Con el telón de fondo de una época convulsionada, con aires irreverentes y de fuerte cuestionamiento a lo establecido, la televisión madre- la estadounidense, claro está- tomaba cartas en el asunto y no podía menos que reflejar el deseo de que frente a tanta turbulencia, triunfaran los valores clásicos y las familias se mantuvieran unidas.
La reacción de la TV a ese panorama de contracultura tuvo su máximo esplendor justamente en “La Familia Ingalls”. En tal contexto, la representación idílica de las relaciones entre parientes cercanos atravesó la década con un rating más que interesante, encumbrando el modelo del padre abnegado a través del personaje de Charles Ingalls, interpretado por el recordado Michael Landon, guionista y director de la serie. Es indudable que haber presentado a una familia sólida, triunfadora en tanto se sobrepone a los numerosos obstáculos que se le presentan gracias al amor que se tiene, resultó una estrategia muy exitosa. Cabe entonces preguntarse por qué: ¿Habrá sido porque para la mayoría de los televidentes (incluidos los argentinos) todavía era muy difícil asimilar los cambios que se venían sucediendo en todos los planos, y el temor a la pérdida de lo conocido era más potente que la seducción de lo nuevo? Probablemente.
Lo cierto es que muchos de los que éramos niños o adolescentes en los 70 estábamos ansiosos porque semana tras semana llegara esa musiquita tan característica y el comienzo del programa con las tres hermanas corriendo alegremente por la pradera. Y por supuesto, intrigados por conocer cuál sería la prueba a superar para papá y mamá Ingalls o qué nuevo altercado se produciría entre la carismática Laura y su contrafigura, la odiosa Nellie Oleson.
A través de diez temporadas y más de 200 capítulos, televidentes de todos los continentes sufrieron y se alegraron con las andanzas de las hermanas Mary, Laura, Carrie, luego también el hijo adoptivo Albert, sus padres y vecinos, que inicialmente formaron parte de un telefilm y después, dados los altos índices de audiencia alcanzados, se transformaron en un programa de emisión semanal. No obstante haberse desviado de los textos originales en algunos aspectos, fue una de las pocas producciones dramáticas televisivas en tratar temas de familia que duró tantos años. Aunque en honor a la verdad, resulta difícil precisar su género: pese a estar ambientada en el medio oeste norteamericano no se puede hablar de un western. Y aunque en principio puede definirse como una propuesta dramática, se vio recorrida por numerosas situaciones de comedia, además de escenas de suspenso y aventura.
En el marco de la historia de la pantalla chica norteamericana, el impacto de Little House on the Prairie (su nombre original en inglés) fue tal, que la revista americana TV Guide llegó a clasificar a Charles Ingalls como “el cuarto papá más grande de la TV de todos los tiempos” y a Nellie Oleson, la malvada compañera de escuela de Laura, pionera del bullying televisado, como “la número tres entre los diez personajes más engreídos de la televisión”.
El 21 de marzo de 1983 se emitió su último capítulo. A pesar de la caída de audiencia, el público aún demandaba más episodios en los que siempre terminaba triunfando el bien sobre el mal, siendo la verdadera Laura Ingalls quien durante la década del 30 escribió el texto en el que se basaron los guiones y que transformó en exitosas novelas sus experiencias infantiles en el ambiente rural de los Estados Unidos a finales del siglo XIX.
Sin embargo, dado que hace mucho tiempo que esta serie no se pasa completa por ningún canal, es lícita la duda: ¿qué pasaría si se emitiera nuevamente hoy? Seguramente los más jóvenes se reirían o aburrirían por considerar al programa demasiado ingenuo y fuera de sus códigos. Hace rato que las familias disfuncionales se han impuesto y resultan mucho más vendedoras: “Modern Family”, Two and a half Men”, “Mom”, “The Middle” o “Casados con Hijos” son sólo algunos de los ejemplos imperfectos que se pasean por la pantalla, mostrando pinturas desordenadas pero emotivas y llenas de afecto, con roles antes impensados como una pareja gay o padres con adicciones.
Si bien es más que evidente que los tiempos cambiaron y la pantalla chica, por suerte, expresa bastante la pluralidad de roles y relaciones que existen en la vida real, los Ingalls siguen teniendo numerosos fans que- como no podía ser de otra manera- manifiestan en las redes sociales la nostalgia por el show. Su lugar como “clásico” es indiscutible y, en su caso tal vez con mayor certeza que en otros, se advierte que la propuesta atrae por ese irresistible encanto de paraíso perdido. Ya se sabe que esto es la TV, la biblia junto al calefón. Puede absorberlo todo y transformarlo de acuerdo con el clima de época, al gusto del consumidor. Algo que nosotros, los televidentes, aceptamos sin chistar gracias al pacto de verosimilitud que tenemos con la (ex?) caja boba, y que nos permite continuar atrapados en su mágica y cambiante telaraña.
Luciana Castagnino
Licenciada en Comunicación Social, docente, investigadora y analista de estudios cualitativos, especializada en política y medios de comunicación. Trabajó en el área de Comunicación del Programa Nacional Conectar-Igualdad y es co-autora del libro Historias Uno a Uno. Imágenes y Testimonios de Conectar Igualdad.