Ardores de nieve en el final del mundo

22-07-2019

Julián Capria | Periodista

Bibi González | Ilustraciones

“Ese aire helado y puro que te daba en la cara es en lo primero que pienso cuando siento que todavía extraño. Cada mañana, al salir de casa, era como que la brisa te hacía consciente, en medio de la rutina, de que estabas en uno de los más fríos y lejanos rincones del mundo”.

Hace apenas un par de años que Mario Rubén Romero dejó Ushuaia junto a Cristina y a Joaquín, el hijo de ambos, para regresar a su Córdoba original, después de haber vivido 30 años en la capital de Tierra del Fuego, el último bastión antes de la australidad más definitiva. A partir de allí, todo lo demás es norte.

Su historia forma parte del retrato de las últimas décadas del siglo 20, cuando la isla se afirmó como destino para legiones de provincianos argentinos que fueron a buscar una oportunidad de trabajo y futuro. Muchos pensaron en volver, pero se quedaron; otros, volvieron y añoran.

Y la marca que más queda grabada a fuego es la del frío. “El turista disfruta de la nieve, pero para uno era bastante molesto tener que levantarla con la pala cuando se juntaba tanta que uno no podía sacar el auto. Es obligatorio andar por las calles con cubiertas con clavos, para poder manejar sobre el hielo”, dice Romero, también conocido como “Tribilín”.

Sin embargo, hoy siente la ausencia de ese estremecimiento blanco que cubría todo el paisaje, que entraba por sus ojos y que atravesaba todas las sensaciones del cuerpo.

La adversidad del clima hacía que a veces la conciencia de estar en un rincón lejano, en una isla, se volviera angustiante. “Me ha pasado que había temporales que no dejaban salir aviones durante varios días; y tampoco se podía cruzar el estrecho de Magallanes en la balsa para llegar en auto al continente”, recuerda.

Claro que más complejo era en los años 80, cuando llegó, pues no había Internet ni teléfonos celulares para estar comunicados. La tecnología, entre otros efectos, acorraló a la sabiduría de la experiencia. “Antes, era casi una competencia acertar cuándo llegarían las primeras nevadas. Los que más inviernos tenían, los fueguinos más sabios, miraban al Monte Susana y pronosticaban. Después, apareció Weather Channel y ya cualquiera se anima a pronosticar”, cuenta entre risas.

Los fuegos y la cárcel

El reino del frío, sin embargo, lleva el nombre del fuego. La historia cuenta que los marineros que llegaron con Fernando de Magallanes al estrecho, vieron en la costa numerosas fogatas. Le llamaron entonces "Tierra de humos", pero el rey Carlos I de España lo modificaría a “Tierra del Fuego”.

Los fuegos eran de los yámana o yaghan, pobladores originales (luego lo ocuparían también los onas) que los mantenían encendidos para calentarse incluso en las canoas en las que salían a pescar.

De la lengua de ese pueblo especialmente resistente al frío, el libro Guinness de los récords ha tomado la palabra más concisa, de más amplio significado, de todas las conocidas: “mamihlapinatapai”. Dícese de “una mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra comience una acción que ambas desean pero que ninguna se anima a iniciar”.

Ushuaia fue fundada en 1884, pero fue el célebre presidio abierto en 1904 y que funcionó hasta 1947 el que le dio el sostén inicial. Basado en el concepto del aislamiento extremo como argumento de seguridad y de severidad en el castigo, confinó en sus celdas no solo a algunos de los delincuentes más famosos, sino también a presos políticos.

Entre los primeros, Santos Cayetano Godino, alias “el Petiso Orejudo”, un precoz asesino en serie, fue el más notorio; su presencia todavía está presente, pintada en algún mural. El otro prisionero célebre fue el anarquista Simón Radowitzky, condenado a pena perpetua por el atentado que mató en 1909 al jefe de Policía Ramón Lorenzo Falcón. Consiguió romper el mito de la prisión inexpugnable y llegó hasta Chile, donde fue recapturado. Luego, sería indultado por el presidente Hipólito Yrigoyen.

Mientras tanto, la memoria de los pobladores más antiguos, muchos de ellos nacidos y criados allí (“nycs”, en la jerga), sigue entumecida.

Por ejemplo, la de Victoria Padín, nacida en la isla en 1934. Apenas si tenía nueve años cuando tejía redes e iba a pescar en la bahía helada, cuando cortaba tacos de leña con el hacha para echar todos los días en el tacho que trataba de mantener encendido en el medio de la casa; cuando se ponía de cuclillas y metía las manos atrás de las rodillas para calentarlas.

“Mis padres y mis dos hermanos habían venido de España, todos con hambre. Mi padre consiguió trabajo en la cárcel, en la que estuvo casi por ocho años. Él no hablaba mucho de lo que había vivido en esos años pero alguna vez me contó que había maltrato. Dejó la cárcel porque un día, cuando construían la primera escuela, un preso se le escondió bajo el aserrín y el que fue a prisión fue mi padre. Cuando encontraron al preso, renunció”.

Victoria no dudaba en decir que el pasado fue peor. “Antes el clima era mucho más duro. Empezaba a nevar a fines de marzo e íbamos a la escuela, la única en el pueblo, que cuando yo era chica habrá tenido unos 1.200 habitantes. Nos poníamos las botas y las camperas que conseguíamos en el único almacén. Después, mi padre abriría otro. Las calles eran de tierra y solo había dos camiones que las transitaban; increíblemente, un día chocaron. Uno era de mi padre y lo manejaba uno de mis hermanos”.

