Con el mate en una mano y el mouse en la otra

10-07-2018

Facundo Miño | Periodista

A los 32 años Yanina Vera es una veterana del trabajo online. Comenzó como data entry en 2004. Cargaba planillas con censos para un tío que trabajaba en el Instituto Provincial de la Vivienda. A veces le pagaba con un par de zapatillas; a veces, dinero en efectivo. Para no ocupar la línea telefónica de la casa materna, entraba a Internet desde la medianoche hasta las seis de la mañana. Por aquellos años la conexión por wifi era todavía una utopía de ciencia ficción.

Después fue correctora de cuentos y libros que le mandaban por mail. En 2009 vio un aviso sobre redactores online y se postuló. La contrataron. Sigue hasta hoy. Hace guionado de cursos e-learning.

-Cuando una empresa o una institución necesitan capacitar a alguien llegamos nosotros para hacer la estructura sobre la que después alguien verá una página web. En lugar de preparar las clases como hace un docente o como un actor arma su guión para una obra de teatro, nosotros preparamos un escrito donde cada una de las páginas dice dónde va la flechita que lleva a la próxima pantalla, dónde hay que poner una pregunta, hacer una pausa o tomar una evaluación.

Mientras toma mate una siesta lluviosa, Yanina recuerda que durante algunos años tuvo trabajos de la vida analógica. Dejó la web para tomar una beca en Brasil. Al volver, fue moza y cocinera, dio clases en escuelas secundarias y en academias de apoyo escolar. Pero pronto le ofrecieron otra opción frente a la computadora.

- Soy coordinadora operativa pero parezco una preceptora virtual. Hay gente que se capacita a distancia y toma cursos. Generalmente son transmisiones en vivo a través de una plataforma a la que se ingresan con un usuario y una contraseña. Los ayudo a entregar sus trabajos prácticos, les tomo asistencia, les subo el material. Mi función es acompañar como una tutora.

Pronto volvió a agarrar otro puesto de e-lerning y comenzaron los malabares para que ambos empleos encajen.

-Mi agenda es un “Tetris”. Son dos trabajos virtuales desde mi casa, en forma remota. En uno me pasan los horarios de las clases cada semana; en el otro, por semestre. Y así voy acomodando los bloques.

Yanina cuenta que el mayor atractivo es una libertad bastante relativa.

-Lo mejor es no ver personas en vivo ni tener que caretearla para vestirse. Salvo cuando se corta la luz o se corta Internet. Ahí no podés seguir en patas, hay que cambiarse rápido, buscar un taxi y un plan b. Internet mejoró en velocidad pero se sigue cortando a cada rato.

Dice que la estabilidad también es muy relativa porque es monotributista y sus jefes tienen PyMEs. Todos los meses fantasea con renunciar. Ahora su gran desafío es pensar cómo dará clases con su bebé que viene en camino y nacerá en unos meses. También dice que se acostumbró y ya le cuesta pensar en trabajos fuera de su casa, incluso con los riesgos de la autoexplotación.

- En los trabajos con presencia física hay tiempos y espacios de recreo o descanso que están dados por sentado. En tu propia casa los autoeliminás, vas en contra de tus propios derechos laborales.

Del aro al trabajo en red

En 2010 Joel Comba jugaba profesionalmente al básquet. Integraba regularmente los seleccionados juveniles de Argentina y había formado parte del plantel de Atenas de Córdoba que ganó la Liga Nacional la temporada anterior. El futuro se le presentaba como una zona de promesas deportivas. Una serie de lesiones y la noticia de su próxima paternidad cambiaron los aros por una realidad muy distinta.

Comenzó vendiendo zapatillas de básquet importadas hasta que el cepo cambiario frenó el negocio de golpe. Un día vio que su hermana pintaba de modo casero unas zapatillas de lona. Las promocionó por las muy novedosas redes sociales de entonces. Desde Córdoba a cualquier parte del mundo.

-Nos fue tan bien que en un momento llegamos a vender 200 pares por mes- dice hoy, transformado en un emprendedor del marketing digital.

Tiempo después, un amigo de su época de Atenas le ofreció vender buzos de egresados a comisión por Internet.

