Este relato bien podría ser el origen de la cestería en Copacabana (Ischilín), una comunidad rural cercana a la localidad de Deán Funes, en el norte cordobés. Un pueblo pequeño de árido e impactante paisaje donde la palma Caranday crece en la región desde tiempos remotos.
La hoja de esta palmera, que alcanza alturas de 5 metros, es cuidadosamente seleccionada por hombres y mujeres que habitan estas tierras para tejer sus artesanías. Costureros, canastos y carteras son algunas de las piezas que habitualmente se elaboran y venden en la zona.
Portadores de un saber histórico que se remonta cuanto menos a mediados del siglo XIX, los tejedores de palma han venido transmitiendo esta técnica familiar por generaciones. “Tenía nueve años cuando empecé a hacer nuditos de palma, canastitos”, nos cuenta Graciela Gómez una de las tejedoras de Copacabana.
La historia parece reiterarse una y otra vez en distintos rincones de nuestro país. Los pobladores de las pequeñas comunidades que viven de la artesanía, apenas subsisten con grandes carencias y en muchos casos en condiciones de pobreza. Las posibilidades de insertar sus producciones en circuitos económicamente rentables son remotas. A pesar del saber cultural y ancestral, el trabajo de los artesanos no es reconocido como tal y en muchas ocasiones sólo sirve para la supervivencia canjeándolo por comestibles a valores absurdos.
En el caso de los tejedores de Copacabana, se suman también otros factores como la falta de diseño en las artesanías, la imposibilidad de responder colectivamente a grandes demandas de producción y la diversidad en la calidad final de los productos.
Frente a este contexto, el INCIDE - una ONG cordobesa con vasta experiencia en el campo social - junto al grupo Quinua - integrado por arquitectos cordobeses que trabajan con el concepto de tecnología social de su profesión - desarrollaron en Copacabana un proyecto organizativo-comunitario destinado a incrementar los ingresos de los productores de artesanías en hojas de palma de caranday, mediante la incorporación de innovaciones en diseño y control de calidad de sus productos.
Paso a paso
La iniciativa se planificó como una propuesta compartida e incluyó diversas etapas a lo largo de tres años. En primer lugar, se diseño un catálogo de los productos contemplando aquellos que tradicionalmente venían elaborando los tejedores e incluyendo otros diseños incorporados a partir del proyecto.
“Uno de los desafíos más grandes tuvo que ver con el encuentro de dos modos distintos de entender la realidad y de comunicarse. No solo al hablar sino al tener que transmitir un diseño desde un papel”, explica Diego Dragotto uno de los arquitectos de Quinua.
En una segunda etapa surgió la necesidad de una identidad propia para los productores que denotara el valor social, cultural y comunitario de estas artesanías. Así fue como nació la marca Caranday del grupo de productores de cestería de Copacabana.
El proyecto se completó con el envió del catálogo y la posterior venta de productos a la entidad privada TGN - Transportadora de Gas del Norte - que adquirió 240 porta botellas, 800 portalápices y 120 posapavas para obsequiarlos como regalos empresariales.
La experiencia con TGN movilizó a la comunidad de Copacabana que debió extender la invitación a otros artesanos de la zona para cumplir con el pedido. “La práctica concreta con una empresa, donde hubo una transacción comercial, acortó un montón de tiempos de capacitación”, destaca Marcelo Juncos de INCIDE.
Patricia Gómez, una de las artesanas, cuenta que para ellos “Esto tuvo un valor muy grande porque tejíamos, le dábamos los canastos a los chicos (de Incide y Quinua) y ellos nos traían la plata. Antes eso no pasaba, si no lo canjeabas por un kilo de azúcar o algo nadie te lo compraba”.
El programa de los cesteros de Caranday hizo que los propios pobladores rescaten la artesanía en palma, un capital cultura que estaba en riesgo, iniciando un proceso de desarrollo local y regional. De esta manera no sólo se promovió el rescate cultural sino que se enseño un oficio rentable a los más jóvenes.
René “Chichí” Carrizo, uno de los referentes de Caranday, explica las huellas de la transformación, de los logros y de los nuevos horizontes: “Me produce una inmensa alegría lo que ha pasado. Si sabemos que hay una comunidad que vive de la artesanía, no debe hacerlo uno solo debemos hacerlo todos”.
* Especial agradecimiento a Jimena Mercado y Marcelo Juncos de INCIDE