Por Dante Leguizamón
Iluminados por la luz del sol que se filtra entre las grietas de las chapas, Cayetano y Jesualdo entran al baldío. El muchacho de las orejas grandes le ha dicho al pequeño de tres años que allí guarda dulces. Vienen desde el almacén ubicado en la esquina de Progreso y Jujuy, donde Cayetano compró cinco caramelos y le convidó dos para convencerlo de que lo acompañe. En el camino el pequeño sintió miedo, pero Cayetano recurrió a sus otros tres caramelos y a una promesa: - Vas a ver que todo es muy lindo.
Al llegar Cayetano empuja a Jesualdo al suelo. Antes de que el niño pueda resistirse la rodilla derecha del mayor cae sobre pecho del pequeño. Un pañuelo en la boca le impide pedir auxilio. Cayetano decide entonces atarle las piernas. Un instante después comienza a sacarle la ropa disfrutando de una extraña excitación que agita su sangre, como cada vez que se encuentra en una situación similar y se da cuenta de lo que va a pasar. En apenas un instante el piolín rodea el frágil cuello de Jesualdo.
Cayetano tiene 16 años y está agotado. Transpirado, sale disparado nuevamente hacia el almacén, donde compra un refresco. En la puerta se encuentra con Pascual Giordano, el padre de Jesualdo, que le pregunta por su hijo. Responde sin inmutarse:
- ¿Por qué no va a la seccional de Policía?
El hombre se va y Cayetano regresa al baldío donde lo espera una sorpresa: Jesualdo respira o intenta respirar. Cayetano mira entonces a su alrededor y encuentra un clavo de tres pulgadas. Levanta una piedra del piso y la utiliza para hundirlo en la sien derecha de su víctima.
Es el mediodía del 3 de diciembre de 1912 y el círculo comienza a cerrarse. La solución final del asesino será también su propio fin. Algunas horas después estará en manos de la Policía y perderá su nombre; ni siquiera seguirá siendo “el Oreja”: pasará a ser para siempre “el Petiso Orejudo”.
América
Cayetano Santos Godino no es rápido con los números ni con las letras. Pasa por seis colegios y termina abandonándolos a todos. Hijo de calabreses, su vida es similar a la de los hijos de tantos miles de inmigrantes que llegaron a hacer “la América” y terminaron encontrando viviendas miserables, pobreza y jornadas de trabajo de 12 ó 14 horas. Don Fiore Godino y Lucía Rufo emprendieron su viaje a la Argentina en 1884. Con ellos viajaba su única hija, Josefa. Era la segunda, porque el primer hijo de ambos, de nombre Cayetano, no llegó al nuevo continente debido a una afección cardíaca. Cayetano Santos, entonces, heredó el nombre del muertito. Cayetano, el vivo, el tercero de los Godino tiene después otros cuatro hermanos y pasa a ser objeto de escasa atención. Enfermo de enteritis desde la cuna, su aspecto tampoco resulta agradable a los de su entorno que ríen del tamaño de sus orejas y del aspecto raquítico que la enfermedad le ha dado a su cuerpo. No pasa mucho tiempo hasta que empiezan a llamarlo “el Oreja”. A ello se agrega su baja estatura, que nunca llegará a superar el metro cincuenta, y una clara incapacidad para relacionarse con las personas.
Ante ese mundo hostil su casa no es un refugio sino más bien un lugar del que lo mejor es ausentarse. El pequeño Cayetano sufre, al igual que algunos de sus hermanos, las constantes palizas de su padre, alcohólico y sifilítico. En algún momento de su infancia Cayetano encuentra un refugio en algo que le produce cierta satisfacción: jugar con animalitos. En realidad lo que le gustaba a Cayetano era hacerles cualquier cosa que les causara dolor.
Indefensos
No está claro en qué momento el niño de las orejas grandes sintió que atacar animales ya no le producía el mismo placer, pero no puede haber sido mucho antes del 28 de diciembre de 1904. Cayetano sólo tenía siete años cuando encontró en la calle a Miguel de Paoli, de 17 meses y, al verlo tan solito e indefenso, decidió hacerle daño.
