Caso Carrasco: La muerte de un soldado

14-08-2017

Por Dante Leguizamón*

Es el 3 de marzo de 1994. Apenas pasan las tres de la tarde y los más de 60 chicos de 19 años que llevan horas de salto-rana y cuerpo-a-tierra no pueden creer que haya que soportar tanto maltrato para aprender a defender esa bandera que flamea, imponente, en el mástil del Regimiento de Artillería 161, de Zapala, Neuquén.

El baile lleva varias horas. Los han levantado a la madrugada y apenas si han tomado un mate cocido con pan. Sin embargo, ese día los instructores militares han decidido desplegar toda su crueldad disciplinaria sobre los soldaditos que apenas llevan 72 horas en el Servicio Militar Obligatorio. La mayorí­a es la primera vez que pasan tres días seguidos fuera de sus casas, uno de ellos “el flaquito- no volvería nunca más.

Para colmo hace un calor insoportable y el sol golpea duro sobre los cuerpos que deben hacer ejercicios vestidos en los pesados trajes de fajina que se hacen más insoportables con el correr de las horas cuando el barro se pegotea en la tela. De tanto en tanto alguno tiene la mala suerte de ser interpelado a los gritos ante las amenazas de los oficiales. La mecánica es repetida: el instructor comienza a presionar y si el soldado "se la aguanta" se concentra en otro. Si alguno no está a la altura de lo que se le exige, son los mismos oficiales los que obligan a los otros chicos a ensañarse con él. Así­ corren chicanas, patadas, golpes y agresiones hasta que se van haciendo costumbre.

Hasta ahora todos “de alguna manera- se la bancaron, pero es el turno de Omar Carrasco y la tragedia se avecina. Omar es un chico de Cutral-Co de contextura media y con una vida alejada de la dura mecánica militar. Está nervioso. Sabe que le va a tocar el apriete y tiene miedo.

Cerca de las cuatro de la tarde -en pleno baile- un oficial lo increpa a los gritos. Ha llegado su turno y, como le ha pasado toda la vida cada vez que su mamá o su papá lo retan, Omar no puede evitar que se le escape una sonrisa. Y Omar, frente al instructor, se ríe.

A partir de ese momento los sucesos se disparan en diferentes versiones a veces contradictorias debido a la impresionante mecánica desplegada por el Ejército Argentino para evitar que se llegue a la verdad. Una versión dice que el chico recibe allí­ mismo una trompada que lo hace perder el equilibrio. Otra versión dice que esa trompada en realidad la recibe en el baño, después de que el instructor Ignacio Canevaro, le ordene a dos de los compañeros de Carrasco (Cristian Suárez y Ví­ctor Salazar) llevarlo allí para darle un escarmiento. Lo que sabemos es que después de eso lo empujan y cae duramente al suelo.

La autopsia demostró que el cuerpo del joven soldado recibió una patada feroz realizada con un borceguí­ que le quebró tres costillas. Una de esas costillas astilladas le perforó el pulmón. Después de eso otro impacto “posiblemente realizado con una pala de punta- le destrozó la cabeza arrancándole literalmente uno de sus ojos.

La versión oficial hasta el dí­a de hoy es que Carrasco murió ese mismo día. Otra versión indica que agonizó por tres dí­as más hasta morir. Según esa segunda hipótesis el soldadito habría sido ví­ctima no sólo de la desidia de los militares a su cargo, sino también de la mala praxis de los médicos que debieron salvarlo.

Para aquel a quien no le haya quedado claro digamos que en la jerga militar "bailar" significaba castigar a los conscriptos sometiéndolos a ejercicios físicos extenuantes que se podí­an producir a cualquier hora del dí­a y tenían como objetivo disciplinar a la tropa obligándola a esforzarse hasta la humillación. En aquel caso, el proceso de disciplinamiento derivó en la muerte y la muerte derivó en el fin de una de las tradiciones más fuertes -y violentas- de la historia militar argentina: el Servicio Militar Obligatorio. Hablar de Omar Carrasco es hablar del fin del "COrre-LIMpia-BArre", el fin de la Co-Lim-Ba. Pero nos estamos adelantando. Vamos a la historia.

Defenderla aunque haya que violarla

La ley 17.531 se sancionó en setiembre de 1901 bajo la presidencia de Julio Argentino Roca. En resumen la idea del ministro de guerra, Pablo Richieri, era que los jóvenes de 20 años recibieran una instrucción que, mientras los entrenaba para posibles enfrentamientos, los formaba para ser parte de una política interna que se remontaba a las campañas del desierto llevadas adelante por el Ejército en las décadas anteriores. La creación del Servicio Militar Obligatorio se basó en una interpretación del artículo 21 de la Constitución Nacional que dice que todo ciudadano debe armarse para defender la constitución. Conceptualmente la forma de organizar la instrucción a la que serían sometidos esos jóvenes, era la de copiar al Ejército prusiano que le permitió al Reino de Prusia convertirse en una de las más importantes potencias mundiales. Aquel ejército tuvo origen en un pequeño grupo de mercenarios de Brandeburgo que participó de la Guerra de los Treinta años.

