Con esa potencialidad nacemos, con variaciones individuales según la carga genética, luego las condiciones ambientales, nuestro estilo de vida y el azar harán lo suyo. Esto nos lleva a que el promedio en los países con mayor expectativa de vida ya supere los ochenta años.
La historia de este proceso se remonta a la revolución francesa que instaura un nuevo orden social con la promoción de los principios de libertad, igualdad y fraternidad. Surge el proletariado, cambian las condiciones habitacionales, de acceso a la comida, normas de higiene y salud pública. La aparición de las redes de agua potable y las cloacas son los hechos más importantes de la historia sanitaria: han permitido a la humanidad enfermarse menos y vivir más. A mediados del siglo XX las políticas de seguridad social, la investigación biomédica y las estrategias de prevención favorecieron el envejecimiento poblacional.
Esta transición demográfica se caracteriza por una disminución en la mortalidad acompañada por un descenso en la natalidad. Al mismo tiempo se produce la transición epidemiológica, que representa el cambio en el perfil de enfermedades que acompañan al envejecimiento. Hubo una transición de enfermedades infectocontagiosas de rápida evolución (agudas) a patologías degenerativas, de larga persistencia (crónicas), que traen aparejadas importantes cargas de asistencia.
La mayoría de las personas ancianas son mujeres, a pesar de que es un poco mayor la natalidad masculina. O sea que el envejecimiento es feminización: nacen más varones pero a la edad de ochenta, las mujeres duplican a los hombres. El mayor porcentaje de adultos mayores vive en pareja, le sigue el grupo de aquellos que enviudaron, con un franco predominio femenino, y es muy pequeño el de aquellos que permanecieron solteros. En síntesis, si se aspira a vivir 100 años, conviene vivir en pareja, sobre todo los varones, ya que las mujeres más longevas son viudas y solteras.
En Argentina, la esperanza de vida al nacer es de 82 años en las mujeres y de 75 en los varones. Quiere decir que las mujeres viven en promedio siete años más. Se pensó que se debía al factor protector de las hormonas femeninas y aspectos cardíacos vinculados; hoy se sabe que la causa no es esa pero seguimos sin tener una respuesta definitiva a la pregunta por qué las mujeres viven más que los hombres. Aparentemente un factor importante es la habilidad femenina para la supervivencia, que podría resumirse en la capacidad de realizar varias tareas simultáneamente y con eficacia. Esta inteligencia, o sabiduría, aporta longevidad.
No debemos olvidar que “esperanza de vida” no es necesariamente igual a “calidad de vida”, por eso se ha desarrollado el concepto de “esperanza de vida sin enfermedad o sin discapacidad”. Cuando analizamos esta idea a partir de los 65 años vemos que dos tercios de los adultos mayores llegan activos, sanos e independientes. Sobre el tercio restante cae la responsabilidad colectiva de mejorarles la calidad de vida. Lo que se conoce como “dar vida a los años”. Los conceptos de máxima duración de la vida y esperanza de vida con o sin enfermedad se aplican a grupos humanos y no a individuos aislados. El envejecimiento poblacional que sucede en un espacio geográfico en particular, en un tiempo histórico, como fenómeno social, podría catalogarse como un logro de la comunidad: la longevidad es una realidad y es también un sueño colectivo.
Con estos datos ¿no es un sinsentido llevar a un anciano a un geriátrico? En condiciones ideales se aspira a que el adulto mayor viva en la casa que habitó toda su vida y rodeado de sus seres queridos. Esto no siempre es posible, pero existen diferentes estrategias adaptadas al paciente y a la familia que empieza realizando cambios funcionales en el domicilio e incorporando personal de cuidados. Luego, si esto no resulta, comienza a pensarse en su derivación a una institución de adultos mayores, en especial cuando el paciente no puede caminar y perdió el control de sus esfínteres. La cultura popular le asigna un valor negativo a esos lugares, rodeándolos de todo tipo de prejuicios y descalificaciones, y eso no ayuda en lo más mínimo. La derivación a un geriátrico es una decisión médica acompañada por la familia, no es sinónimo de abandono del ser querido y mucho menos de soledad. Dentro de estas instituciones el anciano se va a relacionar socialmente, igual que antes de su internación, pero con la asistencia que necesita. Así es que, pensando en ellos, los ancianos frágiles de los geriátricos, es válido decir: “Hoy es posible vivir 100 años, pero no de soledad, sino de compañía”.