El arte de elegir para otros

03-10-2018

Por Facundo Miño |Periodista

De lunes a viernes Rubén Goldberg llega a la librería que lleva su nombre de pila alrededor de las 9 de la mañana y se va recién después de las 20, cuando ya anocheció. Con 73 años podría disminuir el ritmo pero no quiere. Hace 53 que se dedica al rubro, 40 que puso su propio local, 30 que abandonó el periodismo.

-Tener el objeto en la mano es un descubrimiento y un placer. Podés leer mucho; podés ser un muy buen vendedor pero, si no lo sentís como una pasión, no sos librero- dice.

Después de terminar el secundario, Rubén se inscribió en la Facultad de Ingeniería. Quería construir barcos. En los años 60 no existía la flexibilidad del cursado actual. Abandonó la carrera, necesitaba trabajar. En 1965 su tío Bernardo Najelkop lo llevó a la librería Paideia y nunca más pudo ni quiso despegarse.

-¿Viste que las librerías casi no se venden? En general se cierran y antes se liquida el material. Esa es su trayectoria. Hay una apropiación de ese espacio que resulta muy difícil de transferir, salvo que tengas un heredero- explica.

Afuera, el centro de Córdoba va quedando desierto. El reloj marca las 20:18 pero todavía llegan clientes nocturnos y el teléfono sigue sonando. Para sobrevivir, cree, es indispensable que la librería se especialice en algunas áreas bien delimitadas. La suya es referente en filosofía, ciencias sociales y literatura.

-Cada mes se publica una cantidad de títulos que es infernal, no hay lectores ni posibilidades de exhibición para ese volumen. Autoayuda, por ejemplo, se vende en pala pero nos damos el privilegio de no ocuparnos de ese género.

Tampoco vende textos escolares. Lo hizo durante muchos años. Cuando recuerda esa etapa arruga la nariz: jornadas extenuantes que terminaban cerca de la medianoche porque la reposición se pedía por teléfono. Las cajas llegaban en ómnibus de larga distancia.

- Ni loco volvería a hacer una cosa así.

Cuenta que todavía hoy arma escándalos cuando no le envían algunas obras que encajan a la perfección con su perfil.

-Tenés que estar muy atento con los títulos españoles para ver si los trae un importador. A veces llegan 50 ejemplares. Si no sos veloz, quedan únicamente en Buenos Aires. Soy complicado, me esfuerzo en quitarles la exclusividad a los porteños. Mis interlocutores de siempre se jubilaron y las decisiones están en manos de otra gente que defiende lo comercial por sobre lo literario. Contra eso no podés pelear.

Aunque las cadenas con sucursales en todo el país manejan volúmenes muy grandes y se concentran en Buenos Aires, no está dispuesto a regalarles el protagonismo.

-Córdoba tiene una larga tradición desde la época colonial. Vino Jerónimo Luis de Cabrera, fundó la ciudad y creo que a la semana ya estaba instalándose la primera librería- bromea.

Cada vez que viaja a una ciudad nueva termina mirando vidrieras y estanterías con las que existe alguna identificación. Cuando va a Buenos Aires se mete en los depósitos de las editoriales. Les revisa las estanterías y las pilas con encargos de otros clientes para birlarles algunos ejemplares.

-Es una travesura que hago desde la época de Paideia y todavía me la permiten- confiesa.

Rubén pone límites a la lectura profesional durante los fines de semana. En esos días la única interrupción obligatoria ocurre cuando juega Talleres, el equipo del que es hincha.

-Los sábados a la siesta llego a mi casa y casi no salgo hasta el lunes. Me encierro a leer por puro placer. Desde hace 20 años casi todo vuelve al local, ya no los guardo.

Mediadora de la infancia

Apenas 100 metros de distancia separan a Rubén de otro nombre también emblemático, la Infanto Juvenil. Su dueña es Nelda Abed, responsable de la feria orientada a la niñez que lleva 11 ediciones. 33 años atrás montó un negocio especializado en ese tipo de literatura.

