Por Valentina Cardozo | Periodista
-Tuve mi primera guitarra a los ocho años. Me levanté una mañana y estaba ahí, traída especialmente por Melchor, Gaspar y Baltazar. Agarré esa guitarra, comencé a cantar y acá estoy.
La frase la pronunció Raly Barrionuevo en el programa Encuentro en el estudio. Simplifica un vínculo con la música que va camino a cumplir 40 años en los que hizo mucho más que agarrar la guitarra y cantar. La referencia a los reyes magos también revela la inocencia de un niño que construiría una carrera desde los márgenes, en los que la tradición no es un obstáculo sino un cimiento para sostenerse.
Raúl Eduardo Barrionuevo nació el 14 de agosto de 1972 en Frías, provincia de Santiago del Estero. A la mañana, apenas levantado, el pequeño Raly enfilaba directamente hacia el tocadiscos (“era mi juguete preferido, un aparato increíble y majestuoso”). Los Hermanos Ábalos, Los Trovadores de Cuyo, Los Cantores de Quilla Huasi marcaron la banda sonora de su infancia. En la iglesia se sentaba en las primeras filas, bien cerca de su mamá para escucharla cantar.
-Tenía una afinación que hoy considero perfecta- dice.
Cuando menciona sus primeros recuerdos musicales aparecen tíos y primos del campo que enseguida desenfundaban guitarras en las fiestas familiares. Su madre, que había querido estudiar piano pero no la dejaron, tocaba el bombo legüero. El padre, que no vivía con ellos, también era músico. En un ambiente en el que chacareras y zambas eran parte del aire, a Raly no le costó mucho querer tocar. Un tiempo después actuaba en el pueblo que muy pronto le quedaría chico.
Ya adolescente, llegó a Córdoba una mañana de 1990. Venía con su hermano con la intención de estudiar en la Universidad. Pero cuando quiso inscribirse le explicaron que antes debía pasar por el Conservatorio y en el Conservatorio le dijeron que el cursado duraba siete años. No podía ni quería esperar tanto. Los Barrionuevo se instalaron en una pensión y vivían con lo justo. De Frías les mandaban unas cajas con comida, el sueldo de docente de su mamá apenas alcanzaba.
-Llegamos con muchos miedos y muchas esperanzas. Yo caminaba por la calle y me parecía que estaba en Nueva York- recordó en una entrevista.
Para volver al pueblo natal se colaban en el tren. Tenían un amigo maquinista al que le dejaban los bolsos y lo esperaban en un paso a nivel cerca de la estación. Se subían cuando ya estaba en movimiento aunque todavía no había agarrado velocidad.
El joven Raly circulaba por las peñas de esa ciudad extraña y se asomaba a los escenarios, guitarra en mano. Con trabajo de hormiga forjó su primer público, compuesto sobre todo por estudiantes de la Universidad. La misma que le había cerrado sus puertas para cursar, se las abría de par en par.
En 1995 editó su álbum debut titulado El principio del final, con Víctor Heredia y Los Coplanacu como invitados. Justo cuando sus amigos del pueblo que habían llegado en la misma época a Córdoba terminaban sus estudios y empezaban a recibirse. Raly volvió a Frías con el disco en la mano. Quería llevárselo a su madre.
-Era como entregarle el título. A partir de ahí comenzaba a ejercer la profesión. Córdoba me puso los obstáculos que me tuvo que poner, los que fueron necesarios.
Las rutas y las batallas
El ejercicio de la profesión de músico -no le gusta hablar de carrera artística- lo llevó a compartir escenario con sus ídolos. Peteco Carabajal y León Gieco lo apadrinaron, lo llevaron de gira, le permitieron foguearse. El muchacho anduvo aquí y allá. Conoció, miró, preguntó, escuchó, aprendió. Compuso. Con todo el bagaje a cuestas publicó en 1999 su segundo disco, Circo criollo.
Las letras testimoniales, la reivindicación de los ancestros, el apoyo al Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE) y la adhesión proyectos autogestionados como la Universidad Trashumante lo colocaban muy lejos del folclore romántico y exitoso de Los Nocheros o Los Tekis. Casi como la contracara, Raly alguna vez se definió como un “comunicador de injusticias”.
Se hizo cada vez más conocido y popular. Se sucedían los festivales, las peñas, las invitaciones, las entrevistas. Y los premios: Gaviota de Plata a la mejor canción en el Festival Internacional de Viña del Mar (2001), Consagración en Cosquín (2002); un Gardel en 2005, otro en 2007.
En 2009 grabó Radio AM, un homenaje a las canciones clásicas de folclore que escuchaba de chico en el tocadiscos. Fue un éxito. Y aunque la posibilidad de lanzar un segundo volumen estaba ahí, latente y tentadora, viró hacia un sonido más latinoamericano. Invitó a un músico pop (Leo García) y a un cantante de cumbia (Ariel Pucheta, Ráfaga), se asoció a la cubana Yusa con la idea del viaje como excusa.
Esa etapa más luminosa a nivel compositivo no impidió la visión crítica sobre el entorno ni la conexión con las injusticias. En 2012 denunció que Canal 7 censuró parte de su show en Cosquín justo cuando proyectaba un video contra la megaminería y lo adjudicó a su perfil poco amistoso con el oficialismo de entonces.
En 2014 se sumó al reclamo que pedía justicia para Paola Acosta (la mujer asesinada por su expareja y arrojada a una alcantarilla con su beba que logró sobrevivir) y exigió libertad para Belén (la joven tucumana encarcelada por un aborto espontáneo).
Después, se enfrentó a la Confederación de Asociaciones Rurales de la Tercera Zona (Cartez) de Córdoba por un proyecto de ley que modificaba la protección de los bosques nativos para ampliar la frontera agrícola. “Nosotros honramos la tierra, ustedes la castigan con topadoras y venenos”, les escribió en una carta.
Así sigue hasta hoy. En la última edición de Cosquín saludó con lenguaje inclusivo (“Bienvenides”) e invitó a una artista chilena para interpretar una “chacarera feminista”. En la plaza Próspero Molina reiteró su compromiso con la tierra (“Cuidemos nuestros montes y nuestra agua y no la envenenemos más con glifosato”). También reinvidicó al padre que casi no conoció (“por estas venas corre su sangre musical”) y homenajeó a su madre.
Las referencias familiares no son casuales. La era de la madurez encuentra a Raly Barrionuevo en plenitud, “sin corrosidades que apagan el espíritu”. Su último disco, dice, es autobiográfico y sanador, plagado de transparencias. Su rol como artista es el mismo que enunció en el programa donde contó sobre el regalo de los reyes magos.
-Aquí estamos, en el camino, tratando de ser simplemente un eslabón más de la cadena que es la música regional folclórica