Entre tornos y soldadoras

14-11-2016

Llegué a Marull con las últimas heladas. La mañana en este pueblo del noreste cordobés se presentaba muy fría. El césped con un manto blanco delataba las temperaturas bajo cero de la noche anterior. Después de tomar un café en el tradicional Hotel Central, voy a reunirme con Osvaldo Bertone en su taller.

Afuera se observa una máquina inmensa, caballetes, una pieza esperando ser retirada y un acoplado en reparación. Un desorden ordenado. Una imagen perfecta para tener una idea de lo que sucede allí diariamente.

“Soy tornero, soldador, todas esas cosas”, explica Osvaldo. Lo dice así como al pasar, pero al observar su trabajo se ve un oficio de precisión que requiere el dominio de geometría y matemática. Se advierte además la gran cuota de paciencia que implica la tarea.

Estas habilidades son una herencia. “Desde muy chiquito ayudaba a mi papá. Yo llegaba de la escuela e iba al taller, aunque sea para alcanzarle una llave. Cuando éramos chicos jugábamos mucho a las bolitas, salíamos con la gomera y la bicicleta por el pueblo. Igual mucho tiempo no tenía porque si iba al colegio a la mañana, a la tarde me encantaba estar en el taller”.

Piensa en su trabajo y asegura que “uno nunca termina de aprender”. Repetirá esa frase varias veces durante la charla. Mientras compartimos unos mates, va recordando su adolescencia “siempre fui muy observador, tenía 14 años y era una persona que sabía mucho, mi papá ya me delegaba cosas”.

Este hombre de mirada serena y hablar pausado nació en el pueblo. El abuelo, inmigrante italiano, decidió mudarse con su familia desde San Jorge (Santa Fe), “mi padre habrá tenido 9 años cuando llegó a Marull”. La familia fabricaba carruajes y realizaba trabajos de herrería, “hacían jardineras y tenían fábrica de aberturas, que todavía pueden encontrarse en las casas más antiguas de la localidad”.

Los Bertone vivían a menos de una cuadra del centro, “ahora ya no queda nada de esa construcción. Siempre pienso que debe haber sido fácil en esa época conseguir lotes cerca de la plaza. Ahora es imposible, por todo lo que ha crecido”.

Osvaldo estudió en el pueblo cuando todavía no había secundario. “Había que viajar a Balnearia y el que lo hacía, en general era porque después seguía en la universidad. Cuando se creó el secundario yo ya estaba trabajando y era difícil volver a arrancar”.

En su taller hay todo tipo de herramientas. Prensa, amoladora, torno, soldadora... Además de conocimiento, su oficio requiere creatividad en esos momentos en los que no hay repuestos y hay que hacer andar la cosa. “A veces hay que fabricar algunas piezas o arreglar otras, porque ya no se consiguen”. Ese ámbito inevitablemente hace pensar en el valor del trabajo artesanal frente a aquel que se realiza en serie. “A veces para hacer un trabajo le van varias herramientas. Yo no quiero hacer las cosas para que me las traigan de vuelta, quiero hacerlas para que duren. Y para eso tenés que ponerle el tiempo necesario, sea el que sea. Nada de andar a las apuradas”, dice como sentando su manifiesto.

Osvaldo está en el taller mañana y tarde. Cuando no trabaja, siente que le falta algo. “Empecé desde chico y me acostumbré. Por más que esté cansado en la semana, llega el domingo que no voy al taller y me parece extraño”.

Marull, pueblo centenario

Enclavada en el noreste cordobés, es una de las poblaciones cercanas a la Laguna de Mar Chiquita. Su nombre se debe a los hermanos Marull, oriundos de Santa Fe, que compraron las tierras y cedieron terrenos para que pasara el ferrocarril. Fue la llegada del tren la que hizo que lentamente el pueblo se fuera consolidando. En este lugar funcionaron tres hoteles, fondas y comercios. El tren era el principal medio de transporte, porque hasta Córdoba todo era camino de tierra.

En aquel tiempo, el arribo del tren era el gran evento. “Llegaba a las 22.15hs y la gente se juntaba en el andén, cuando era chico mi papá me llevaba porque me gustaba mucho, me acuerdo que iba en la bicicleta”. Hoy la estación está completamente restaurada y se convirtió en el Museo Municipal Marull.

No hay acta de fundación de Marull, pero se toma como fecha el 15 de agosto de 1912.

La familia de Osvaldo llegó a la localidad nueve años después. Los Bertone fueron de esas familias que se convirtieron en testigos del desarrollo de esta localidad que hoy tiene 2000 habitantes.

Las calles eran tierra. “Mi papá contaba que había un molino en el centro de la plaza y que el pueblo fue uno de los primeros en tener agua corriente en la zona”, dice Osvaldo.

Eran épocas de las casas de ramos generales. La casa Capellán se fundó en 1920 y vendía desde ropa, muebles y alimentos hasta artículos de construcción y ferretería. Realizaba también el acopio de cereales. Después vino la de Alonso & Morán y más tarde casa Morzone. “Todo se anotaba en la libreta hasta esperar la cosecha y si era tiempo de vacas flacas se esperaba hasta el otro año. Esta era una zona triguera. En una época la gente se dedicó más al tambo, pero luego lo fueron dejando y hoy la principal actividad es la agricultura, sólo quedan tambos grandes” dice Osvaldo.

Metiéndonos un poquito en la historia de Marull, el pueblo recuerda a los doctores Paolasso y Del Boca y también a la enfermera Lidia Ferreyra. Junto a ellos aparecen infinidad de instituciones, negocios y personajes. ¿Quién no ha probado las delicias de “La internacional”, panadería que con más de 7 décadas en el pueblo sigue funcionando? ¿Quién no ubica a la histórica familia Santandrea repartiendo los diarios?. Cuentan que Don Bartolo Santandrea fue uno de los primeros que tuvo radio y que la gente se reunía frente a su negocio donde instalaba el equipo para escuchar los partidos de fútbol.

Osvaldo vio cómo fue creciendo el pueblo. “De afuera no vino mucha gente. Si algo rescato es que la niñez es muy linda en un pueblo, los chicos andan por las calles en bici, van al colegio o de sus amigos con total libertad”.

Asegura que de joven pensó en irse de Marull buscando nuevos horizontes, pero que “ahora cuando voy a la ciudad de Córdoba o a otro lugar no veo la hora de volver”.

Dice que a la gente de la ciudad `capaz que mucho no le gusta´, porque parece un pueblo muy chico y que él valora mucho la tranquilidad de Marull “del pueblo he faltado pocos días”, dice, como si ausentarse fuera una traición al pago.

Llega el almuerzo y las calles se aquietan. Ya es tiempo de volver habiendo conocido parte de la historia de este pueblito de la mano de Osvaldo, que abrió además su taller para que podamos conocer los laberintos de su oficio.

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