentran el edificio más alto, el shopping más grande y el único hotel siete estrellas del mundo. Allí también están las islas artificiales con forma de palmera o el espectáculo de aguas danzantes que la televisión se empecina en mostrar cada 31 de diciembre. Es una ciudad que maneja con maestría el arte del marketing.

Aunque no hay datos oficiales actualizados, se calcula que en Dubai viven aproximadamente dos millones de personas. Los locales nacidos en Emiratos Árabes son apenas 400 mil; el resto, extranjeros.

Imperiale es uno de los tres mil argentinos que residen allí. En el restaurante no importa que apenas balbucee unas pocas palabras, es blanco. Por su color de piel le dan un salario mejor que al resto de los mozos. Sus compañeros indios, pakistaníes y nepaleses lo odian.

En el departamento en el que vive, las cosas no van mejor. Su compañero de habitación es de Kirguistán, un país que jamás escuchó mencionar. Denuncia a Martín ante sus jefes por escuchar música, lo acusa de consumir alcohol, algo prohibido entre musulmanes. Aunque Martín es cristiano, la empresa que lo contrató no lo tolera en sus empleados. Durante el Ramadán -el mes en el que los practicantes del Islam ayunan durante todas las horas de sol- no puede ni siquiera tomar agua en la vía pública. Martín quiere salir corriendo de Dubai.

Pero se queda. Consigue trabajo en un restaurante italiano, consigue una nueva habitación con un pakistaní y la convivencia mejora. Vuelve a cambiar de trabajo, ahora es camarero en un night club -similar a un boliche-. Su sueldo mejora y vuelve a mudarse con dos franceses. Tiene por fin una habitación propia. Conoce gente, empieza a entender cómo funciona esa ciudad tan extraña.

-Se trabaja un montón acá. Si pueden, te van a pedir que pintes el techo mientras estás asistiendo una mesa, y vas a andar por el negocio con la brocha en una mano y la bandeja en otra.

Sus días comienzan después del mediodía. Desayuna, va al gimnasio, vuelve al departamento, se baña, camina 10 minutos, llega a su trabajo, se queda hasta la madrugada. En sus días de franco recorre otros boliches.

-Empecé a conocer gente con mucho dinero. Cuando voy a otro boliche, me invitan, no me dejan pagar, no tengo que hacer fila. Me volví un poco “careta”- dice y ríe a carcajadas.

Piensa que la cantidad de prohibiciones sólo genera una doble vida.

-Acá te dicen que no podés tener relaciones sexuales, tomar alcohol o drogarte y los primeros que tienen relaciones sexuales, se ponen en pedo y toman droga son los locales.

Valora la facilidad para encontrar trabajo y las posibilidades de crecimiento.

-Un sueldo de 1500 dólares es algo relativamente fácil de conseguir y se puede vivir con menos. Entonces puedo ahorrar.

Martín asegura que no extraña nada.

- Cuando estás lejos, valorás mejor el país que tenés. Hace 16 meses que no vuelvo pero mi familia y mis amigos siguen haciendo lo mismo, soy el único que hace cosas diferentes.

Ya no piensa en irse. Se adaptó. Ahí donde la pose se vuelve indispensable, participa del juego.

- Dubai es el mundo de las selfies, la gente no viene a conocer la ciudad, si querés conocer un lugar lindo te vas a Cuzco, pero cuando querés sacarte una selfie para caretear te venís a Dubai.

Sueños y pesadillas

Paquistaníes, indios, filipinos llegan a esa tierra de los sueños en la que abunda el trabajo para buscar una vida mejor. Aunque es la decimoquinta ciudad más cara del mundo y los sueldos para empleados no calificados sean muy bajos, el cambio los favorece. El lujo que ven por televisión ni los salpica. Trabajan y duermen, trabajan y duermen. No hay día, no hay noche, casi no hay descanso. Con algo de suerte y varios años de esa rutina pueden ahorrar lo suficiente como para comprar una casa en sus países de origen.

El sueño también puede contarse en una versión de pesadilla. Quienes no saben inglés (muchos de los que llegan no lo hablan) quedan obligados a trabajar como albañiles, un oficio en auge para una ciudad que siempre está en construcción. Durante los meses de verano, cuando el calor supera los 50 grados de temperatura, todos deberían quedar licenciados de trabajar. Pero la temperatura oficial jamás supera esa cifra aún cuando todos los demás termómetros alcancen los 54 grados.

Incluso se dice que muchos de los obreros son mano de obra casi esclava, reclutados por una red que les presta el dinero para viajar a Dubai y les retiene sus pasaportes hasta que paguen la deuda. A veces no les alcanza la vida para cancelar esa deuda.

Aunque de tradición islámica, los Emiratos Árabes resultan los más liberales de todo el Golfo Pérsico. Desde su independencia en 1971, estableció una relación de su moneda con la de Estados Unidos: cada dólar americano equivale a 3,67 dirhams. Para extranjeros latinoamericanos la ecuación laboral resulta más favorable que para los propios asiáticos.

La casa de la tía mala

Daniela Gago llegó a Dubai en 2011. No es su nombre real pero como la aerolínea que la contrató, prohíbe a sus empleados dar entrevistas, acepta contar su historia con seudónimo.

-Dubai parece un laboratorio o un quirófano, está todo muy limpio, con muchas prohibiciones. Es como la casa de una tía mala, llena de cosas que no se pueden hacer. Creo que si no hubiera esa cantidad de reglas, sería un lío con tanta gente de diferentes culturas en un mismo lugar.