Omar

Habí­a nacido en 1976 en Cutral-co. Las paradojas de la historia indican que en el año en que ese "colimba" nací­a otros "colimbas" que con el tiempo se harían tan conocidos como él, morí­an: Alberto Agapito Ledo en Tucumán y Germán Cantos en Santiago del Estero son sólo dos ejemplos. (Ver: Aprendieron a hacerlo en Dictadura).

Cuando llegó a Zapala Omar tenía 19 años y habí­a pasado toda su vida en el barrio Las 166 viviendas de Cutral-Co, donde repartía pollos congelados y a veces trabajaba de albañil junto a su padre. Hincha de River, era un apasionado del ciclismo y pertenecí­a a la Iglesia Adventista, en la que integraba otro ejército menos violento: El Ejercito Evangélico Mundial.

Según su mamá, Sebastiana, su hijo era tí­mido y cuando se ponía nervioso no podí­a hacer otra cosa que sonreír. Apenas tres días después de abandonar Cutral-Co por primera vez en su vida, Omar Carrasco falleció a manos del Ejército que, como le gustaba decir a los militares de entonces, "recibía pendejos para devolverlos hombres".

Los padres

La noticia de la muerte de Omar Carrasco no fue pública. De hecho quizá no se habrí­a conocido nunca de no ser por sus padres, que reaccionaron ante el intento de los responsables del regimiento de esconder lo sucedido.

A mediados de marzo, quince días después del ingreso de su hijo al Servicio Militar, Sebastiana y Francisco no aguantaron más de extrañarlo y se tomaron el colectivo para visitarlo en el cuartel. Se habían enterado de que era su dí­a de franco interno. Llegaron de sorpresa, pero los sorprendidos fueron ellos:

- Su hijo no está en el cuartel. Desertó hace seis días.

Les dijeron. Sebastiana todaví­a tení­a en su antebrazo la bolsa en la que le llevaba el pan casero y las milanesas que había cocinado para su hijo.

- Cómo que no está. Si mi hijo ingresó al cuartel el 3 de marzo.

Alcanzó a decir el padre, que sabía que Omar nunca habí­a pasado la noche fuera de casa y resultaba imposible imaginarlo a la deriva durante todas las noches que habí­a pasado sin verlo.

- Ingresó, pero después desapareció “le contestaron- su hijo es un desertor, pero seguro que en unos dí­as va a aparecer por su casa arrepentido.

Francisco Carrasco y su mujer superaron rápidamente los momentos de incertidumbre y decidieron denunciar la desaparición. Primero hubo una denuncia policial, más tarde los padres fueron a los medios locales.

Cuando se hizo pública, el "acta de deserción" indicaba que el soldado se habí­a fugado y encuadraba el hecho en una falta grave. El cinismo militar llegaba a un punto extremo en el punto ocho de esa acta firmada el día 12 de marzo, seis días después de la supuesta desaparición de Omar: "No ha recibido malos tratos ni se le hizo faltar vestuario ni alimentación", decía el texto que llevaba la firma del capitán Correa Belisle, un suboficial principal López, un sargento de apellido Sánchez y el subteniente Canevaro.

Aprendieron a hacerlo en dictadura

Dieciocho años antes del asesinato de Carrasco, justo en el año 1976 cuando él acababa de nacer, otra provincia fue testigo de un episodio cuyas similitudes son impresionantes. El 17 de junio desde La Rioja, llegó al Batallón Ingenieros 141, de Tucumán, un soldado llamado Alberto Agapito Ledo. Lo hizo desde La Rioja bajo las órdenes del subteniente César Milani. En la jornada del 17 de junio Ledo salió a caminar con el capitán Esteban Sanguinetti para hacer una recorrida por la zona, Sanguinetti regresó solo. El 4 de julio, ante la falta de noticias de su hijo, Marcela Brizuela de Ledo viajó a buscarlo. Allá­ le dijeron que habí­a desertado y se encontraba desaparecido. Le mostraron un acta firmada por Milani. Ese mismo año, en Santiago del Estero, esta vez en el Batallón Ingenieros 141. Los padres de Germán Francisco Cantos fueron a visitar a su hijo que realizaba el Servicio Militar, pero no lo encontraron. Cuando preguntaron les respondieron que su hijo a desertado y se encontraba desaparecido. La mecánica de los militares al mando del Grupo de Artillerí­a 16 que mataron, escondieron y desaparecieron a Carrasco habí­a sido aprendida en tiempos de dictadura. Tres fotos, tres momentos en nuestra historia.

