Arroyo Algodón, un pueblo tambero

23-01-2017

Una tarde de verano pasaba un hombre con su carro y vio a un joven pescando en el arroyo ¿Hay pique?, le preguntó intrigado, mientras el joven, caña en mano, le respondió “Algo, don”. Esa no es ni más ni menos una de las historias populares que esconde el nombre de esta localidad ubicada a 20 kilómetros de Villa María, en Córdoba.

“Acá no hay ni arroyo, ni algodón”, repiten los vecinos sin esconder su sonrisa frente al curioso origen de la denominación y agregan que “este es un pueblo mentiroso”, nunca se plantó lo primero y como si fuera poco, las aguas de aquel arroyo quedaron reducidas a un leve cauce que suele hacerse notar con las lluvias.

Lo que sí hay en la zona es leche. Son 700 los habitantes del área urbana y alrededor de 1200 los que viven en la zona rural, algo extraño en tiempos en los que se esquiva la vida en el campo y se prioriza al pueblo. “Siempre vivió mucha gente en el ámbito rural, porque esta es una región lechera, donde además de los tambos hay varias fábricas de productos lácteos”, explica Alcides Batalla, que nos recibió en el pueblo para contarnos algunas historias que elige entre tantas que guarda en su memoria.

No hay fecha de fundación. Si bien hay registros de gente que habitaba la zona a fines de 1800, la referencia es el paso del tren, hecho que se estima fue en 1904.

Alcides tiene 82 años y nació en Jaime Peter, al norte de Córdoba. Llegó en el ´59 a Arroyo Algodón, donde trabajó por años en el ferrocarril. “Nunca me imaginé que me iba a quedar para siempre”.

Explica que al pueblo siempre fue mucha gente `de afuera´ a trabajar y que la demanda en actividades relacionadas a la producción tambera hizo que en los últimos años llegaran más personas a los campos.

Mientras recorremos la estación, donde hoy se encuentran las oficinas del cuerpo de bomberos, cuenta que “el tren de pasajeros llegaba una vez por día y nos anunciaban por telégrafo la llegada de los trenes de carga”.

Por ese tiempo vivía muy poca gente en el lugar. “No había luz ni camión regador, imaginate que nos enterrábamos los pies enteros en el guadal. Venía gente del campo a comprar al almacén de ramos generales de don Carlomagno y de don Costa, por nombrar algunos”.

Alcides tenía una moto, y después del trabajo solía ayudar llevando a la enfermera del pueblo, Rosa Suárez, a atender a la zona rural. “Recorríamos todos los campos por inyecciones, curaciones, a veces era tanta la tierra que nos tumbábamos y si llegaba el atardecer, ella atendía iluminando con faroles, era lo único que había”.

Se casó hace más de 50 años en La Playosa con su compañera inseparable, Antonia `Lola´ Batalla, con quien levantó su casa ladrillo por ladrillo “a veces nos quedábamos construyendo hasta muy tarde”, acota Lola, completando el relato.

Hincha fanático de Boca, Alcides jugó al fútbol en el pueblo hasta los 60 y cuentan que tenía un estado físico envidiable. Recuerda cómo se preparaba para cada partido: “salía a correr todas las tardes y eso se complementaba con la fuerza que hacía trabajando en el mantenimiento de las vías del ferrocarril”.

Estuvo 24 años en el puesto hasta que levantaron el ramal. Con nostalgia dice que realizó el último viaje hasta Villa María junto a sus compañeros, llevando todo el equipamiento de la estación.

Con la perspectiva que le da el tiempo, don Batalla cuenta que en ese momento ya tenía familia, “así que había que mirar para adelante”. Y es así que empezó a trabajar en la cooperativa tambera Charles Gide, una de las fábricas de quesos más antigua de la localidad.

“El progreso grande llegó con la luz. Fue en el ´72, cuando la cooperativa eléctrica realizó la primera conexión domiciliaria”, atestigua Alcides como testigo privilegiado de esos tiempos. Pero hubo una época en la que únicamente había alumbrado público a la noche y en la calle Córdoba. El encargado de prenderla era Ramón Quiquén Rodríguez”. Sobre la ruta sólo se veía el pequeño candil del bar de Doña Luisa, la única referencia para no pasar de largo.

Recorriendo Arroyo Algodón

Nos despedimos de Alcides, para iniciar un paseo por el pueblo y visitar a Ever `El pato´ Reyna, que justo estaba en su huerta que cuida con total dedicación.

Nació en Pozo del Molle y llegó a los 11 años, sin su familia, a trabajar `de campo en campo´.

Hoy en la zona del pueblo y su área de influencia hay alrededor de 100 tambos familiares, según datos de la cooperativa eléctrica. Sin dudas, el testimonio de Ever hace referencia a la tradición lechera del lugar. “Si habré ordeñado... antes no era como ahora que los establecimientos cuentan con máquinas. Había que ir con lluvia, frío, tormenta, como fuera. Un sacrificio enorme. A las 4 de la mañana ya estábamos en pie hasta las 8 que terminábamos”.

Luego trabajó en una fábrica de dulces y en la cooperativa tambera. Ya jubilado, comenta que el gran acontecimiento es la fiesta del pueblo, y que antes venía muchísima gente del campo en sulky y a caballo. Es el 16 de julio, fecha que coincide con las patronales en honor a la virgen del Carmen. Se realiza una procesión por la tarde, cuando termina la novena. Hay exposiciones y feria de platos, entre otras actividades.

Ever cuenta que en el Club Atlético Unión los vecinos se juntan a jugar a las cartas o a las bochas y los chicos al fútbol. También hay actividades en la escuela de deporte de la Municipalidad.

Los fines de semana, la comunidad suele reunirse en la placita frente a la estación y en verano, en el predio donde la cooperativa eléctrica tiene la pileta.

“El pueblo cambió bastante en los últimos 20 años”, asegura tanto Ever como Alcides, que agrega que “Arroyo Algodón está creciendo con un nuevo loteo, se está construyendo bastante. Y cómo no va a crecer -remata- si acá uno tiene todo lo que necesita, hasta gas natural. Sin duda podemos disfrutar de lo más valioso: una tranquilidad inagotable”.

P.P.

El doctor que vino de Haití

“No me gusta la medicina”. Es la primera vez que escucho a un médico decir esto, pero Arnoux Falaise lo asegura. Este hombre de hablar tranquilo llegó a Argentina en el `68 a estudiar esa carrera por mandato familiar. “Me anoté también en Bellas Artes, pero no pude seguir el ritmo de las dos carreras. En Haití, con un 8,5 no califiqué para la universidad y yo siempre digo que si no fuera por argentina no tendría el título.

Con respecto al idioma, dice que “el primer tiempo estudiaba con el diccionario al lado y leía `Patoruzú´ para adquirir vocabulario”.

Se recibió y tuvo oportunidad que quedarse en New York, pero volvió a Argentina. “Cuando escuchaba allá el himno argentino me emocionaba hasta las lágrimas. Es mi segunda patria”.

Llegó al pueblo en la década del 90 y asegura que no le costó adaptarse porque es un lugar similar al localidad donde nació. Está a cargo del dispensario de Arroyo Algodón, la pintura es su hobby y sus cuadros adornan la sala de espera del consultorio particular que comparte con su esposa, también médica”.

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