“La luz de las casas -relataba- dependía de la generación de la caldera de la cárcel, que paraba para refacciones durante enero y febrero. Cuando nos quedábamos sin velas había que ser amigo del cura e ir a misa para conseguir un pedacito”. Victoria trabajó en la base de la Armada como ayudante de dentista durante 25 años, y cuando se jubiló le pusieron su nombre a uno de los consultorios.

Malvinas en el corazón

Tierra del Fuego es la última provincia creada como tal en el país (1990). Incluye en su jurisdicción a las Islas Malvinas y al Sector Antártico Argentino; no solo es un asunto formal, sino que está adentro del corazón de los fueguinos.

“Se suele entender a la causa Malvinas como un sentimiento, algo estrictamente relacionado con el sentir nacional, mientras que a la cuestión Malvinas como aquellas discusiones o negociaciones llevadas adelante por diplomáticos”, ha dicho María Cecilia Fiocchi, secretaria de Relaciones Internacionales de la Gobernación.

Para luego afirmar: “Sin embargo, cuestión y causa Malvinas son inseparables para cualquier fueguino. Quizás por el rol protagónico que tuvo durante el conflicto de 1982, o por la constante labor que llevan adelante los centros de veteranos de guerra y de excombatientes; quizás porque Río Grande es la Capital Nacional de la Vigilia por Malvinas y la ciudad más cercana a las islas; quizás porque Ushuaia es la capital de las Islas Malvinas; quizás porque dichos territorios son parte integrante de la jurisdicción provincial y hoy se encuentran usurpados por una potencia extranjera, o probablemente por todos estos motivos juntos”.

Es la gran isla final, aunque todo depende del punto de vista. Para algunos puede ser el comienzo del mundo, y para otros, el centro del país. Así dice de Ushuaia Carlos De Lorenzo, hijo de un marino que habita esos confines: “Está a la mitad de distancia entre la Antártida y La Quiaca”.

“Hay tres clases de seres humanos: los vivos, los muertos y los que navegan”. Las frases de De Lorenzo son así de tajantes. Es el hombre que hace años instaló la estafeta de correo del fin del mundo, con la idea de que la gente mande postales desde allí, desde el rincón más austral.

Está a orillas del bello Parque Nacional Tierra del Fuego, en la bahía Lapataia, y al frente de la Isla Redonda, sobre el Canal de Beagle. Allí tiene un embarcadero para cruzar a la estafeta y una pequeña tienda de souvenirs.

En Lapataia hay un cartel que dice: “Aquí finaliza la Ruta Nacional número 3. Buenos Aires: 3.063 kms. Alaska: 17.848 kms”.

“Te atrapa o te expulsa”

En medio de la isla, a unos 100 kilómetros de Ushuaia y a otro tanto de Río Grande, sobre la única ruta asfaltada, está la población de Tolhuin, que fue creada en 1972 y que tiene unos 10.000 habitantes.

Allí vive un panadero, Emilio Saez, que en algún momento se hizo conocido en el país por declarar a cuanto medio le pusiera un micrófono su inmenso amor por Graciela Alfano. Pero para quien ha pasado por el lugar, sabe de él además por la sabrosa pausa que está disponible en la panadería La Unión.

Cuando pasó por primera vez por Tolhuin, en la primavera de 1984, apenas 200 personas vivían en el lugar. “Sentí que este era el lugar en mi vida y en el mundo. Y me pregunté: ¿qué es lo que hace falta aquí? Una panadería. Abrir una panadería no se justificaba por el bajo número de personas que habitaban el lugar, pero bueno, ya estaba decidido. A los dos años de abrir llegó mi padre de España, Antonio Saez. Él sí era panadero”, ha contado.

Y luego, hacia el norte y en el centro de los vientos, está Río Grande, la ciudad que se convirtió en la más populosa de la isla a partir de su condición de asentamiento industrial protegido, lo que atrajo a conocidas marcas de electrodomésticos.

Claro que el termómetro laboral se marca por el rumbo de la política económica y estos son días de crisis y angustia. Hace un tiempo, Ricardo Zárate, que un día de 1983 llegó desde Cosquín, Córdoba, y con los años se convirtió en secretario general de la UOM e incluso llegó a secretario de Trabajo de la Gobernación, recordaba los difíciles años 90. “El momento más dramático fue en 1995, cuando en una manifestación mataron al obrero de la construcción, Víctor Choque, el primer muerto en protestas sociales desde que regresó la democracia”.

Tierra del Fuego, con la bella Ushuaia y su bahía, sus montañas nevadas y su parque, su gastronomía (especialmente por las langostas), sus excursiones y sobre todo por su condición de extremo austral, es uno de los sitios turísticos sobresalientes en el mundo.

Mientras tanto, para quienes habitan la isla, la intensidad pasa bien adentro. Como decía Carolina Boldrini, licenciada en Comunicación Social que en Río Grande se convirtió en docente: “Una se pasa los inviernos encerrada en la casa, pero yo no cambio este lugar. Es que el sur es así: te atrapa o te expulsa”.

El aire frío y puro del final del mundo es una sensación que nunca se deja de sentir.

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