EL TRABAJO EN ARGENTINA

01-07-2016

Queremos desde este espacio hacer foco en una de las mayores inquietudes que hoy aparecen en el centro de las preocupaciones de millones de argentinos: el trabajo.

La tendencia a la fragilidad laboral se advierte con claridad desde los años setenta con la recordada incorporación de la bicicleta financiera, el proceso irrestricto de libre importación y el cierre de miles de industrias. Luego, la creciente escalada inflacionaria hasta el estado de híper que ocasionaron las grandes corporaciones económicas, mellaron aún más la sostenibilidad laboral. Las posiciones dominantes del mercado desestabilizaron al primer gobierno democrático del 83 y pulverizaron millones de empleos productivos. Posteriormente, la llegada de los noventa, trajo la convertibilidad, el endeudamiento irresponsable y el consecuente desguace del Estado para dejar todo en manos de un mercado indolente. Mandaban sólo las rentabilidades como lógicas de la economía. La flexibilización laboral es un ejemplo patente de aquellos desmanes que pueden hacer los políticos cuando no gobiernan. El derrame de riquezas nunca llegó, al contrario, urdió el desierto donde muchos quedaron tirados en el camino y como era de esperar, estalló la crisis del 2001. Cacerolas y corralito mediante. Un nuevo embuste dejó muertos en las calles. Hambre y dolor explican sin relativismos el submundo como destino que crearon los que siempre ganan: más de la mitad de los argentinos en la pobreza y sin trabajo. Allí fue a parar la sociedad con no más que lo poco que le quedo: su creatividad y esfuerzo para salir adelante.

De ese desastre social, económico y político emergió un cambio. Las condiciones externas, impensadas poco tiempo atrás, fortalecieron las arcas del tesoro nacional que permitieron comenzar a zurcir el frágil tejido del mundo del trabajo. Por añadidura arribó la dinamización del consumo. Se recuperaron empresas en quiebra, en muchos casos con el modelo cooperativo. Hubo dinero contante y sonante para mucho. Las causas estructurales de los padecimientos no sanados, poco importaron para el grueso de la población que comenzó a sacar la cabeza de abajo del agua.

Pero no todo dura para siempre. Ante un cambio de coyuntura los vientos de cola se convierten en corrientes de tempestades y así surgen los estados de fragilidad social. Los proyectos alternativos tanto de las oposiciones políticas como del mismo gobierno se estancaron en un debate definitivamente inocuo que inmovilizó a toda la Nación. Los ciclos económicos tienen sus alzas y bajas por lo cual hay que tomar debido registro de los indicadores para tomar medidas preventivas. Aquí eso casi nunca sucede.

No llegaron las correcciones que reclamaba el sentido común ante la nueva realidad. No se podía acceder al crédito. Corolario: las imprescindibles infraestructuras productivas debían esperar y con ello, padecer el estancamiento. Esto demostró que aquello del desendeudamiento como política económica si bien era necesario para la recuperación de la autonomía en las decisiones, tampoco fue una medida tan razonada si se intentaba mirar más lejos. Los dólares sobraban en el sector financiero del mundo y se prestaban a bajas tasas de interés. La Argentina se quedó viviendo con lo suyo.

Claro que hubo tanto enredo de intereses oportunistas y personalistas como un impiadoso poder de daño del sector financiero internacional. No corresponde echar la culpa de todos los males a los de afuera. Algo acá, también se hizo mal.

Llegamos al 2016, a doscientos años de la promulgación de la independencia de la patria, con los problemas de herencias que no se superan pero con la mitad de los argentinos creyendo y esperando el cambio votado el año pasado. Se convalidó la alternancia tan mentada en el sistema político representativo.

Hoy hay datos convincentes sobre el desempleo que se verifican en la realidad donde hay más de 10 millones de personas empobrecidas, muchos de ellos desocupados y todos precarizados en sus condiciones materiales de vida. Con estos dramas no hay seguridad posible porque es un fenómeno de mayorías. Nadie lo niega. La población económicamente activa se desempeña en gran medida en la informalidad laboral y aquellos que están en relación de dependencia, en muchos casos, no alcanzan a resolver las necesidades básicas para la diaria.

El emprendedorismo, característico de la clase media argentina en épocas pasadas, paso de ser una oportunidad para evolucionar a una única vía para la subsistencia antes de caer en la exclusión. Por otra parte, las pequeñas y medianas empresas, organizaciones donde trabajan una inmensa cantidad de personas, tienen falta de garantías de competitividad de parte del Estado. Si se le otorga libertad de acciones a las posiciones dominantes no hay manera de hacer pie desde este tipo de entidades habitualmente familiares. Es decir, el progreso y la innovación creativa quedan en estado trunco frente al conservadurismo que sabe a involución.

Recientemente el país estuvo inmerso en un debate de una ley llamada por los medios de comunicación como anti despidos. Se promulgó y la vetó el Presidente de la Nación Mauricio Macri. En ese ínterin, los empresarios de las grandes compañías a pedido del Ministro de Producción expresaron a regañadientes el compromiso de no despedir gente por 90 días. Casi la nada misma.

Pensamos qué sucede en nuestro sector de la economía social frente a este tema del trabajo en Argentina y concluimos que el compromiso de las empresas solidarias con su fuerza laboral no es por un determinado tiempo. Causaría sorpresa llevar al seno de un consejo de administración de una cooperativa un documento como el que firmaron las grandes compañías, que enuncie la decisión de no despedir trabajadores por el plazo de un trimestre. Es verdad que puede haber incertidumbre en los negocios pero de ningún modo se puede poner en riesgo a los trabajadores que no pueden afrontar las contingencias con la misma espalda que el de las empresas que tienen que contemplar previsiones y riesgos a futuro.

Por esto es que muchas veces las empresas lucrativas terminan en quiebra con empresarios ricos. Es la historia conocida donde el capital especula tanto que hace descarrilar el tren de la productividad para salvarse sin importarle demasiado a cuantos deja a la intemperie.

En la economía social este proceder no sucede porque sencillamente hay una construcción colectiva entre asociados, dirigentes y trabajadores. Existe un capital social que genera trabajo resolviendo necesidades. El compromiso con la comunidad es el principio cooperativista de nuestras empresas y parte de ello se expresa con la sostenibilidad del empleo genuino. Las cooperativas permiten el retorno de muchos jóvenes profesionales a sus pueblos. Contadores, ingenieros, una infinidad de conocimiento técnico, especializado, que expande iniciativas y fortalece a las localidades y a las economías regionales.

Finalmente, un Estado no puede ser dadivoso con la concentración económica. Su desvelo no puede ser otro que el de brindar las condiciones de vida digna a cada persona que habita este bendito suelo. En él hay más de mil pueblos con empresas cooperativas de servicios esenciales. Electricidad, agua potable, servicios de cloacas, internet, televisión, telefonía, servicios sociales de urgencia con ambulancias, banco de sangre, etc. Múltiples servicios que permiten un buen vivir a millones de argentinos lejos de las grandes urbes. Estaríamos viviendo un gran cambio si se lograra entender que la inversión del Estado en las cooperativas de servicios públicos puede dinamizar a las comunidades, creando empleo y proyectado un imprescindible equilibrio federal con igualdad de oportunidades.

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