Demanda social a la TV

31-08-2018

Por Martín Becerra | Profesor e Investigador UBA, UNQ y Conicet

Paradojas de la televisión abierta: cada año cae el encendido respecto del año previo, lo que indica que cada vez menos hogares y personas la utilizan como medio preferente a la hora de informarse y entretenerse, y el rating de los programas más masivos es hoy modesto en relación al que cosechaban hace dos décadas, pero aún así la sociedad deposita en la televisión confianza y credibilidad. Tanto es así que conductas que en otros formatos son consentidas, o relativizadas en su importancia, suelen ser reprochadas socialmente si ocurren en un set de TV y se interpreta que es un error, una anomalía o una provocación indigna del lugar de consagración instituyente de “la realidad” que durante décadas representó (y aún representa) la televisión.

Es casi un lugar común postular que la televisión carece de significación en una sociedad cada vez más conectada por redes ubicuas, móviles y digitales, pero la demanda social aún la tiene como medio de referencia. Ejemplos sobran, tanto de casos solemnes como más livianos. Entre los primeros cabe recordar las quejas por la falta de cobertura en directo de los fallos en la megacausa ESMA en noviembre de 2017. Como señaló Gerardo Halpern, quienes querían información en vivo del desenlace de un juicio medular para un país que sufrió violaciones sistemáticas a los derechos humanos en la última Dictadura, debían acudir a las propias redes sociales digitales (Twitter, fundamentalmente), pues la TV siguió con su programación habitual y recién retomó la noticia en espacios acotados dentro de los informativos. Así, la TV “atrasaba” en relación a la demanda de una parte de su audiencia, escatimándole información sobre un hecho clave para la historia argentina reciente.

Al analizar ese episodio, Halpern interpreta que las quejas de aquel 24 de noviembre “lo que expresan es un tipo de demanda a los medios audiovisuales generalistas de acceso gratuito respecto de su relación con los hechos que ambos (medios y audiencias), de manera disímil, consideran relevantes”.

En un registro obviamente más frívolo, el minuto de silencio con el que uno de los principales programas deportivos de la señal TyC Sports, “No todo pasa”, condenó la derrota de la selección argentina ante Croacia en la primera ronda del reciente Mundial de fútbol de Rusia, también enojó al público, que amplificó la audiencia que cosechaba el envío al viralizar ese segmento, lo que a su vez motivó un efecto cascada que permitió cierto reencuentro entre hinchas de fútbol y jugadores del seleccionado albiceleste, unidos en un cántico hiperbólico contra todo el periodismo.

En ambos ejemplos, lo que no irrita en otros formatos y soportes mediáticos, en cambio sí causa indignación social cuando tiene a la televisión por protagonista.

La importancia de la TV no sólo se asienta, como es dable suponer, por el hecho de que en países como la Argentina el acceso a las redes ubicuas, móviles y digitales es aún un proceso fuertemente determinado, y limitado, por las desigualdades socioeconómicas y las asimetrías geográficas que estructuran el país, y que impide que la mayoría pueda gozar de los beneficios y potencialidades de conexiones robustas, buenos servicios y precios razonables. En este sentido, la televisión sigue siendo significativa para vastos sectores que la tienen como primera fuente de información, a la que dotan de credibilidad y como una usina de entretenimiento y distracción. Su valor cultural es distinto según se trate de personas de clase baja o alta, de jóvenes o adultos mayores, de habitantes de barrios céntricos bien conectados o de barrios periféricos y espacios semiurbanos y rurales.

La televisión continúa, además, ejerciendo una función de organizadora y legitimadora de la agenda pública que se halla crecientemente dispersa y diseminada, en dosis fragmentarias, en redes sociales digitales, mensajes de contactos y amistades y contenidos modulares del sistema de medios. La TV no ejerce esta función en soledad y en el vacío, sino que compite por la eficacia con la que la desempeña y por la atención social con otros medios de comunicación e incluso con otras instituciones.

La crisis de los medios es también la crisis de la organización secuencial y editada del relato público, eso a lo que suele aludirse con la noción de “realidad”. Sin embargo, algo no se ha quebrado por completo cuando distintos sectores sociales siguen identificando a la institucionalidad mediática, y a la TV en particular, mayor responsabilidad en las tareas que la sociedad le delega. Hay una buena nueva para quienes hacen televisión en esta paradoja. Están a tiempo de explorar el sentimiento que todavía une a las audiencias con el medio, en pleno vendaval de tecnologías digitales.

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