-Eran entre 30 y 70 pesos por cada venta. Hasta ahí las empresas mandaban promotores a las puertas de los colegios, nosotros hacíamos publicidad por las redes, los chicos nos escribían y acordábamos un encuentro. Cambiamos la forma de venderlos. A los tres meses mi amigo dijo que me iba a pagar un monto fijo porque yo estaba ganando más que el propio dueño.

Ahora Joel tiene 26 años y un currículum laboral frondoso. Es un cuentapropista digital, la computadora y el celular conectados a Internet.

-Si le preguntás a mis hermanas de qué trabajo, seguramente no saben qué decir- se ríe.

Joel hizo una diplomatura en marketing digital y armó una PyME para ofrecer diseño web, posicionamiento en redes, identidad de marca, campañas de publicidad segmentadas. Básicamente indica cómo instalar un producto en la era digital. Su socio es otro amigo que también jugaba al básquet y vive en Praga; la diseñadora de la empresa está en Israel. No se ven las caras. No necesitan mirarse.

Cuenta que sus amigos le dicen que no trabaja porque no se pierde ningún asado, partido o evento. Maneja sus tiempos.

-Me levanto y pongo la pava. Tardo 10 minutos en estar operativo. No tomo un colectivo, no paso frío, no me mojo. A veces me aburro de estar en el departamento y me voy a un bar. Si no me siento productivo, lo dejo y vuelvo otro día.

Esa manera de trabajar le permite armar su agenda y compartir tiempo con su hijo que vive en Berrotarán, una localidad de 7.000 habitantes que está a 130 kilómetros de Córdoba.

-Se puede llegar a un nivel de aislamiento contundente. No necesitás de nadie físicamente para trabajar. Podés pasar días enteros frente a la pantalla.

Hoy no se imagina ser un empleado en relación de dependencia. No podría aguantar los horarios. Sigue estudiando. Cree que la clave es mantenerse actualizado.

-Cuando hay tanta información, lo importante es sacar la cabeza por encima de la competencia y comunicar con eficacia. Estamos peleando por 20 segundos diarios en la cabeza de un cliente.

Vida digital

Verónica Robledo regresó a Argentina en 2015 tras una década en Madrid. Cuando se fue apenas había pasado un mes de obtener su título de traductora. Cuando volvió, pudo trabajar de lo que estudió.

Luego de una prueba, hay una serie de paquetes de bienvenida, unos programas para usar -se llaman memorias de traducción y le permiten al usuario armar sus propios glosarios- y una novedad extraña: además de inscribirse en el monotributo y facturarles, las agencias pagan cada dos largos y extensos meses. La velocidad en responder a las ofertas es clave.

- Funciona como en los taxis, se ofrecen los paquetes por mail y el primer traductor que conteste se lleva al trabajo.

Los paquetes indican el total para traducir y divide en categorías (las palabras nuevas se pagan más; las palabras “match”, que tienen un porcentaje de equivalencia valen menos, las palabras repetidas no se pagan). Además, hay plazos de entrega y procesos de edición y supervisión de lo que otras personas ya tradujeron.

Los temas son variados: certificados analíticos, textos académicos sobre teología, obras de teatro. Puede trabajar desde su casa o puede llevarse el trabajo donde sea que vaya.

-Lo mejor es esta gestión propia del tiempo y del lugar. Mi familia se va de vacaciones, yo me instalo en sus casas y las cuido. Me llevo la computadora y listo. Me da la ventaja de poder elegir a quién veo en mi día a día. Por otro lado, tiene también la soledad de estar mirando la pantalla muchas horas y tenés que hacerte el espacio para el contacto con las personas que elegís- explica.

Verónica no toma en cuenta los fines de semana o feriados (“los mails llegan todos los días”, dice) y trabaja un promedio de ocho horas diarias.

Sabe que hay “listas negras” de agencias que no pagan; sabe que otras aprovechan las pruebas de ingreso para traducir encargos sin pagarlos. En comparación, riesgos aceptables si puede tener horarios flexibles y elegir si quiere tener compañía. Lo importante es la conexión.

-Si no hay agua o gas, no importa tanto. Si no hay Internet puede ser una tragedia.

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