Lo llevó hasta un lugar donde nadie los viese y lo golpeó con crueldad. Después lo arrojó sobre una montaña de espinas y se quedó mirando el dolor en el rostro del niño. Arrepentido, o quizá especulando sobre las consecuencias de sus actos, terminó llevando al pequeño hasta la comisaría y asegurándoles a los policías que lo había encontrado en un baldío de la calle Oruro.
Apenas comenzado 1905, Cayetano llevó a Ana Neri, también de 18 meses, a otro baldío donde la golpeó con una piedra hasta creerla muerta. Un vigilante lo vio y lo llevó a la comisaría. Como Cayetano era tan sólo un niño fue dejado en libertad.
En la calle, deambulando, conoció a un niño de su edad con quien entabló amistad. Alfredo Tersi le enseñó a vivir fuera de la ley y en especial a robar relojes que después vendía en el centro de la ciudad. Sin embargo, no se sentía cómodo haciéndolo, porque sabía que robar era algo malo. No sintió lo mismo en marzo de 1906 cuando llevó a una niña de 2 años a otro baldío y la enterró viva.
Por esa época don Fiore Godino descubrió una de las manías de su hijo. Le gustaba sacarle los ojos a los pajaritos para después guardarlos en una caja. El día en que lo descubrió además había colocado a una de las aves dentro de su bota sólo para sentir el placer de aplastarla. Después de la paliza, llevó a su hijo a la comisaría.
No puedo más
“En la ciudad de Buenos Aires, a los cinco días del mes de abril de 1906, compareció una persona ante el Comisario de Investigaciones, la que previo juramento que en legal forma prestó, al solo efecto de justificar su identidad personal dijo llamarse Fiore Godino, ser italiano, de cuarenta y dos años de edad, con dieciocho de residencia en el país, casado, farolero y domiciliado en 24 de Noviembre seiscientos veintitrés. En seguida expresó: que tiene un hijo llamado Cayetano, argentino, de nueve años, el cual es absolutamente rebelde a la represión paternal, resultando que molesta a los vecinos, arrojándoles cascotes o injuriándolos; que deseando corregirlo en alguna forma, recurre a esta Policía para que lo recluya donde él crea sea oportuno y para el tiempo que quiera. Con lo que terminó el acto y previa lectura, se ratificó y firmó”.
Cayetano terminó internado en la Colonia de Menores de Marcos Paz, donde permaneció cuatro años y medio. En ese lugar lúgubre el niño aprendió a perfeccionar sus técnicas de asesinatos de mascotas y a provocarse pérdidas de sangre y sentir aparente placer en ese dolor.
La libertad le llegó en 1911, en los días previos a la Navidad, pero las facetas más crueles de la personalidad de Cayetano saldrían a la luz con el año nuevo. El 13 de enero se metió en un corralón, tomó los libros de contabilidad del negocio y les prendió fuego. Aunque escapó rápidamente del lugar, regresó más tarde para observar el espectáculo de los bomberos trabajando. Pocos días después, el 25 del mismo mes, llevó a su amigo Arturo Laurora, de 12 años, a una casa abandonada de la calle Pavón.
Cayetano contaría después que lo desnudó dejándole sólo la camisa enrollada a la cintura y aprovechó para azotarlo. Después tomó un hilo -igual al que después utilizaría para matar a Jesualdo- y lo estranguló. El dolor de Arturo se convirtió en placer para el asesino.
En ese tiempo comenzó a sentir fuertes dolores de cabeza. Su madre tenía que ponerle paños de agua fría para tranquilizarlo. Esos dolores se agudizaban cuando tomaba mucho alcohol. Sus padres le habían conseguido un trabajo, pero Cayetano sólo pudo sostenerlo por tres meses. A esa altura “el Oreja” se paseaba por los ambientes más marginales de Buenos Aires y llegaba a casa de madrugada para despertar a mediodía.
La serie
La muerte de Laurora desata la etapa más feroz de la vida del niño asesino:
*El 7 de marzo de 1912 se encuentra con Reyna Benita Vainikoff, de apenas cinco años, mientras la niña juega a saltar la cuerda en la calle Entre Ríos, le prende fuego al vestido. La pequeña muere unos días después a causa de las quemaduras.