Fue maestra y profesora en todos los niveles educativos hasta jubilarse. Pero la educación formal era insuficiente.

-Por eso empecé a generar esto que es un comercio pero, a su vez, es un foro cultural, un gestor de iniciativas, una discusión permanente sobre el rol de la cultura frente a la sociedad. Soy una docente que utiliza este oficio para cumplir objetivos.

Fue una de las creadoras de la primera maestría de literatura infantil y juvenil de Argentina. Especialista en la materia, jurado en distintos concursos del género, despliega una visión crítica del panorama actual.

- Hay mucha gente inexperta que está haciendo sus primeros aportes y, lógicamente, comete errores. Veo muchas deudas que el escritor tiene consigo mismo, quiere explicar su infancia y vuelve a una producción que sólo tiene validez para él y para su entorno. Está también el oportunismo de las empresas más grandes que tiran productos al mercado sin nombrar un jefe de colección.

En ese marco, siente una obligación de ocuparse con seriedad del tema. Durante años recibió el asesoramiento de la Defensoría de los Derechos del Niño, la Niña y el Adolescente. Dice que fue una etapa de mucho aprendizaje porque acomodó sus criterios desde una perspectiva más sólida que la simple intuición.

-Alguien debe filtrar esas publicaciones antes de que lleguen a los chicos, es el rol de los mediadores: profesores, docentes, nosotros. Siempre el mediador trabaja para defender el derecho del niño a tener estos objetos a su disposición, sobre todo si son objetos válidos, universalmente importantes.

Por extensión, por temáticas abordadas, por la complejidad pretendida y conseguida, se podría creer que consume grandes dosis diarias de literatura infantil. Nelda lo niega.

- Si leo un infantil detrás de otro después me olvido donde leí tal cosa, se me mezclan las tramas. Es una dinámica que no sirve porque perdés esa resaca de cada obra que es fundamental para poder recomendar.

Abed se despega también de una supuesta moda detrás del libro objeto.

-Los códices mayas, libritos plegados con figuras multicolores, fueron tomados por la civilización europea para que sus hijos jugaran. Mirado desde la defensa de lo aborigen es un terrible atropello pero también es la prueba de que existe desde hace mucho tiempo. Ahora quizás haya una moda del formato de álbum.

En 2017 una notoria caída de los números de la industria generó un gran debate mediático. Al igual que muchos otros sectores productivos del país, la crisis económica golpeó sobre las ventas y, sobre todo, en la cantidad de títulos publicados.

-La merma en la edición fue muy difundida porque además se cayeron las compras del Estado. Veníamos de varios años en los que llegaban versiones maravillosas a las escuelas, muchas con precios prohibitivos que no podrían entrar a los colegios sin el impulso estatal. Frente al poder de la televisión y de los videos, tenés que acercar un producto competente. La literatura no debe tener clase social pero sí debe tener precio.

Para Abed la diferencia con Buenos Aires es abismal. Dice que Córdoba representa alrededor de un 10 por ciento del mercado y cuenta una anécdota bien ilustrativa.

-Cuando acá se imprimen 1000 ejemplares parece una barbaridad. Pero una distribuidora de allá te dice que no tiene sentido mandar un servicio de novedades tan pequeño para 700 lugares distintos. Y ojo que en una tirada de 1000 he visto autores que tienen 600 guardados en el placard de su casa. Buenos Aires es una máquina infernal para vender pochoclo, empanadas árabes o libros.

Nuevas olas

Güemes es el barrio más gentrificado de la ciudad de Córdoba en los últimos 10 años. Cualquier casa o conventillo que se desocupa se convierte en bar, tienda o galería comercial. Allí abrió Volcán Azul en 2014. Soledad Graffigna describe su origen como una equilibrada mezcla de fantasía y suerte.

-Estaba harta de mi laburo en relación de dependencia, deliraba con la idea de poner una librería. Y mágicamente se fue dando, no tenía ni la plata ni el conocimiento, solo amor por la literatura.

