Derechos humanos: la conciencia que vino del espanto

10-12-2019

Por Alejandro Mareco

“¿Por qué es una cacería?: ese es un animal que está matando gente en nuestro país”.

A poco de tomar el cargo de ministro de Gobierno del nuevo régimen boliviano surgido de un golpe de Estado, Arturo Murillo preguntó y se respondió así mismo por el calificativo de “cacería” que le había dado al anuncio del lanzamiento de una persecución contra Juan Ramón Quintana, quien había sido uno de los principales funcionarios de Evo Morales, el presidente derrocado.

El modo de decirlo confirma el odio profundo que anida en el movimiento sedicioso boliviano, pero a la vez enciende una alarma sobre la peligrosa distorsión que conlleva la calificación del otro, del enemigo político, como “animal”.

Es la vieja manera en que unos seres humanos han abierto la puerta a todos los atropellos sobre otros seres humanos, y que se ha visto reproducida tantas veces en nuestros 10 mil años de historia.

La consideración de” animal”, precisamente, despoja al otro de la condición humana, y bajo el amparo de esta perspectiva se anula todo respeto sobre los derechos de ese otro, sobre su entidad, y queda despejado el camino para las violaciones y los crímenes

Que los nativos africanos hayan sido calificados como “animales”, como una especie ajena a la humana (y se trataba, precisamente, de los hijos del continente en el que nació la humanidad) hizo posible cinco siglos de tráfico de esclavos, en la que los seres de raza negra fueron sólo sangre de trabajo y mercancía de compraventa.

La misma mirada sobre los judíos hizo que el nazismo no titubeara en cometer el inconmensurable genocidio que estremeció lo más profundo de la conciencia de la humanidad casi en la mitad del siglo 20.

Como también pasó en la sangrienta dictadura argentina, cuando la feroz represión llevó adelante un plan sistemático de eliminación de opositores, a los que les quitó toda condición humana para someterlos a la tortura y al asesinato clandestino. Por eso sus crímenes son considerados de lesa humanidad, es decir que ofenden a la humanidad toda, por lo que son imprescriptibles.

Tanto fue el espanto y el estremecimiento que generó el Holocausto de la segunda gran guerra del siglo 20, la Shoá como la llama el pueblo hebreo, que, en la carta fundacional de las Naciones Unidas del 26 de junio de 1946, apenas concluida la conflagración, aparece por primera vez y en siete citas el término derechos humanos”.

Por fin, el 10 de diciembre de 1948, más de tres años después, es dada a luz la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Hace ya 71 años que esa fecha es el Día Universal de los Derechos Humanos para casi todo el mundo, pues casi todos los países han adherido a la Declaración.

Sin embargo, las violaciones estuvieron lejos de cesar desde entonces, y en algunas situaciones se presentan en una precariedad alarmante.

“La ignorancia y el desprecio de los derechos humanos han resultado en actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad, y la llegada de un mundo donde los seres humanos gocen de libertad de expresión y creencia y sean libres del miedo y la miseria se ha proclamado como la más alta aspiración de la gente común... Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Así sostiene el preámbulo de la declaración, el documento más traducido del mundo (está disponible en más de 500 idiomas).

Estos derechos inalienables son inherentes a todas las personas puesto que, precisamente, hacen a la condición humana esencial. Y en esto no hay distingos de raza, color, religión, sexo, idioma, opiniones políticas o de otra índole, origen nacional o social, propiedades, lugar de nacimiento....

Además de la libertad de expresión, de pensamiento, de culto; de la presunción de inocencia hasta tanto no se pruebe la culpabilidad, entre tantos otros derechos, también se señala en el texto el acceso a la alimentación a la vivienda, a la salud, a la vestimenta.

Es decir, estas necesidades mínimas socioeconómicas deben ser resueltas para que una persona, las personas, sean consideradas humanas, condición que les ha suele ser arrebatadas a las multitudes acorraladas por la pobreza devastadora.

Mientras tanto, siempre hay que estar alerta frente a miradas y discursos que le quitan al otro la porción de humanidad que les corresponde para, así, finalmente atropellarlo.

Sucede en los conflictos políticos, sociales y raciales, que tantas veces se presentan como uno solo. También en la discriminación por identidad sexual, así como que la tremenda violencia de género se desata a partir de considerar a la mujer como un objeto sobre el cual es posible ejercer una posesión.

Hay que tener cuidado cuando se echan vientos de odio en una sociedad: son capaces de convertir al desencuentro en una tragedia que arrasa con los derechos humanos, como tantas veces hemos visto. La grieta que divide se convierte así en una trampa que se devora a odiados y odiadores.

Sin derechos humanos, somos todos “animales”, en el más violento y descalificador sentido de esta palabra.

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