Su régimen de trabajo es variable. El máximo de horas de vuelo permitidas es de 120 horas por mes, con un mínimo de ocho días libres. La empresa tiene 155 destinos diferentes y ningún empleado tiene ruta fija. Las combinaciones posibles son casi infinitas.

- Es una vida sin estructuras, para gente flexible.

Al igual que casi todos los extranjeros que llegan, sabe que es una ciudad de paso, una etapa más de la vida laboral.

-Dubai no acepta inmigrantes, tu estadía depende de tu visa de trabajo. Cuando se acaba tu trabajo, se termina tu vida acá. Sos empleado, nunca vas a ser ciudadano- explica Daniela.

Destaca la seguridad, su carácter previsible (“vas a un cajero y siempre hay efectivo, vas a tomar el metro y siempre pasa”) y la apertura mental que genera convivir con tantas culturas distintas. Cuestiona el individualismo y la doble moral (“se dicen algunas cosas pero pasan otras; depende de quién te vea, podés tener problemas o no”).

Daniela dice que a nivel urbanístico tiene muchos problemas.

- Es muy difícil desplazarse. Todo te lleva mil horas, nadie sabe, nada tiene direcciones. Hay nombres de calles pero es difícil ubicarte. Incluso ahora con 5 años de residencia, me pierdo cada vez que voy a un lugar nuevo. No soy yo sola, nadie sabe, ni los taxistas conocen.

Tuvo que modificar unas pocas costumbres para no tener problemas.

-No me mezclo mucho con los árabes. Rápidamente aprendés que no podés ir con cierta vestimenta a un shopping o al metro. Igual, a la noche todo el mundo se pone lo que quiere y nadie dice nada. Me encanta escuchar sus llamados a rezar por altoparlantes, es cuando me acuerdo que estoy en un país musulmán.

Sus amigos hablan español, italiano o portugués.

-Me cuesta bastante relacionarme a partir del inglés, no me siento yo misma. No puedo hacer las bromas que quiero hacer, no me sale el registro informal.

Daniela no tiene pensado volver a vivir en nuestro país.

- Cuando te habituás a vivir en una sociedad del no riesgo es difícil habituarse de nuevo al riesgo económico de no saber si vas a tener trabajo, de la inseguridad, de no saber si va a caer el gobierno, de no saber si hay colectivos, de no saber si hay dinero en el cajero. Cosas que quizás en Argentina parecen normales pero que te hacen la vida en cuadritos.

Sin lugar para los débiles

Juan Oliva regresó a Argentina en enero de 2017 pero todavía está aterrizando. Se fue a Dubai en 2012 soltero y como diseñador; volvió al país casado, con una hija.

-Me fui de paracaidista con visa de turista para trabajar de freelancer- recuerda, sentado en una mesa de bar en el centro de la ciudad de Córdoba

Le fue bien. A lo largo de los años hizo fotografía, marketing, diseño, comunicación digital y relaciones públicas en distintas compañías. Se trajo, además, una agenda cargada de contactos y amistades de Emiratos Árabes, Omán, Irán, India y El Líbano.

Cuando partió a Dubai tenía un trabajo estable y asegurado en Córdoba pero le atraía la cultura árabe y quería conocerla de primera mano. Pensaba quedarse algunos años allá, probarse en ese mundo nuevo, foguearse en una cultura extraña.

Un día, casi de casualidad, conoció a una arquitecta argentina que estaba de paso. La agregó a Facebook. Chateaban cada tanto. Después, todos los días. Primero hicieron juntos un viaje. Luego, él vino de visita. El romance creció aunque vivieran en continentes distintos. Ella se terminó mudando a Emiratos Árabes. No planeaban casarse pero tuvieron que hacerlo.

-En un país islámico, para ir al médico y controlar un embarazo, ella tenía que estar casada- dice Juan.

La idea original de la pareja era quedarse unas temporadas más, les convenía económicamente. Las horas de dedicación y el ritmo de trabajo se volvieron insostenibles para criar una hija. Acaban de instalarse en Río Cuarto. Juan planea ir y volver, armar una base de operaciones en Dubai. La define por sus contrastes.

-Es una ciudad maravillosa con millones de oportunidades para los negocios y para crear empresas, con una mezcla de culturas impresionante. Caminás una cuadra y escuchás hablar 50 idiomas distintos. Pero no es para cabezas conservadoras. Al mismo tiempo es poco sustentable: a nivel social es una picadora de carne, a nivel ecológico es un desastre. Tiene la vorágine de vivir la novedad todo el tiempo- explica.

Juan cree que juzgarla con ojos occidentales es inevitable. Pero esa mirada puede dar lugar a interpretaciones sesgadas. Para él se trata de un punto estratégico en el que confluyen Oriente y Occidente, con reglas propias que en Argentina resultan horribles, imposibles de pensar.

-No hay intención política de armar una sociedad amalgamada. Las categorías son estancas y están hasta monetarizadas: un indio puede ganar hasta tanto dinero, su salario tiene un techo por su país de origen. Allá ciertas discriminaciones están institucionalizadas.

En esa permanente búsqueda de lo nuevo, con racismo explícito no hay lugar para los débiles. Tampoco para las personas mayores.

-Dubai no quiere comprar viejos ni pagar jubilaciones, no quiere mantener gente. Te propone una situación de intercambio en la que vos trabajás, hacés tu diferencia y después te vas.

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