Cerca de la revolución

25-02-2019

Matías Cerutti | Viajero, cronista y narrador

Pito Campos | Ilustraciones

Hay lugares que cuando se los visita parecen estar esperándonos. Nos invitan a entablar un diálogo, desbordan del deseo de contar. Pero a veces, sus relatos permanecen velados, solo accesibles para quien esté dispuesto a ahondar en su historia. La sensación de que cobijan algo nos hace estar atentos a cada detalle. Por lo general, esos vestigios suelen encontrarse en espacios públicos, donde la gente circula cotidianamente, se encuentra espontáneamente, se cita previamente y se relaciona constantemente. En nuestra cultura, al espacio de convergencia social más recurrente lo denominamos plaza. No hace falta ser un guía turístico o un doctor en historia para darse cuenta de que en la Plaza de Mayo de la Ciudad de Buenos Aires sucedieron cosas trascendentes; si nos encontráramos parados en la Plaza de Armas de Cusco, en la Plaza Mayor de Madrid o en la Plaza Roja de Moscú, probablemente algunos indicios y alguna que otra vibración interna nos causarían un estremecimiento, despertando la intriga acerca de los sucesos que acontecieron en ese lugar.

En la plaza de Bigand hay una cápsula del tiempo que contiene un mensaje para la generación de 2059, es una caja de piedra que se cerró en 2009 cuando se festejaba el centenario de la localidad. En la misma plaza hay una placa en homenaje a los caídos en el Conflicto del Atlántico Sur, un busto del General San Martín, y un recordatorio del pueblo colonia y fuerzas vivas a su fundador Víctor Bigand. Sin embargo, se percibe en el aire de ese espacio público enmarcado por un rosedal y protegido por enormes plátanos que parecen estirar sus ramas hacia el cielo, como si fueran brazos, un mensaje que no precisa ser encapsulado para ser recordado más de 100 años después. Se vislumbra con solo estar presente en el lugar, se profundiza y aclara en un mármol que conmemora los acontecimientos ocurridos el 15 de junio de 1912, y se revive y se palpita en el diálogo cotidiano con los vecinos bigandenses.

El nacimiento de un pueblo

En 1909 Víctor Bigand decide fundar un pueblo en las tierras que su padre Honoré había comprado a los descendientes de Urquiza. En aquel entonces se hallaba en vigencia la Ley Provincial 1887 que exigía la donación, por parte del colonizador de tierras, para distintos establecimientos públicos específicos: comisión de Fomento, escuela, juzgado de paz, hospital, templo, plaza, cementerio y su correspondiente escrituración a favor del Fisco Provincial.

Estas tierras, ubicadas a 70 kilómetros de la ciudad de Rosario, contaban ya con una estación del ferrocarril Rosario-Puerto Belgrano que aún no había sido inaugurado: “esta circunstancia que viene a facilitar de modo directo la comunicación de un centro importante de producción agrícola con los puertos de Rosario y Bahía Blanca, me ha decidido a fundar un pueblo dentro de mi propiedad ...”, fundamentaba Víctor Bigand en la solicitud fundacional enviada al Departamento de Ingenieros de la Provincia de Santa Fe. En octubre de 1910, el mismo fundador publicaba en el diario La Capital, de Rosario, el siguiente aviso: “Pueblo Bigand - Estación Bigand: ¡El de más porvenir! ¡Único con aguas corrientes! Con escuela, autoridades, iglesia, médico, botica, baños públicos, etc. antes del año de su fundación. En el centro de una gran zona agrícola, en la región más fértil de la provincia de Santa Fe, aprobado y exonerado de impuestos por el Superior Gobierno.”

Como consecuencia de esta publicación, a un año del loteo ya se habían construido más de 100 casas con ladrillos que el mismo Bigand facilitaba a los vecinos.

La situación de los arrendatarios

Además del incipiente casco urbano, la zona rural, que también era propiedad del fundador, se atiborraba de inmigrantes europeos que llegaban con la expectativa de mejorar su calidad de vida, pero a diferencia de aquellos que accedían a un lote en la zona urbana, los campesinos no lograban la propiedad de las tierras que cultivaban y se veían sometidos a condiciones de alquiler que los abrumaban de tal forma que no llegaban ni siquiera a saldar las deudas con los almacenes de ramos generales, quienes apostaban a la buena cosecha y a las ganancias de los campesinos.