El cadáver

Un mes después de los hechos, el 6 de abril de 1994, el cadáver de Carrasco fue encontrado dentro del propio cuartel, al pie de un pequeño cerro. Un dicho dice que todo aquello que se mueve los militares lo pintan de verde. Así­ mismo, todo lo que está pintado, lo pintan de blanco. El rumor de aquellos dí­as era que al dejar el cadáver casi en las afueras del cuartel, los asesinos querí­an hacer creer que habí­a sufrido un accidente mientras intentaba fugarse. Para que esto fuera creí­ble, lo "pintaron de verde" poniéndole un pantalón militar.

El cadáver estaba semidesnudo y sobre el pantalón habí­a un cinturón abrochado muy fuerte, que no dejó ninguna marca sobre la cintura. Un indicio más: se lo pusieron cuando por su cuerpo ya no circulaba sangre. Es decir, mucho después de la muerte.

El caso debía ser investigado por el juez federal de Zapala, pero de repente apareció la SIDE en tiempos en los que la sociedad argentina ni se imaginaba la posibilidad de que existieran los personajes como Jaime Stiusso.

- Parecí­an la KGB -relató uno de los soldados que vio llegar al cuartel a los hombres de Inteligencia.

Lo cierto es que llegaron y revolvieron todo. Al poco tiempo surgió una lí­nea de investigación que resultó la más conveniente para el Ejército y apuntaba a los eslabones más débiles. De un día para el otro los sospechosos fueron un militar de carrera y dos de los chicos que estaban haciendo el Servicio Militar en los mismos tiempos que Carrasco.

Apenas un año después fueron llevados a juicio oral y condenados. Cuando se supo que la SIDE había destruido la prueba, el General Balza que era el Jefe del Ejército en aquellos años, juró por Dios y el Ejército Argentino que él no habí­a tenido nada que ver con el asunto.

Por el crimen fueron condenados el 31 de enero de 1996 el subteniente Ignacio Canevaro, a 15 años de prisión, y los soldados Cristian Suárez y Víctor Salazar, a 10 años. También el sargento Carlos Sánchez fue condenado, pero a solo tres años, por encubridor. Según la sentencia a Carrasco le pegaron porque era torpe y eso desató la ira violenta de un subteniente que reaccionaba con demasiado furor.

En las investigaciones que siguieron por los encubrimientos del crimen surgieron innumerables pruebas que chocaban con las sentencias que condenaron a los tres acusados. Un ejemplo claro es la actitud que tuvo el teniente coronel Guillermo With, jefe del grupo de Artillerí­a 161 de Zapala. Según los papeles el máximo jefe al momento del crimen estuvo "sin comunicación" e "inaccesible" la tarde del domingo de la desaparición del conscripto. El mismo With no informó de la ausencia de Carrasco entre las novedades de la jornada e incluso falsificó la firma del capitán Correa Belisle, que se encontraba de vacaciones cuando se produjo el crimen".

Nunca hubo interés en saber lo que verdaderamente habí­a pasado. El poder poí­tico y el judicial prefirieron dar el asunto por terminado. En febrero de 2009, el último de los acusados terminó de cumplir su condena. En la cárcel se recibió de abogado y escribió un libro contando su versión de los hechos. Sostiene la hipótesis del informe del policí­a Alberto Brailovsky, que afirmó que tras la golpiza Carrasco había agonizado entre 48 y 60 horas. En ese perí­odo habrí­a sido atendido en forma clandestina por médicos y enfermeras del hospital del cuartel. Un diagnóstico y tratamientos erróneos lo habrían llevado a la muerte. En esa investigación Brailovsky afirma que el carnet de vacunación de Carrasco fue sellado luego del 6 de marzo, fecha en la que supuestamente ya estaba muerto.

Todas estas sospechas fueron desestimadas y la causa por encubrimiento se dejó prescribir en el año 2005.

La muerte del soldado fue el certificado de defunción de un sistema de adoctrinamiento caduco al que algunos ponderan como la solución a los problemas de la juventud. Una semana después de la aparición del cadáver, en los cí­rculos políticos ya se hablaba de la derogación de la Colimba. El Servicio Militar Obligatorio fue primero suspendido y más tarde, el 31 de agosto de 1994, eliminado. El entonces Presidente de la Nación Argentina, Carlos Saúl Menem, firmó la implementación de un sistema que rige hasta hoy con un sistema de soldados profesionales y rentados.

*Periodista nacido en Río Ceballos, Córdoba, publicó La Marca de la Bestia (2005) y La Letra con Sangre (2011). Trabaja en los Servicios de Radio y Televisión (SRT) de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).

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