En realidad, Soledad se acopló a la idea original de dos amigos que tiempo después desistieron. Tuvo una primera socia que encontró el local donde hoy está asentada pero también se bajó del proyecto antes de abrir sus puertas. Finalmente, otra compañera se sumó a último momento y terminó de darle forma concreta.

- Me dijeron desde el día uno que conservara mi empleo porque se tardaba alrededor de siete años para que empezara a rendir económicamente. Hasta ahora es un pronóstico acertado, no es rentable. En términos emocionales, encontré lo que quiero hacer- dice.

Graffigna tiene 35 años. Mientras trabaja en comunicación digital como cuentapropista, sigue ilusionada con dedicarse 100 por ciento a Volcán Azul. Enfrenta un círculo vicioso: como los números no cierran, toma más trabajos online, su emprendimiento no termina de despegar.

- Es un poco frustrante, siempre me pregunto quién gana plata porque con un libro de 300 pesos comen muchas bocas.

Paredes coloridas; un juego de sofá, sillón y mesa ratona para lectores; cuadros y dibujos, mesitas y estanterías le dan al salón una sensación de calidez.

- Al principio aceptábamos cualquier cosa que nos trajeran. Este año fue un clic de profesionalización. Siento que debemos dar la oportunidad de exhibirlos pero si a los seis meses no hubo movimiento, los devolvemos.

En la mesa más cercana a la puerta solían colocar bestsellers y novedades comerciales. Ya no. Construyeron su propio público apostando a sellos pequeños y material seleccionado.

-Le queríamos dar un perfil cultural con lecturas, presentaciones, talleres. Pasan cosas relindas, llegan colegas y amigos, de repente a la media horita empieza una lectura, algunos clientes se quedan y destapamos un vino. Se da una cosa del encuentro que va más allá de la compra en sí misma.

En el mismo Güemes, también dentro de una galería, Javier Folco abrió Portaculturas en 2013.

Fotografías: Fernanda Márquez

-Pensé una plataforma que incluyera la librería pero que no se cerrara únicamente en eso sino que pudiera incluir una editorial modesta y la organización de eventos. Surge con esa aspiración.

Sin ningún conocimiento previo del otro lado del mostrador, se lanzó prácticamente desde cero.

-Sabía lo que quería vender pero temía que no hubiera un mercado suficiente para sostenerme. El perfil se mantuvo desde el primer día y siempre fue autosustentable, ofreciendo un plano de lectura que no está direccionado por el mercado. Los pequeños espacios se definen por lo que uno como dueño elige no tener- explica Folco.

Portaculturas es una experiencia solista en la que Javier abre y cierra el negocio, limpia los vidrios, comunica en las redes sociales, contesta el teléfono, completa liquidaciones y pedidos, atiende a los clientes.

-Me gusta hacer el camino solo, en eso soy medio como Kung Fu.

Para elegir el material confía en ciertos catálogos que garantizan calidad. También le presta atención a la estética. La portada, la tipografía, el diseño, los materiales empleados.

-Hay un nivel de la percepción que está muy domesticado, sobre todo en el rubro infantil; el color rosa y la brillantina para las nenas, dragones y dinosaurios para los varones. Trato de rescatar obras en las que se puede ver una búsqueda y un riesgo de autores, ilustradores y editores.

Folco destaca las terribles distancias que implica estar en el Interior.

- Buenos Aires es la capital y nosotros somos Alemania del Este. Pagamos el flete siempre. Recibiste novedades, vendiste, liquidaste, te reponen el material pero el flete lo seguimos pagando.

Extraña la relación íntima con la lectura que le permitía devorar novelas de 1000 páginas. No puede. Lleva una nueva, a los pocos días aparece otra. La pila de su mesa de luz está cada vez más alta. Gajes del oficio.

- Para mí tener la librería implica elegir para otro, elegir pensando en otro. Establecemos un vínculo en el que la palabra, mía en este caso, tiene un valor para la persona que viene. Como vínculo comercial es hermoso.

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