Esta situación se había generalizado por toda la pampa húmeda. Para los campesinos, ser dueños de la tierra era una utopía pero tampoco su situación de arrendatarios les abría una vía razonable de realización económica. En los términos planteados la cosecha dejaba escasa o nula utilidad y los contratos permitían a los terratenientes desalojar por cualquier motivo a los campesinos, quienes en su condición de inmigrantes se veían amenazados por la Ley de residencia que avalaba su expulsión del país sin juicio previo. Los contratos a muy corto plazo, las constantes subidas del canon, la ausencia de una legislación que aluda a la libertad de trillar y cosechar y al derecho de habitar en una casa digna, sumado esto al fracaso de la cosecha de maíz en 1911 y el descenso del precio de los cereales en abril de 1912, aceleraron la organización y reacción en la geografía rural del sur provincial.

Por los derechos de los chacareros sin tierra

En 1912, los agricultores arrendatarios comenzaron a reunirse desde abril en chacras y almacenes de ramos generales de la zona, como el de Ángel Bujarrabal que proveyó un sótano para las tratativas, además de apoyo económico y difusión de la lucha. Frente a la pesquisa policial aparecieron otras sedes: el hotel de Juan Timone y hasta el frente de las iglesias cuyos párrocos habían resuelto apoyar a los huelguistas. Pero fue en esta plaza de Bigand donde se realizó la primera asamblea. La suspensión del crédito en los almacenes había precipitado la situación y el 15 de junio de 1912 Luis Fontana convocó a los agricultores y sugirió elevar un petitorio a los propietarios para modificar los contratos de arrendamiento, dándoles un plazo de 15 días para la contestación.

En esa reunión no se declaró la huelga sino que se sentaron las bases para una organización gremial denominada “Campesinos Unidos”, cuyo objetivo era defender los derechos de los chachareros sin tierra. 10 días después este movimiento se trasladó a la localidad de Alcorta, en la que hacía más de un mes los colonos Francisco Bulzani y Gilarduci recorrían los campos para sumar adherentes al pronunciamiento que tuvo lugar el 25 de junio.

Estos acontecimientos quedaron en la historia bajo el nombre de “El Grito de Alcorta”, dado que fue en esa localidad donde se declaró la huelga y donde apareció por primera vez la figura de Francisco Netri, un abogado de Rosario que había sido convocado por sus hermanos, párrocos de las localidades de Alcorta y Máximo Paz, quienes se habían comprometido con la causa. Un mes más tarde, el doctor Francisco Netri convocaría a una asamblea en la Sociedad Giuseppe Garibaldi de Rosario, donde se daría nacimiento a la Federación Agraria Argentina.

Sin embargo, aquí en la plaza de Bigand se respira el aire de lucha de aquellos meses. De hecho, entre las asambleas de Alcorta y de Rosario se realizó una nueva y multitudinaria reunión en Bigand, de la que dio cuenta el diario La Nación en su edición del 1 de julio de 1912: “Para dar una idea de la importancia de la asamblea celebrada hoy en Bigand basta decir que el número de concurrentes se estimó en 2500. La asamblea se verificó en un amplio local particular en el que la concurrencia no cabía...” y luego de elogiar la exaltante oratoria de Luis Fontana y transcribir los consejos del asesoramiento del doctor Netri, cerraba la crónica confirmando que Víctor Bigand estaba dispuesto a entablar diálogo con los arrendatarios, por lo cual los invitaba a una reunión para el 3 de julio en su domicilio.

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Ahora que me encuentro parado frente al mármol que conmemora la primera asamblea chacarera y que rinde homenaje a aquellos hombres y mujeres que lucharon por sus derechos y participación, imagino, mientras escucho la bocina de Luciano, el vendedor de churros que pasa justo por la esquina del cine teatro San Martín de la Sociedad Italiana, al tumulto de campesinos inmigrantes que en un menjunje de dialectos reclamaban justicia.

Esta gesta significó, entre otras cosas, un importante cambio cultural. La participación de Victor Bigand, aceptando condiciones de los arrendatarios, facilitó que aquellos inmigrantes que se encontraban en la incertidumbre pudieran acceder a contratos de alquiler más serios, que les permitirían echar raíces y desarrollarse como familias agricultoras que hoy forman parte del ADN bigandense. Sin embargo, después de tres generaciones y de 100 años de arrendar los campos de Bigand, familias campesinas siguen sin resolver su situación. Tras la muerte de la última heredera de Honorario Bigand, una fundación quedó como propietaria de las tierras y exige el desalojo de los agricultores.

Como tantas otras revueltas que pusieron en cuestionamiento alguna estructura del poder, el Grito de Alcorta tuvo sus mártires. La vida de algunos impulsores del movimiento se convirtió en un calvario. Los sacerdotes Pascual Netri y Ángel Groti estuvieron detenidos, en un acto realizado en la localidad de Firmat fueron asesinados los dirigentes agrarios anarquistas Francisco Mena y Eduardo Barros. La misma suerte corrió Francisco Netri, asesinado en 1916. Francisco Bulzani debió refugiarse en la provincia de Córdoba, donde murió en el olvido y la pobreza en 1948.

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