El viejo romance de un pueblo y el agua

29-03-2019

Julián Capria | Periodista

Bibi González | Ilustraciones

Habitantes de una provincia de agua, rodeada de ríos caudalosos, atravesada por cursos más sutiles, arroyos y hasta brotada por manantiales termales, se podría decir que los entrerrianos están en su tierra, cobijados por la frescura elemental casi desde antes de que se inventara la sed.

“De pronto sentí el río en mí/ corría en mí/ con sus orillas trémulas de señas/ con sus hondos reflejos apenas estrellados./ Corría el río en mí con sus ramajes./ Era yo un río en el anochecer,/ y suspiraban en mí los árboles,/ y el sendero y las hierbas se apagaban en mí./ ¡Me atravesaba un río, me atravesaba un río!”

Juan Laurentino Ortiz, nacido en Puerto Ruiz, era quizás un poeta de agua, un poco río como todo entrerriano. Puede sentirse en este poema “Fui al río”.

El ondulado verde del paisaje entrerriano es una postal original de la fecundidad argentina.Es una de nuestras provincias agrícolas y ganaderas más viejas. El pasto abundante que alimenta a los animales fue capaz de generar riquezas, aunque de todos modos siempre fue difícil la convivencia con Buenos Aires, potencia ganadera, que tenía el gran puerto para sacar las riquezas a Europa.

Y entre el agua y la fecundidad está la gente, con su color humano tan definido y sus modos tan fluidos, tal vez como un espejo del río que fluye sin cesar en la eternidad del misterioso viaje circular del agua.

“La entrerrianía es la sonrisa espontánea, la risa fácil, el valor de la palabra, la hospitalidad, dar una mano si podemos ayudar, el tiempo lento, el encuentro, las charlas interminables...”

Silvia Teijeira, pianista, compositora y vecina de Paraná tiene una percepción clara de los modos y de la identidad de su gente. Sus palabras son un retrato acabado: quien anduvo por esas tierras y se ha cruzado con entrerrianos reconoce esos rasgos en las impresiones más evidentes.

La artista, que lleva al Litoral en las entrañas de su música, tiene también a mano una pintura del corazón para hablar de la ciudad capital que lleva el nombre del río mayor, el que conmueve el paisaje, la vida y la cultura de una inmensa región argentina , y aún más allá.

“Paraná es la ciudad río... Con barrancas, espinillos, lapachos; con amaneceres poblados de pescadores trabajando; siestas silenciosas, recuerdos sonoros del barrio del Tambor... Allí vivió Miguel Martínez, nuestro músico que abrazó el río y cantando a la isla del Chacho Müller decía: 'Y el río pasa, algo nos deja, algo se va'”.

Y alguna vez, algún mediodía, nos sorprendimos de encontrar al gran “Zurdo” Martínez, guitarrero y cantor de las cosas entrerrianas y argentinas, en medio de su cotidiano ritual de comunicación con el río. Estaba en el islote Curupí, frente al Parque Urquiza: cantaba abrazado a su guitarra, al cabo de almorzar unos pescados asados en una parrilla aún ardiente. Una postal inolvidable del artista y su lugar.

Nos había llevado hasta allí uno de esos grandes personajes del Paraná entrerriano: Luis “Cosita” Romero, un hombre de corazón de río, que conoce sus secretos como pescador y algo más, y que los ofrece a los visitantes. Su apodo es una vieja marca de la pobreza de la niñez. Le quedó de los días en los que en las calles de los alrededores del Parque Urquiza extendía la mano y pedía “una cosita”.

Hace poco más de 20 años fue protagonista de un memorable episodio de lucha para salvar el paisaje y la vida diversa que contiene a su pueblo. Junto a Raúl Rocco, también pescador y además poeta fueron reconocidos como “los abanderados del Paraná”. Sucedió en 1996 frente al proyecto de levantar una represa en el Paraná que llenó de angustia al paisaje y a la gente. Se montaron en la canoa “La enamorada del río” y se largaron desde Yacyretá.

“Toda esa inmensa diversidad biológica estaba bajo amenaza de desaparición. Salimos remando el 26 de mayo y fuimos deteniéndonos en cada pueblo costero para hablar, repartir proyectos. Casi el 90 por ciento estaba en contra y el proyecto se paró”, nos contaba hace un tiempo. “No sabía nada de ecología; simplemente era un pescador que quería vivir del río. Conseguí este lugar en el mundo y no lo pienso entregar”, decía el hombre que hoy lleva adelante la fundación Baqueanos del río, que intenta transmitir a los visitantes sensaciones más íntimas del Paraná.

Parque, mate e historia

La ciudad capital, mientras tanto, a pesar del crecimiento y del ritmo que impone el siglo 21, mantiene sus viejas costumbres provincianas. Una de ellas es la siesta, que se refleja en la quietud después del almuerzo, pues quien no la duerme tampoco anda en la calle. Los horarios partidos de trabajo de este centro comercial y administrativo apuntalan el hábito.

El lugar de remanso y reunión es el bello Parque Urquiza. Muchos pasean en sus autos lentamente por la Costanera, a veces con la música a todo volumen, mientras que tenderse en el pasto, sobre una reposera o una lona, es una manera de habitar el cielo de la tarde.