*El 16 de julio Cayetano incendia un aserradero. Unos días después, prende fuego a un corralón de polvo de ladrillo. Ambos espectáculos son observados con fascinación desde algún escondite.
*El 24 de setiembre, mientras trabajaba en un establo, “el Oreja” acuchilla a una yegua. Apenas dos días más tarde incendia una estación de la compañía Anglo-Argentina.
*El 8 de noviembre está a punto de estrangular a Roberto Carmelo Russo cuando es sorprendido por un vigilante al que le asegura que estaba “tratando de ayudar” a su víctima. Cayetano es detenido y procesado por tentativa de asesinato, pero es liberado el día 12 de noviembre. Cuatro días después, la niña Carmen Ghittoni es arrastrada rumbo a un baldío y abandonada antes de sufrir algún ataque. El 20, Cayetano se lleva a Catalina Naulener, de 5 años. La niña advierte el peligro y huye escondiéndose en un zaguán, “el Oreja” la sigue y la golpea, pero como dos mujeres la socorren, termina huyendo.
*En los días siguientes otros dos galpones comienzan a quemarse, pero las llamas son controladas antes de que avancen. Finalmente el 3 de diciembre se suceden los hechos relatados al comienzo de esta crónica.
Después de enviar al padre a la comisaría y de rematar a Jesualdo con el clavo, “el Oreja” va a almorzar a la casa de su hermana. Antes de partir hacia su casa toma unos mates amargos. En el camino de regreso Cayetano intenta pasar por el lugar del crimen, pero al ver tantos policías se asusta y se va. Algo lo tiene inquieto. En un quiosco compra el vespertino La Prensa y le pide a uno de sus hermanos que le lea en voz alta la crónica de su propio crimen. A las ocho de la noche la curiosidad le agujerea la cabeza. ¿Estarán velando a Jesualdo con el clavo todavía incrustado? El niño de las orejas largas llega a la casa de los Giordano y camina entre los asistentes al sepelio. Se acerca al cajón y le toca la cabeza buscando el clavo que ya no está. El círculo se cierra. Al día siguiente cae preso. Amarrado a la cintura tiene un piolín igual al que utilizó para matar a Giordano. En el bolsillo trasero del pantalón, lleva el recorte del diario.
El proceso
El proceso judicial que terminó condenando a Cayetano no fue sencillo ni corto. Por un lado la opinión pública exigía la horca. El fiscal Jorge Eduardo Coll era partidario de la pena de muerte, pero al tratarse de un adolescente de 16 años no se atrevió a solicitarla. Hasta que la presión lo llevó a pedir una condena con el agravante de “impulso de perversidad brutal”. Godino estuvo internado en el Hospicio de Mercedes, donde intentó atacar a algunos internos. Absuelto inicialmente en primera y segunda instancia (el juez de sentencia consideró que Godino no tenía control sobre sus actos), finalmente el fiscal de la Cámara de Apelaciones, Carlos Octavio Bunge, sostuvo el planteo inicial del fiscal Coll y lo condenó por tiempo indeterminado. El 20 de noviembre de 1915 Godino ingresó a la Penitenciaría Nacional. Cinco años después se decidió que los condenados “permanentes” fueran trasladados a Ushuaia, y hacia allá fue el “Petiso Orejudo”, a alojarse en la celda número 90.
Célebre y temido, el asesino fue visitado en 1933 por un famoso periodista de la revista Caras y Caretas, Juan José De Soiza y Reilly. Tras las revelaciones de la entrevista recibió una paliza de los otros reclusos que lo tuvo internado largamente en la enfermería. En esa entrevista también se supo que el Petiso Orejudo había sido sometido a una cirugía estética (una de las primeras en el país) para achicarle las orejas. Algún especialista lombrosiano consideraba el aspecto, la fuente de su supuesta maldad.
A partir de 1935 permaneció enfermo y, siempre víctima de los maltratos de los guardias, los presos y el clima de aquella cárcel verdaderamente inhumana, el 15 de noviembre de 1944 falleció. Nunca, ningún familiar, lo había visitado. Sus huesos no fueron encontrados cuando se removió el cementerio, habían sido repartidos como souvenir dentro de la cárcel.