A puro mate, claro, porque si es la gran bebida nacional de los argentinos, para los entrerrianos es algo más, casi una savia que llena sus cuerpos y sus sentidos de vida y sensaciones.

Tanto, que hay quienes piensan que el viejo mote de “entrerriano panza verde” viene de la cantidad de mate ingerida, aunque las referencias históricas hablan de las huestes del general Justo José de Urquiza que usaron una pechera blanca que se manchaba de verde cuando los hombres se arrastraban en el pasto.

“El mate es mágico; el que nada tiene para comer, cena con mates, y el que comió demasiado, toma mate porque es digestivo. Cualquier bebida se puede beber de mil maneras, pero con el mate todos se igualan porque tienen que agacharse a beber un sorbito”.

Las palabras son de Francisco Scutellá, uno de los más grandes especialistas del tema, que lleva escrito varios libros (El mate, bebida nacional argentina, es el más difundido). En su casa de Paraná está rodeado de mates-recipientes y dice que sólo toma mate dos veces al día: “Toda la mañana y toda la tarde”.

De regreso al Parque Urquiza, apuntamos que a una de una de las avenidas que allí desemboca, antes llamada Rivadavia, le ha sido restituido el histórico nombre de Alameda de la Federación.

Una vez, Paraná fue también la capital de la Confederación Argentina, comandada por Urquiza. Fue en 1853, cuando sesionó allá el Congreso Constituyente que nos legó la Carta Magna aún en vigencia.

Entre Ríos ha sido protagonista de la historia nacional. Francisco “Pancho” Ramírez y Estanislao López fueron sus dos emblemáticos caudillos en los tiempos de la Independencia y las luchas internas que siguieron, enarbolando bien alto la bandera federal.

Fue también en territorio de su provincia, en la actual Concepción del Uruguay, que el 29 de junio de 1815 un congreso de provincias comandado por el gran Gervasio Artigas se reunió en la entonces Arroyo de la China y declararon la independencia contra cualquier Estado extranjero. Fue un año previo al 9 de Julio en Tucumán.

La inmigración europea ha dejado también una marca profunda. En especial, provincia adentro, como en las “aldeas alemanas” esparcidas entre Paraná y el departamento Diamante. Los llamados “alemanes del Volga” llegaron a finales del siglo XIX y originaron aldeas que abrieron caminos prósperos en producciones agrícolas y ganaderas e incluso en la explotación de conejos.

En la Aldea Brasilera (los alemanes inmigrantes, en este caso, habían hecho escala en Brasil), hace unos años Hilda Kliphan y Edgardo Bahl recordaban los laboriosos días familiares del tiempo de su niñez. “No se compraba nada, salvo yerba, azúcar, harina y aceite. Después se hacía todo y en gran cantidad para guardar en la época de frío”.

Carnaval en plenitud

Ya en la otra orilla de Entre Ríos, sobre las costas del río Uruguay, aparece Gualeguaychú y su pasión de carnaval, tan intensa que se ha convertido en una de las grandes fiestas a las que mira el país. En su corsódromo, inmensas e inspiradas carrozas, comparsas brillantes y una gran puesta de la alegría son sus decisivos argumentos.

El carnaval tiene su profunda historia en la ciudad con raíces populares, como la del corso barrial que se presenta redivivo en este tiempo.

“Es una gran fiesta donde participan los barrios más humildes, que se organizan a través de murgas. Las cornetas son una característica única. Es un instrumento que se hace con un embudo grande de latón que imita a la bocona de las fonolas, con un pedazo de caña con un orificio para tararear, más papel de celofán y una gomita elástica. Se acompañan con un set de percusión de bombo, redoblante y platillo”. Paulina Lemes, música integrante de una familia de músicos, compositora que ha sido consagrada en el Pre Cosquín y cantora dos veces finalista en ese certamen nacional, también canta y siente el carnaval.

“Esos carnavales barriales fueron recibiendo aportes de comerciantes, y surgieron los de hoy. Las murgas desaparecieron, ahora regresaron y hoy conviven los dos carnavales. En el carnaval del país participan grandes figuras, bailarines de renombre, con extraordinarias coreografías y grandes y maravillosas carrozas que cuentan una historia. La música que se escucha es compuesta originalmente y está tocada por enormes bandas y coros. Se pone en campaña todo el aparato creativo de la ciudad”, cuenta.

Numa Frutos, modisto y uno de los impulsores de la gran fiesta de hoy, nos decía tiempo atrás que el carnaval es un asunto de toda la sociedad de Gualeguaychú. “Toda la plata que se recauda se queda acá. Se han alentado oficios como el de corte y confección, diseño, soldadura, herrería y otros tantos que son necesarios para las comparsas y las carrozas. Además, en la misma comparsa baila la hija de la empleada doméstica y la de la dueña de casa. Ya es imposible imaginar esta ciudad sin carnaval”.

Todas estas cosas suceden en una provincia de marca líquida, que nombra en su nombre lo que la define, como pocas veces sucede. Entre Ríos da su cara al sol y cada día echa su instinto al agua.

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